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Todo queda en familia

Con Keiko presa, asoma la hora de su hermano, Kenji Fujimori, en Perú


Con Keiko Fujimori en prisión, el fujimorismo debe decidir quién toma las riendas del partido más votado de Perú: ¿su hermano y rival Kenji o alguien ajeno a la familia que domina la política peruana desde hace tres décadas?

Keiko, de 43 años, permanece en prisión preventiva por 36 meses desde hace casi dos semanas acusada de recibir aportes ilegales de campaña de la empresa brasileña Odebrecht. Esto amenaza su aspiración de ser candidata presidencial por tercera vez en 2021, aunque su abogada ha presentado apelaciones para que sea liberada.

 

 

«Con Keiko no hay futuro político para el fujimorismo», asegura a la AFP el analista político Juan Carlos Tafur.

Con la odisea judicial de Keiko, el partido fujimorista Fuerza Popular (derecha populista), que controla el Congreso peruano, se sumió en una crisis interna que puede derivar en un quiebre, tras haber sido por años una fuerza monolítica.

Mientras el partido está en la orfandad, el patriarca del clan, el expresidente Alberto Fujimori (1990-2000), permanece en calidad de detenido en una clínica desde que el 3 de octubre la justicia anuló un indulto a su favor, y ordenó su vuelta a prisión.

A sus 80 años, el ex presidente de ancestros japoneses vislumbra dos escenarios: reconciliación familiar y unidad partidaria o ruptura definitiva entre sus hijos Keiko y Kenji, con el consecuente debilitamiento y eventual extinción del partido.

Kenji, de 38 años, aspiraba a crear su propio partido de cara a las elecciones de 2021, tras una amarga pugna con su hermana mayor.

Entonces «Kenji podría ser la única opción para mantener vigencia, pero estimo difícil que los hermanos se reconcilien», señala Tafur.

«La posibilidad del liderazgo de Kenji es aún lejana. Está sentido por la crisis interna que vivió a inicios del año y en el actual escenario no ha logrado conducir al fujimorismo hacia alguna alternativa», dice a la AFP el politólogo Carlos Meléndez.

 

Superó la crisis de 2000

 

El fujimorismo es una amalgama populista autoritaria, con conservadurismo moral y apoyada en un modelo económico neoliberal, que consigue muchos votos en todos los estratos sociales de Perú.

A pesar de sus actuales problemas, el movimiento no atraviesa una crisis terminal, advierten los analistas, y recuerdan que pudo recuperarse de la caída de Alberto Fujimori, quien renunció a la presidencia por fax desde Japón en el año 2000, en medio de un escándalo de corrupción generalizada.

«El fujimorismo está hoy en una de sus crisis más profundas, parecida a la del 2000, pero no tan grave como esa», precisa a la AFP el analista político Augusto Álvarez Rodrich.

«No está muerto, aunque nunca volverá a alcanzar el esplendor de 2016», cuando logró el control del Congreso en las elecciones legislativas de ese año, agrega Álvarez, columnista del diario La República.

El colapso del gobierno de Alberto Fujimori, quien había ganado tres veces la presidencia (1990, 1995 y 2000), hizo trizas el caudal político del que gozó en la década de 1990.

 

 

En las presidenciales de 2001, el exministro de Economía fujimorista Carlos Boloña obtuvo sólo 1,69% de votos y en 2006 el apoyo subió a 7,43% con la legisladora Martha Chávez.

El fujimorismo se reposicionó cuando Keiko aceptó el pedido de su padre para incursionar en política en 2006, año en que fue la candidata más votada al Congreso.

Keiko postuló a la presidencia en 2011 y cosechó un sorprendente 48,55% y, en 2016, arañó la victoria con 49,88%. Esa vez perdió ante Pedro Pablo Kuczynski por apenas 40.000 votos. Y Kenji fue el candidato más votado al Congreso.

Amargada por creer que le robaron la victoria, Keiko dirigió una campaña de demolición contra Kuczynski, quien renunció en marzo acorralado por el fujimorismo tras salpicarle el escándalo de Odebrecht.

 

«Rearmar el capital político»

 

Si Keiko no logra salir libre pronto y Kenji no toma las riendas, queda la opción de recurrir a un nuevo líder, ajeno a la familia, para intentar que este movimiento conserve su caudal electoral.

En un país dividido entre fujimorista y antifujimoristas, el reto de los herederos de Alberto Fujimori pasa por enlazar el pasado con el porvenir apelando a consensos, estima Meléndez.

El tónico reconstituyente del fujimorismo pasa por rearmar «su capital político en base al recuerdo del líder fundador porque es quien puede mostrar aún resultados concretos, como la recuperación económica y el fin de la crisis social» indica Meléndez, en alusión a que el exmandatario tuvo éxito en acabar con la hiperinflación y la violencia política.