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Cruz Roja Argentina: voluntarios celebran vocación de asistencia y compañerismo


La ONG cumple este viernes 142 años de su nacimiento. Referentes cuentan que para actuar en situaciones de emergencia se necesita mucha vocación por asistir a los demás y compañerismo

Integrantes de la Cruz Roja Argentina (CRA) que participaron en operativos por los atentados a la Embajada de Israel (1992) y la AMIA (1994), las inundaciones en La Plata (2013) y los recientes incendios en Corrientes, contaron a Télam que para actuar en situaciones de emergencia se necesita mucha vocación por asistir a los demás y compañerismo, cuando se cumplen este viernes 10 de junio 142 años del nacimiento de la ONG local.

Antonio López tiene 73 años, vive en el barrio porteño de Floresta y es Instructor de Primeros Auxilios de la Cruz Roja, a donde ingresó en 1982 como voluntario. El 17 de marzo de 1992 le tocó participar como Coordinador de Socorro en el atentado a la Embajada de Israel que dejó 29 muertos y 242 heridos.

«Llegamos a los 40 minutos de haberse producido la explosión. Era una devastación por la onda expansiva. La zona era un caos. Había gente que de forma espontánea removía escombros y era peligroso porque podía significar derrumbes», revivió en diálogo con Télam López, que en esos días trabajó junto a Defensa Civil y Bomberos para organizar los rastrillajes.

«El trabajo fue de muchas horas. Nuestra mente estaba permanentemente pendiente de buscar si había gente atrapada», recordó.

Poco más de dos años después, su trabajo lo llevó a dar asistencia tras el ataque a la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en el barrio porteño de Once, el 18 de julio de 1994.

«El panorama era igual al atentado de la Embajada. Había polvo en suspensión por la destrucción del edificio, gritos de gente que estaba atrapada debajo de los escombros. Una situación complicada», reconoció.

A pesar de estar entrenado para asistir brindando primeros auxilios, los atentados fueron una prueba de fuego.

«Nunca se está preparado para algo de esa magnitud y características; hay que poner a prueba actitudes para participar y después, una vez finalizado los trabajos, teníamos que hacer las descargas emocionales que implica estar en este tipo de cosas», describió.

La organización fundada el 10 de junio de 1885 en Argentina es parte integrante del Movimiento Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja, la red humanitaria más grande del mundo, con más de 100 millones de voluntarios, colaboradores y personal empleado en 193 países.

Además de los atentados, López acompañó a la morgue a los familiares del accidente aéreo de la compañía Líneas Aéreas Privadas Argentinas (LAPA), de 1999, para el reconocimiento de los cuerpos quemados, lo que apuntó como «uno de los momentos más difíciles» de su carrera.

«Somos socorristas en forma integral porque hacemos apoyo psicosocial. No es que llegamos al lugar, ayudamos en el momento y nos vamos. El drama viene después de la tragedia. Desde un atentado con la gente que está en el entorno hasta cuando en una inundación el agua baja y tu casa está llena de barro», explicó a Télam.

Las labores en la Cruz Roja, que incluyen el acompañamiento a personas migrantes, la mejora de salas de Atención Primaria de la Salud, el acceso al agua segura en barrios en situación de vulnerabilidad, y que actuó en la emergencia por la pandemia de coronavirus en los últimos años, son un trabajo de tiempo completo.

«Cuando pasan eventos uno deja de lado lo personal y familiar para estar en el terreno y ayudar y capaz son semanas», dijo sobre su rutina López.

Con ese precepto coincidió Cristian Bolado (29), subsecretario de Emergencias y Desastres de la CRA, que es técnico de emergencias médicas y estudiante de abogacía.

«Tenía vocación de servicio. Siempre me interesó lo social y la atención sanitaria», señaló Bolado, de 29 años, de los cuales once en la Cruz Roja.

El joven nació en la localidad bonaerense de Necochea pero en 2009 se trasladó a La Plata, donde participó del plan de respuesta por la emergencia derivada de las inundaciones en esa ciudad el 2 y 3 de abril del 2013, cuando llovieron más de 400 milímetros en cuatro horas, lo que dejó un saldo de 2.000 evacuados y 89 muertos.

«Fue complejo. Ya tenía experiencia en otros eventos del país pero una cosa es cuando te toca fuera y otra en el lugar donde vivís», precisó Bolado a Télam.

Cuando ocurrió la inundación, el joven tenía 20 años y sus cosas en cajas producto de una mudanza en curso, pero con el correr de las horas lo convocaron y por tres meses no regresó a su casa.

«Me acuerdo de hacer dos cuadras para ir a la filial y que el agua me llegara hasta la rodilla. Las primeras 48 horas fueron duras. El agua seguía subiendo, íbamos con kayak pero nadie daba a basto», recordó.

Después el agua bajó y empezó la reconstrucción, con la limpieza de las viviendas y el acompañamiento a las familias para volver a sus casas.

«Me acuerdo del silencio y la desolación. Eran minutos de mirar y no hablar. La familia llegaba a la casa y veía esa pérdida, pero del lado del voluntario era repetir la misma imagen por cientos», rememoró.

El servicio de Bolado en las zonas afectadas se extendió por dos años, de los cuales destacó el trabajo en equipo como «pilar fundamental» para lograr los objetivos y la unión con sus compañeros que «se transforman en una familia».

«Ser voluntario es una cultura de vida. Hay eventos que de la nada misma te llevan puesto, y la gente en la Cruz Roja encuentra calma en un momento caótico», concluyó.

La historia de Florencia María Sol Ramírez con la Cruz Roja es más reciente. Tiene 21 años, vive en la ciudad correntina de Saladas, estudia enfermería, es bombera voluntaria y hace un año voluntaria de la organización.

«Desde chica siempre hice algo para ayudar a otros. Dar lo mejor de uno para ayudar desde el corazón, es una entrega absoluta», contó en diálogo con Télam sobre su vocación.

Ramírez fue una de las bomberos que luchó contra los incendios en Corrientes que consumieron casi un millón de hectáreas en febrero pasado y afectaron la biodiversidad del Parque Nacional Iberá, y también le tocó brindar asistencia a las familias damnificadas.

«Para nosotros los incendios fueron traumáticos porque perdimos como provincia lugares que nos identifican», expresó la joven.

Por esos días recorría con el grupo de voluntarios parajes donde «la gente está aferrada a sus raíces, su tierra y sus animales son todo para ellos», aseguró.

«El trabajo te afecta porque las familias te cuentan cosas fuertes, no solo de la situación que pasaron sino de antes, es su momento de catarsis», detalló, pero rescató que a pesar del dolor «cuando estás frente a las personas que estás ayudando hay algo que nos hace mantener la endereza porque si yo me quiebro, la persona se quiebra».

Para Ramírez es importante el grupo humano que se forma entre los voluntarios porque «cuando alguno se ve muy afectado con solo mirarnos nos decimos vos podes; y después están las mateadas para desahogarse en la vuelta a los campamentos».