Si la constipación se prolonga en el tiempo, puede impactar significativamente en las emociones de los niños, su estado de ánimo y capacidad de socialización
La constipación es un problema frecuente en la infancia ya que este trastorno digestivo, prolongado en el tiempo, puede impactar significativamente en las emociones de los niños, su estado de ánimo y capacidad de socialización mientras que además, es la causa más frecuente de ingreso de niños a servicios de urgencia o atención primaria por dolor abdominal agudo.
Este contexto tan extraordinario de pandemia y aislamiento ha modificado rutinas familiares, horarios, hábitos alimenticios y, sobre todo, alteró el ritmo de la presencialidad escolar y los más pequeños han tenido que realizar un enorme esfuerzo para adaptarse a una nueva realidad.
En lo que respecta a los cuadros de constipación, la evidencia muestra que existen tres situaciones puntuales que tienden a desencadenarlos: estos son los cambios en la dieta – como al incorporar los alimentos semisólidos-, los desafíos del abandono del pañal y el inicio de la escolarización, cuando el baño ya no está tan a mano como en casa.
Los niños pueden sentirse culpables o avergonzados, especialmente si experimentan episodios de incontinencia, por lo que es importante conversar con ellos sobre el tema con claridad, en la medida que su edad y neurodesarrollo lo permitan.
El aporte de fibra en la dieta, que proviene de frutas y verduras, es clave para el adecuado tránsito digestivo, pero, por lo general, su ingesta es baja.
La primera Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, de 2007, mostró que la dieta del 97,8% de los niños y niñas de 2 a 5 años no cubre la recomendación de fibra. Como dato más actual, según la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo de 2019, sólo el 6% de la población cumple con la recomendación diaria de frutas y verduras.
Tal como explicó la Jacqueline Schuldberg, Licenciada en Nutrición, Coordinadora del Grupo de Estudio en Pediatría de la Asociación Argentina de Dietistas y Nutricionistas Dietistas (AADYND), «todas las frutas tienen fibra y también son muchas las verduras ricas en este nutriente (lechuga, berenjena, brócoli, acelga, apio, espinaca, repollo colorado o blanco, coliflor, espárragos, tomate, pimientos, alcaucil, berenjenas, pepino, zapallitos y rúcula, entre muchas otras). Cuantas más crudas se consuman, mejor será el aporte de fibra».
La ingesta diaria de fibra debe ser acorde a la edad y necesidad de cada niño. A partir de los 2 años, se recomiendan hasta 5 g/día.
La barrera más frecuente contra la ingesta adecuada de fibra, entre otros nutrientes, explicó la nutricionista, «es la selectividad alimentaria del niño (algunos solo comen blanco: fideos, papa y arroz). Ayuda variar las recetas e involucrarlos en la compra y preparación de las comidas, lo que los acercará a su aceptación. Las verduras pueden ofrecerse en tartas, tortillas, buñuelos (en preparaciones saludables) y las frutas, incorporarse en trocitos y combinadas entre sí, para aportarle color al plato».
La licenciada Schuldberg destacó que «una leche fortificada con fibra y prebióticos es un gran aporte para esta problemática. Además, la leche es un alimento generalmente bien aceptado, con alta densidad de nutrientes, lo que significa que, en un solo alimento, aporta múltiples nutrientes como hidratos de carbono, proteínas, grasas, fibra, vitaminas y minerales».