Opinión

Charla de Candi: El sentido de la vida, el amor


 

-Llorando y desnudos venimos al mundo y llorando en el corazón, y desnudos también, nos vamos. Y desde ese primer llanto hasta el último, la vida es un suspiro, un relámpago, una estrella fugaz que brilla un instante y se hace nada y oscuridad al otro.
-De modo que…
-De modo que es bueno y necesario detenerse un momento en esta exigua existencia y preguntarse: ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué es lo que de veras hace interesante esta vida? ¿Cuál es el sentido? ¿Cómo alcanzarlo?
-Es demasiado para una humanidad que en no pocos casos ha perdido el rumbo.
-Es suficiente para una porción de esa humanidad que quiere pensar, meditar, darle un sentido plausible a su vida. No hemos venido aquí a perder tiempo en asuntos insustanciales; no hemos venido a sufrir (y si sufrimos casi siempre es por causa de otros hombres o por propias insensateces); no estamos aquí para procrear y nada más. Estamos para tener gozo y hacer que otros también lo tengan.
-Si otros cuyas acciones dan como resultado nuestro sufrimiento, no veo como poder evitarlo.
-Sabiendo que disponemos del poder para neutralizar esa acción o el efecto de la misma. Y ese poder está en nuestra mente y en nuestro espíritu; en la fe, en la confianza en nosotros mismos, en la esperanza y en el amor por nosotros. Ese amor que, una vez consolidado, debe transformarse en amor por los demás, por toda la creación. Cada uno de nosotros, Inocencio, decidimos qué actitud tomar ante la adversidad: luchamos hasta vencer o nos rendimos sin luchar. Esta última no es una buena elección. Es una alternativa sin sentido, absurda por donde la mire. Pero ¡cuidado! También necesitamos tener actitudes en la prosperidad, acordarse de que no somos dioses, que no somos invulnerables. Es decir, en la prosperidad calmos, prudentes y agradecidos y no caer en la vanagloria y el orgullo que llevan a morder el polvo, tarde o temprano, de la angustia.
-¡Gozar de la vida, eh!
-Así es. Pero un verdadero gozo, no solo el efímero placer que ofrece el mundo, que es bueno, necesario, pero no determinante. Hay que dejar una marca, Inocencio, hay que dejar una obra de arte, una poesía. Y esta obra de la que hablo, esta poesía de la vida, que es la más sublime, la más maravillosa, no es una pieza musical, ni una escultura, ni una pintura, ni un escrito magistral, es el amor, Inocencio. ¡el amor! Hay que pasar por este plano de modo que cuando nos vayamos desnudos y llorando en el corazón, alguien, al cabo de los años, nos recuerde diciendo: “pasó por el mundo amando, es decir ayudando al Creador en su obra”. Errores cometeremos todos, claro; pecados, ¿y quién no? Pero que nuestro espíritu no quede callado y con culpa cuando el Gran Tribunal del universo nos pregunte: ¿te amaste? ¿Amaste a tu prójimo y a cada porción de la Creación? Amar, Inocencio, amar, que es sentir la necesidad de lo bueno, desear hacerlo y consumarlo. Ese es el sentido de la vida y ahí está el genuino goce.