El libro ‘Psychopolitics’ discute cómo las redes sociales han reemplazado la libertad con la iglesia del internet.

En junio de 2017, Facebook anunció que sobrepasó los 2 mil millones de usuarios. Es por mucho la red social más grande del mundo, aunque Twitter, con 300 millones de usuarios, e Instagram con 800 millones, también poseen una proporción considerable de la población mundial.

Tal vez no nos guste regalar nuestra información privada a las compañías de redes sociales, pero claramente, aún así lo hacemos. Aceptamos los términos y condiciones ciegamente para tener acceso a lo que queremos. Para Byung-Chul Han, autor del libro sobre comunicación digital, Psychopolitics: Neoliberalism and New Technologies of Power, esto refleja una renuncia voluntaria a nuestra libertad. Han considera que la privacidad y el mundo privado son vitales para nuestra libertad. Nos ve «por nuestra propia voluntad, [poniendo] toda y cualquier idea que tenemos sobre nosotros en internet, sin tener la mínima idea de quién sabe qué, cuándo, o en qué ocasión… la simple idea de proteger la privacidad se está volviendo obsoleta».

En mi caso, comparto fotos de los libros que compro. Anuncio algunas de mis opiniones políticas y hablo sobre el trabajo en Twitter. Pongo más información en mis redes sociales que en una encuesta del gobierno o una corporativa. La libertad es la habilidad de tomar decisiones libremente. Sin embargo, si quiero tener una cuenta de Facebook, para estar al corriente con mis amigos, eventos y familiares que viven lejos, tengo que desistir de mi privacidad para las capturas de datos de Facebook. Entonces, ¿hasta qué punto soy yo quien toma las decisiones?

Han argumenta que esto es característico del mundo digital: nos hace dependiente de él y nos quita la opción de no usarlo. «Una elección libre», dice, «es eliminada para que haya una selección libre de las cosas que están disponibles».

Han ve el mundo digital como una prisión (un «panóptico digital») en la cual eres eres un prisionero aislado, sentado viendo tu teléfono, pero puedes ser monitoreado por ciertos guardias, como Google o Facebook. A diferencia del confinamiento solitario de las prisiones normales, la prisión digital te deja comunicarte con otros prisioneros. Se fomenta la comunicación. De hecho, tienes que comunicarte, dar tu opinión, dar like, share, retweet. Exponemos voluntariamente nuestros pensamientos —nuestros datos privados— a los guardias, y el «Big Brother digital subcontrata las operaciones a los otros prisioneros».

Para Han, el internet es un dios omnipotente, capaz de registrar y recordar todos nuestros pecados. Facebook es la iglesia moderna, un espacio para congregarse bajo un ojo observador. Han dice que los teléfonos son objetos de «devoción». «El smartphone funciona como un rosario»: desplazas la página de la misma forma que pasarías las cuentas con los dedos, y te confiesas, compartes y haces alabanzas a través de la interfaz del teléfono. El «like», dice Han, «es el Amén digital». Seguramente desde que Twitter cambió el «favorite» (una estrella) al «like» (un corazón), su función ha cambiado. El «favorite» se usaba inicialmente como un marcador para tuits (normalmente ligas de artículos o videos). Ahora, el «like» se usa para mostrar que estás de acuerdo con, o que apruebas una publicación, lo cual funciona exactamente como un «amén».

Cuando el gobierno hace un censo, pide datos demográficos, o sea datos relacionados al mundo físico: dónde vives, tu edad, raza, género, trabajo, etc. (sólo no te preguntan tu religión). Los macrodatos que las redes colectan abarcan mucho más. Les contamos nuestros deseos personales, hábitos de consumidor, miedos y relaciones voluntariamente. Han dice que una prisión normal «no tiene acceso a nuestros pensamientos o necesidades… no tiene acceso al mundo físico», y que, «la demografía no es lo mismo que la psicografía [los datos de nuestros pensamientos]». Esto significa que las estadísticas clásicas y los macrodatos están en planos completamente diferentes. Las encuestas de opinión tradicionales sólo pueden llevarte hasta cierto punto, pero la colección de macrodatos es infinita. Han dice que «la recolección de macrodatos provee un medio por el cual establecer un psicograma colectivo, no sólo uno individual». Se trata de un mapa de nuestros deseos y miedos colectivos. Tienes que tenerle mucha fe a la democracia, al capitalismo, y a las corporaciones benevolentes para no preocuparte por esto.

La sociedad consumidora de Occidente opera casi completamente con base en las emociones. Las marcas y los anuncios utilizan las emociones para vender productos. La televisión usa las emociones para que la sigas viendo. Las redes sociales no son diferentes. Hay un lanzamiento inmediato de dopamina cuando usas los medios digitales. Publicas algo, y empieza a crecer: los shares se acumulan y las respuestas llegan. A veces salen cosas buenas de esto, pero también puede ser destructivo.

Han dice que estamos moviéndonos hacia una «dictadura de las emociones». También señala que «la comunicación acelerada promueve la ‘emocionalización'». La racionalidad es más lenta que la emoción, no tiene velocidad». No creo que la «racionalidad» necesariamente sea lo mejor; el prejuicio y la psicopatía pueden esconderse detrás de pensamientos supuestamente «racionales».

En esta entrevista de The Guardian, la empleada de la fábrica de memes, Social Chain, Hannah Anderson dice, «las emociones más benignas como la plenitud y el relajamiento son inútiles en la economía viral». Dice que para atraer a la gente, necesitas que la gente se sienta frustrada, enojada, o sorprendida. Facebook está abriendo el camino para una guerra de emociones, donde sólo servirán las respuestas más intensas e inmediatas.

No estoy a punto de dejar Twitter. He aprendido cosas buenas de la gente que sigo que probablemente no hubiera aprendido en la vida real (particularmente cosas que tienen que ver con identidad, género, literatura, y música). Sin embargo, Han está ahí, viviendo sin ningún perfil digital, evaluando de forma incisiva cómo vivimos nuestra vida digital, y forzándome a ver un poco más allá de lo evidente. Hay elementos que están ayudando a promover la privacidad en línea como el » derecho a ser olvidado» en el Data Protection Bill, y el movimiento Me2B que aboga por que seamos dueños de nuestros propios datos. Pero no son soluciones inmediatas. Leer Psychopolitics me ha hecho más consciente de lo que publico en mis redes sociales y las implicaciones filosóficas de mis hábitos en internet. Seguramente te hará lo mismo.

FUENTE: Infobae