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Buscan regular la industria satelital para evitar el aumento de la basura espacial


La huella ambiental de la humanidad no se restringe a los límites del planeta Tierra sino que se ha trasladado al espacio

La Organización de Naciones Unidas para Asuntos Espaciales (Unoosa) presentó una serie de directrices para la reducción de desechos durante el diseño, lanzamiento, operación y disposición final de satélites y naves espaciales para evitar que siga aumentando la basura en el espacio, que se estima que ya está cerca de 11 mil toneladas orbitando la Tierra.

La huella ambiental de la humanidad no se restringe a los límites del planeta Tierra sino que se ha trasladado al espacio. Desde 1957, cuando el satélite ruso Sputnik dio inicio a la carrera espacial, más de 15.700 satélites fueron lanzados y actualmente la mitad está en desuso. Según datos de la Agencia Espacial Europea (ESA), hay unas 10.900 toneladas de chatarra orbitando en el espacio.

El problema tiende a incrementarse mientras las misiones satelitales crecen exponencialmente, impulsadas no sólo por las agencias espaciales gubernamentales sino por empresas privadas, como Starlink, del magnate Elon Musk, que ya puso en órbita más de 3.000 satélites y planea lanzar 12.000 para ofrecer servicios de internet en todo el mundo. Según el último reporte de la ESA, el año pasado se lanzaron más satélites que en los 65 años de historia previos.

En la película «Gravity» (2013), Sandra Bullock y George Clooney son dos astronautas «varados» en órbita tras chocar con un trozo de basura espacial. Esto que ocurrió en la ficción, ¿podría darse en la vida real?

La respuesta es afirmativa. «La carrera espacial se inició con el pensamiento de que el universo era infinito. Pero cada vez más objetos quedan orbitando la Tierra y esto constituye un riesgo de colisión con otros satélites y misiones tripuladas, lo que obliga a las misiones espaciales actualmente operativas a hacer maniobras para esquivarlos», apunta el astrónomo Marcelo Colazo, gerente de Vinculación Tecnológica de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae).

«Esto genera costos y riesgos adicionales, ya que cada maniobra consume combustible y reduce la vida útil de los satélites», comenta.

El peligro no está solo en los satélites apagados y en otros objetos «grandes» que pueden ser monitoreados, sino también en las partículas pequeñas, de menos de 10 centímetros.

«Los objetos en la órbita baja terrestre (400 a 1000 kilómetros de altura) viajan a 28.000 kilómetros por hora aproximadamente, lo cual hace que una colisión de objetos, por pequeños que sean, resulte catastrófica para naves tripuladas», explica, por su parte, el astrónomo Diego Bagú, director del Observatorio Astronómico y Planetario de la Universidad Nacional de La Plata.

Además, un choque de grandes satélites produciría una «reacción en cadena» a partir del desprendimiento de pequeños residuos, que podrían colisionar a su vez con otros objetos.

Pero la chatarra espacial no sólo es peligrosa por su potencial de colisionar, sino por la contaminación lumínica que provoca al reflejar la luz de los astros. Un estudio elaborado por la Royal Astronomical Society de Reino Unido en 2021 indica que la cantidad de objetos que orbitan la Tierra podría elevar el brillo del cielo nocturno en más de un 10% en gran parte del planeta.

La problemática de la «basura espacial» es tal que la Organización de Naciones Unidas para Asuntos Espaciales (Unoosa) presentó una serie de directrices para la reducción de desechos durante el diseño, lanzamiento, operación y disposición final de satélites y naves espaciales.

Estas directivas «apuntan a que satélites, naves y cohetes lanzadores no queden en órbita», explica Colazo.

«Entre otras, indican que hay que guardar combustible para bajarlos cuando termine su vida útil. Una vez que los vehículos espaciales reingresan a la atmósfera, a menos de 700 kilómetros de altura las capas son más densas. Esto produce un roce, y los objetos se parten en pedazos y se desintegran por el calor. Algunos pueden caer, generalmente en el océano ya que el 70% de la superficie terrestre es agua», explica el astrónomo y aclara que Argentina forma parte de Unoosa y la Conae cumple con estas normativas cuando realiza misiones espaciales junto a otras agencias internacionales.

«Nuestros satélites están diseñados para que reingresen a la atmósfera en un plazo no mayor a los 25 años», afirma.

Las directrices también prohíben la destrucción intencional de los vehículos de lanzamiento y naves espaciales, ya que esto genera el desprendimiento de piezas y partículas con potencial de colisionar.

Algunas agencias espaciales trabajan activamente en misiones de «limpieza» como ClearSpace, a cargo de la Agencia Europea (ESA). El objetivo es lanzar una nave en 2026 que capture la chatarra a partir de redes magnéticas y luego, a partir del encendido de un motor para disminuir la velocidad orbital, el vehículo y su carga se incineren en la atmósfera.

«Las alternativas de mitigación de la basura espacial se vienen discutiendo hace varios años y las soluciones tecnológicas ya están disponibles. El problema es que implican un costo que las agencias espaciales o compañías privadas evitan afrontar. Sin embargo, el no pagar ese costo ahora implica una amenaza para el futuro de la actividad espacial», concluye Bagú.