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Claves para la huerta en primavera: ¿cómo lograr una buena cosecha?


 

Por Francisco Pescio

Temperaturas más moderadas, ausencia de heladas y mayor disponibilidad de luz solar son las condiciones de la estación soñada por los huerteros. ¿Cómo cuidar los cultivos en primavera con el objetivo de asegurar una buena cosecha?

Como regla inicial, la siembra de las especies de primavera- verano recién se puede empezar una vez concluido el riesgo de heladas, es decir a fines de agosto para el norte del país, septiembre-octubre para el centro y noviembre para la Patagonia.

Para algunas especies lo recomendable es pasar completamente el período de frío. Octubre resulta ideal, en este sentido, para las hortalizas que requieren trasplante –especialmente el tomate, el morrón y la berenjena– y especies de siembra directa, como zapallos y maíces.

Es también un buen momento para cultivar papas y batatas, las cuales aparecerán al concluir el verano.

Muchas de las plantas de la huerta se podrán cosechar para consumir, aunque se recomienda, además, conservar algunas plantas hasta que completen su ciclo y conseguir, de ese modo, la autoproducción de semillas.

Como el tomate es un cultivo que necesita mucha fertilidad, es importante contemplar el agregado de una buena cantidad de abono al suelo.

Con respecto a los frutales, en la primavera, estas plantas se despiertan, lo que significa que tienen una gran actividad. Debido a esto, no es recomendable podarlas, aunque es una excelente época para hacer injertos. Un buen consejo es colocar en cada planta, al momento de floración, varias trampas de olor para moscas de la fruta, lo que permitirá disminuir los problemas que ocasiona este insecto perjudicial.

Para iniciar un cultivo se puede realizar la siembra directa o la siembra de almácigo con trasplante. La primera consiste en colocar las plantas en el lugar donde permanecerán hasta la cosecha. Esta técnica se utiliza para sembrar semillas grandes y fáciles de manipular –como zapallo, zapallitos, melón, entre otros– o especies que no se adaptan al trasplante, como zanahoria, perejil o espinaca.

En cambio, cuando sembramos semillas pequeñas como berenjenas, pimientos y coliflor, primero, realizamos la siembra de los plantines en un almácigo y, luego, una vez crecidos, se trasplantan a su lugar definitivo.

Sin importar la técnica de cultivo que se emplee, siempre es conveniente regar tras sembrar.

Cada vez que siembre, debe tener en cuenta dos factores: la profundidad y densidad. El primer factor se calcula a partir de las dimensiones de la semilla: debe ser de dos a tres veces su tamaño.

En cuanto a la densidad es la cantidad de semillas que se ubican en una superficie productiva según su extensión. Sobre todo, si se produce en contenedores, cuando se colocan muchas semillas en un espacio reducido, las plantas no podrán desarrollarse y será necesario hacer un raleo del excedente.

Aunque varían entre las especies, hay ciertos indicios que nos señalan el momento oportuno para el trasplante. Las verduras de hoja –repollo, lechuga, acelga, coliflor, por ejemplo– se trasplantan cuando tienen tres o cuatro hojas verdaderas, es decir, bien desarrolladas. En cambio, otras especies como tomates, berenjenas y cebollas, cuando su tallo alcanza el grosor de un lápiz.

(*) Especialista del INTA AMBA, Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria.