Jorge Bergoglio tuvo como leit motiv acercar la Iglesia al pueblo, particularmente a los excluidos por el sistema. Además agregó austeridad
A lo largo de su primera década al frente del Vaticano, el papa Francisco tuvo como leit motiv acercar la Iglesia al pueblo, particularmente a los excluidos por el sistema, así como también dotar de simpleza y austeridad a su tarea pastoral.
Su elección, allá por marzo de 2013, se dio luego de que Benedicto XVI renunciara, envuelto en la serie de polémicas que había desatado la filtración de documentos vaticanos conocida como Vatileaks.
Los cardenales que se inclinaron por el argentino Jorge Mario Bergoglio buscaron a alguien que pudiera devolverle a la Iglesia la imagen más pura posible: al servicio del pobre, los desamparados y excluidos, así como también que esté lo más alejado que se pudiera de escándalos de corrupción y pederastia.
Desde su primer discurso, el ex arzobispo porteño marcó una de las claves de su pontificado: no es un monarca, sino un pastor. Su ya clásico «recen por mí» busca ponerlo a la par del resto.
Al hablar desde el balcón de la Basílica de San Pedro, el entonces flamante Santo Padre anticipó que se iniciaba un camino de «fratellanza» (hermandad), lo cual quedó de manifiesto en su perseverante llamado a la unidad ya sea para resolver problemas mundiales como el hambre, la pobreza, los refugiados o el cambio climático; o para enfrentar situaciones como la pandemia del Covid-19 o la guerra en Ucrania.
Pero también llevó ese mensaje en cada viaje que realizó y lo contextualizó a la situación local, como en sus recientes giras por la República Democrática del Congo y Sudán del Sur.
Su austeridad, marcada por hechos como la decisión de mudarse a la residencia de Santa Marta y no en el Palacio de Castel Gandolfo, quedó enfrentada con los sectores más conservadores de la Iglesia, con los que mantiene una tensa relación.
En ese marco, Francisco avanzó en reformas gubernamentales del Vaticano, para darle más espacio a las mujeres y a los laicos en el pequeño y poderoso Estado, así como también para prevenir que se repitan situaciones escandalosas como abusos sexuales a menores o manejos espurios de dinero.
En marzo del año pasado, la Iglesia había dado a conocer el documento sobre las reformas en la organización y estructura de la Curia Romana: la nueva Constitución, de 54 páginas, se tituló «Praedicate Evangelium» (Predicar el Evangelio) y tomó más de nueve años en ser terminada por el papa Francisco y un consejo de cardenales.
La carta magna vaticana entró en vigencia en junio de 2022 y reemplazó a la que el papa Juan Pablo II había presentado en 1988 y que fue reformada parcialmente por Benedicto XVI en 2011.
Entre los cambios se destacó que cualquier persona bautizada, incluidas las mujeres, podrá dirigir los departamentos del Vaticano, espacios que hasta el momento estaban dirigidos por clérigos, generalmente cardenales.
Con 86 años y la movilidad complicada por afecciones a una de sus rodillas, el Sumo Pontífice remarcó que entiende a la tarea papal como un cargo vitalicio, por lo que se espera que continúa introduciendo reformas en la cúpula de la Iglesia: de todos modos, esos cambios no irán de la mano de las esperanzas que surgen de afuera, como en aspectos vinculados al colectivo LGTB o el aborto.