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Opinión

De los padres e hijos felices y de esos otros que van por el desierto de la vida


Editorial CLG

No sabemos si es hoy el Día del Padre, o si fue ayer o si será mañana, porque el Día del Padre, al fin y al cabo, no es la fecha, sino lo que se siente. Para unos el Día del Padre es cada día, para otros acaso no sea nunca ¿Nunca? Y un poco sí, pues hay quienes de algún modo solo sienten el vacío de no ser del todo padres y de no ser del todo hijos. Estos últimos son los huérfanos tempranos, los que a poco de haber venido al mundo se quedaron sin abrazos, sin consejos, sin figura paternal. Son esos valerosos, héroes a su manera, que se hicieron o están haciendo solos, a veces con una madre abnegada y doliente que hace lo que puede y como puede. Y a veces, ¡triste destino del huérfano temprano!, sin padre y sin la madre, solo con ese vacío que es infinito desierto.

Hoy (no importa por qué razones hoy) en Argentina se celebra el Día del Padre, y nos permitimos (además de la primera persona) de pasada y cortésmente felicitar a los papás que recibirán un beso, un regalo y ese dulce ‘¡Feliz Día!’. Una bendición. Pero déjennos que estas líneas sean, sobre todas las cosas, un homenaje a esos padres que pudieron haber sido más y que no fueron; esos que lo fueron por un escaso tiempo porque el destino los arrancó del camino de sus hijos. Esos papás a quienes en el borde de la muerte los atormentó la tristeza de dejar a sus pequeños, huérfanos temprano. Padres de esos chicos, de esos jóvenes o no tan jóvenes, que hoy no podrán expresar el Feliz Día. Esos que, como decíamos, se han hecho solos, a los golpes, a los tumbos, que le han ganado la batalla a la vida, o que no la han ganado, ¿qué importa eso ahora? ¿Quién podría juzgarlos? Sobrevivir solo en el desierto no es tarea fácil, sépanlo algunos.

Permítannos hoy homenajear a esos otros hombres quienes, aún aquí, las circunstancias, a veces construidas por el odio que explicar no queremos, ven a sus hijos desde lejos. Déjennos, estimados lectores, que en este día rindamos un homenaje a esos otros padres que se quedaron aquí mientras a sus hijos, tempranamente, los arrebató la muerte. También ellos caminan por la dolorosa aridez del desierto, el peor de los desiertos. Tanto amor contenido que siempre, y también hoy desde luego, se vuelve lágrimas.

A esos hijos que hoy mirarán hacia el cielo con nostalgia; a esos otros que hoy se preguntarán ‘¿por qué aun estando mi papá no está conmigo?’; a esos padres solos a quienes las circunstancias de la vida o las profundidades de la muerte les impiden abrazar a sus hijos, irradiarles amor con su mirada. A todos esos hijos y padres del desierto no podemos decirle ‘¡feliz día!’, porque es imposible ser feliz cuando no se tiene lo preciado. Pero sí podemos expresarles, junto a tantos otros seres: ‘¡aquí estamos!’. A los otros, pues a los otros sí, Feliz Día hoy y siempre, no olvidando que la felicidad se construye con amor, con todo lo que ello significa.