Opinión

Coronavirus: los médicos estamos exhaustos y la tensión en el sistema aumenta la mortalidad


Por Arnaldo Dubin. Médico intensivista, profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata.

La pandemia en la Argentina va en camino a sus horas más dramáticas. La situación epidemiológica es acuciante. Los contagios se aceleran a un ritmo incontrolable.

Existen potenciales agravantes tales como la circulación comunitaria de variantes del virus que son más contagiosas y que podrían ser más nocivas.

Pese a los notables esfuerzos realizados por el Gobierno, la vacunación avanza a un ritmo más lento que el esperado. Es una expresión de la disputa geopolítica global en las que las grandes potencias acaparan la inmensa mayoría de las vacunas, las utilizan para condicionarnos y humillarnos y también violan descaradamente los contratos.

En el país se han producido millones de dosis de la vacuna de AstraZeneca, pero ningún argentino la recibió. Se desnuda la situación de indefensión en la que nos hallamos ante la falta de producción nacional y estatal de medicamentos.

Como contrapartida, el sistema sanitario está más endeble y se encuentra seriamente amenazado, especialmente la terapia intensiva. En el AMBA ya es muy difícil conseguir una cama en el sector privado, tanto en internación general como en terapia intensiva.

Muchos hospitales públicos ya tienen sus unidades de cuidados críticos con una ocupación completa. No obstante, el principal problema continúa siendo el de las condiciones de los trabajadores de la salud.

En este momento, existen graves conflictos laborales. Un caso paradigmático es el de Neuquén. Los médicos intensivistas ya habían realizado una presentación judicial en reclamo por su deplorable situación de trabajo. Ahora, hay un levantamiento masivo, que suma apoyo de todos los sectores, y paraliza la provincia con cortes de ruta.

En CABA, la enfermería sigue siendo considerada una tarea administrativa y no profesional. En las terapias intensivas, enfermeros/as, kinesiólogos/as, médicos/as y demás integrantes del equipo estamos en un proceso avanzado de deterioro.

Las condiciones de trabajo y los sueldos son malos. Éramos pocos antes de la pandemia. Ahora, nuestras filas están raleadas por la enfermedad. Muchos compañeros se contagiaron. Algunos no volvieron a trabajar, mientras que otros fallecieron. Estamos exhaustos física y anímicamente.

Esta fatiga tiene una trascendencia que excede nuestro malestar. Incide directamente en los resultados de la terapia intensiva. La tensión en el sistema aumenta la mortalidad.

Es imprescindible respetar las restricciones para disminuir los contagios, evitar el colapso del sistema y dar tiempo para la vacunación de la población más vulnerable. Aunque las medidas implementadas por el gobierno nacional me parecen tardías e insuficientes, tal vez sean las únicas posibles en este momento.

Sin embargo, como antes ocurrió con la cuarentena y la vacuna Sputnik-V, son aviesamente atacadas por sectores del periodismo y la política que llaman a la resistencia. Se está atacando a la salud pública y agravando aún más esta compleja realidad. Es terrorismo sanitario.

Vivimos horas dramáticas. Estamos en una cornisa, con un riesgo cierto de precipitarnos en el abismo de una tragedia sanitaria sin precedentes. Nuestra decisión personal de cuidarnos a nosotros mismos y a los demás puede evitar este escenario. Si nuestra responsabilidad no es suficiente, el Estado deberá asumir la suya con medidas todavía más drásticas.