El papa Francisco rezó este domingo por el fin de la «guerra sacrílega» en Ucrania y para que el mundo muestre compasión y solidaridad con los refugiados, al finalizar una visita de dos días a Malta marcada por sus preocupaciones por la devastación en suelo ucraniano.
Aunque corto, el viaje a la isla de la parte central del mar Mediterráneo fue particularmente agotador para el Papa de 85 años, quien sufre de dolores en la rodilla derecha por un problema de ligamentos.
Varias veces mostró hoy dificultad para levantarse de su silla, y su renguera por ciática era por momentos tan pronunciada que tenía que tomarse del brazo de un asistente para poder avanzar caminando.
Francisco comenzó su último día en Malta con una visita a la gruta donde, según la tradición, vivió San Pablo, uno de los 12 apóstoles o compañeros de Jesús, tras naufragar en Malta en el año 60.
De acuerdo al relato bíblico del episodio, los malteses lo acogieron con generosidad, y el Apóstol respondió predicando y sanando enfermos y cristianizando a los isleños.
Desde el comienzo mismo de su visita, ayer, Francisco urgió varias veces a Europa a mostrar la misma solidaridad con los migrantes y refugiados que la mostrada por Malta con San Pablo.
El pontífice, que ha abogado cientos de veces por los refugiados durante su papado, iniciado en 2013, amplió el mensaje en esta ocasión para agradecer a los países europeos que acogieron a refugiados ucranianos tras la invasión rusa a Ucrania.
«Nadie conocía sus nombres, su lugar de nacimiento ni si condición social; sabían solo una cosa: que esas eran personas que necesitaban ayuda», dijo Francisco al visitar la gruta en la localidad de Rabat.
«Ayúdanos a reconocer de lejos a aquellos que necesitan ayuda, luchando entre las olas de mar, arrojados contra arrecifes de costas desconocidas», agregó, informó la agencia de noticias Europa Press.
La invasión rusa de Ucrania ha eclipsado el primer viaje del papa a Malta, un país de mayoría católica, y que había sido retrasado dos años por el coronavirus.
Malta, de unos 500.000 habitantes, está en la primera línea de la ruta desde el norte de África hacia Europa, y miles de personas que se arriesgan a cruzar en embarcaciones atestadas terminan aquí.
Pero varias organizaciones acusan al pequeño país miembro de la Unión Europea (UE) de no ayudar a las personas que llegan a sus aguas, y el papa recordó ayer al archipiélago su condición de «puerto seguro».
Tras la visita a la gruta, el Papa se dirigió a Floriana, cerca de la capital, La Valeta, donde celebró una misa para unas 20.000 personas en la que volvió a pedir el fin de la guerra en Ucrania.
«Pensando en la tragedia humanitaria de la atormentada Ucrania, todavía bajo el bombardeo de esta sacrílega guerra, no nos cansemos de rezar y ayudar a los que sufren», dijo en la homilía.
Francisco condenó ayer la invasión de Ucrania y habló de «algún poderoso, tristemente encerrado en las anacrónicas pretensiones de intereses nacionalistas, que provoca y fomenta conflictos», en lo que pareció una alusión al presidente ruso Vladimir Putin.
Preguntado por un periodista sobre un posible viaje a Kiev, dijo que una visita a la capital de Ucrania estaba «sobre la mesa».
La guerra ha provocado la peor crisis de refugiados en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
Una cuestión que Francisco ha tratado en numerosas ocasiones desde su llegada al papado hace nueve años, insistiendo en la necesidad de acoger a quienes huyen de la guerra, la pobreza o los efectos del cambio climático.
En su misa en Floriana, el Papa también criticó a los que sólo «denuncian los pecados» y a los que señalan «con el dedo», y pidió poner en práctica una actitud de escucha.
El pontífice arremetido contra los «que se erigen como paladines de Dios, pero pisotean a los hermanos» y contra los que salen «en busca de los pecadores» al tiempo que ha pedido que la Iglesia sea «testigo de reconciliación» en la sociedad.
El evento religioso ha recordado, por su afluencia, a los actos previos a la pandemia.
De todos modos, la plaza donde se realizó la misa tenía capacidad para 80.000 pero fue reducida a un cuarto, y los asistentes debían permanecer sentadas.
«El que cree que defiende la fe señalando con el dedo a los demás tendrá incluso una visión religiosa, pero no abraza el espíritu del Evangelio, porque olvida la misericordia, que «No volveremos a señalar con el dedo, sino que empezaremos a ponernos a la escucha. No descartaremos a los despreciados, sino que miraremos como primeros aquellos que son considerados últimos», sentenció.