En esta edición, que comenzó el 6 de enero y se extiende hasta el 24 de febrero, cuatro comparsas recorren los 500 metros de pasarela al aire libre desplegados a lo largo de la antigua estación de tren, convertida ahora en el corsódromo Jose Luis Gestro, y se disputan el premio a la mejor del año
Por Florencia Fazio – Télam
Entregarse al baile en homenajes y con alegría, pronunciarse a través de trajes y carrozas, reforzar lazos de pertenencia, pero, sobre todo, convertir la ciudad en una fiesta durante diez noches, son algunos de los puntos que sobrevuelan los relatos de quienes trabajan para hacer que cada año el carnaval de Gualeguaychú siga siendo el más convocante de Argentina.
En esta edición, que comenzó el 6 de enero y se extiende hasta el 24 de febrero, cuatro comparsas recorren los 500 metros de pasarela al aire libre desplegados a lo largo de la antigua estación de tren, convertida ahora en el corsódromo Jose Luis Gestro, y se disputan el premio a la mejor del año.
En este teatro a cielo abierto, cada comparsa defiende un relato: Papelitos invita con «Valkë, ser nórdico antiguo del oeste» a repensarse sin límites; Marí Marí en «Amanecer prometido» reivindica al sol como fuente de energía y alegría; Kamarr expone en «Chá, la revelación de la tierra» al ser humano en la lucha entre tecnología y naturaleza; y O´Bahía recorre con «Vuela» el proceso de la vida de su histórica directora; en definitiva, en alguna parte, todos ellos reflexionan sobre el devenir de la humanidad.
Las más de 600 personas que trabajan en el corsódromo, las comparsas, la puntualidad, las gradas de cemento, los sectores VIP y servicios sanitarios, la variedad gastronómica y la numerosa cantidad de luces y colores que escoltan la pasarela y sus alrededores, exhiben un proceso de profesionalización del espectáculo que recibió, por primera vez, la autorización para festejarse en las calles del centro de Gualeguaychú en 1840.
En el extremo inicial de la pasarela hay un espacio conocido como la zona de la previa, donde, desde temprano, descansan percheros con cientos de espaldares de todos los tamaños y tonalidades, construidos con armazones de hierro que se cuelgan como mochila y que pueden pesar hasta 50 kilos, e imponentes tocados adornados con strass y extensas plumas de varias especies de aves.
En este sitio también espera una docena de carros: algunos rozan los 12 metros de altura y 20 de largo, con formas de barco vikingo, un rey sol, animales mitológicos o guerreros, entre más, de colores fuertes y con gigantes estructuras giratorias y colgantes, soportadas sobre hierro, revestidas con teflón, empapeladas o con cartapesta y, luego, pintadas.
Es difícil imaginarse la sinergia dentro de las carrozas, pero cuando caiga la noche, estarán avanzando por la pasarela y cada uno de sus elementos estará en movimiento, con carnavaleros pendiendo de alguna parte, muchos bailando en plataformas, los juegos de luces alternando de color a la par de la música que estará interpretando en vivo la banda de cada comparsa arriba de un escenario móvil.
En las tribunas, la gente bailará y arengará a la par del histórico animador del festival; se convertirá en amante del detalle y filmará las particularidades de cada traje y el arte en el maquillaje cada vez que integrantes de la comparsa se acerquen a la tribuna y el jurado, que evalúa vestuario, música, batucada y desplazamiento, no quitará ni un segundo los ojos de la pasarela.
Varios carnavaleros saldrán de la boca de un insecto gigante con rostro de humano, que girará de lado a lado y que encabezará uno de los carros de Kamarr, de unos siete metros de alto, teñido en las gamas de azul y verde, con algunos sectores en blanco y detalles anaranjados; los trajes de los integrantes se distinguirán por el brillo del dorado y, adelante, aves irán despejando el camino con su baile.
También, dos manos colosales harán girar un reloj de arena en el frente del carro de apertura de O’ Bahía, donde se recrea el taller de Ana (Peverelli, directora histórica de la comparsa fallecida el año pasado) y que representa el lugar sin tiempos ni espacios, «donde todo es posible», cuenta a Télam Fabián Scovenna, director de la comparsa.
Bailarán hechiceras de Marí Marí vestidas enteramente de color negro, abrirán sus libros, lanzarán un conjuro y sus hojas se prenderán fuego; detrás de ellas, un carro gigante, imponente por su negrura y estilo gótico, con destellos grises y formas de lanzas, las escoltará y tratará de que el sol, enorme y brillante, representado en una carroza de unos ocho metros de alto y casi 20 de largo, no vuelva a iluminar.
En contraste, un chivo gigante desfilará montado por varios vikingos de expresiones serias, barbas largas de color bordó y cornamentas; una vikinga reirá a carcajadas con sus palmas hacia arriba; los tonos pastel armonizarán con los colores característicos de cada una de las cinco comparsas de Gualeguaychú, en «una historia que conmemora a las madres fundadoras de cada una de ellas», explica Vanesa Mantegazza, jefa de Vestuario de Papelitos.
Sin embargo, durante la tarde estas áreas llenas de vida están desiertas, excepto por algún trabajador que repara algo a último momento en la zona de la previa o técnicos y coordinadores que ultiman ubicaciones en la pasarela, tras una temporada de movimientos que tuvo su punto de partida muchos meses atrás.
«Todo empieza en abril, cuando cada comparsa presenta el proyecto a la Comisión del Carnaval, y en mayo todo el equipo arranca con los preparativos, pero siempre hay imprevistos», cuenta Scovenna en la zona de la previa, donde todavía pega el sol y un puñado de personas a contrarreloj vuelve a pintar una parte frontal del reloj de arena giratorio de la carroza principal.
En estos momentos, el grueso de quienes dan vida a cada comparsa están reunidos en sus talleres, algunos son galpones de chapa altos y amplios, otros son escuelas o clubes; casi todos están a pocas cuadras de la zona de la previa, hacia donde trasladan cada sábado sus tres carrozas y los destaques (carros más pequeños).
En los talleres, se reúnen los integrantes de la comparsa y sus familias, aguateros, maquilladoras, vestuaristas, costureras, asistentas, directores, encargados de la comida y de la bebida, sonidistas, arengadores, músicos, entre más.
«Los integrantes van a su espacio. O’ Bahía tiene el colegio del Club de Pescadores. Todos tienen un número para maquillarse. Después sigue el cambiado, que nos lleva una hora. La comparsa tiene que estar una hora antes de su salida en la previa, donde los carnavaleros se colocan los espaldares y tocados, y se encuentran con otras personas que aman el carnaval, amigos y colegas», precisa Scovenna.
A cuatro cuadras de la zona de la previa, detrás de los paredones de la antigua cárcel de Gualeguaychú, se ubica el taller de Papelitos, la comparsa bicampeona, que busca la tercera copa consecutiva este año.
Frente al galpón de dos pisos, la calle se convierte en kermesse: personas alrededor de dos puestos iluminados con led ponen hielo en vasos, los llenan y se los alcanzan a miembros de la comparsa que van y vienen, o bailan, mientras el olor de la parrilla se esparce por el aire y la música suena fuerte, aunque esto no detiene las conversaciones de quienes esperan su turno para subir.
El primer piso del taller tiene dos habitaciones, una con luces frías y dos series de espejos, donde un grupo se maquilla, y otra, más grande, de techo alto y luces tenues, donde están todos los trajes colgados y que funciona como camarín; mientras tanto, personas que hablan por handies se acomodan -como tetris- para subir y bajar la angosta escalera, y otros integrantes dan entrevistas.
«Tengo un equipo de 13 personas para maquillar, porque son unos 250 integrantes en la comparsa. Cada maquillaje está en relación con la temática, el traje y el plumaje, y cada escuadra tiene su diseño particular», cuenta Juliana Elicalde, la jefa de Maquillaje, y enfatiza que Papelitos le dio «una familia».
En cada uno de los espejos se reflejan diferentes combinaciones de colores, formas y brillos que dan vida a los personajes, como los saqueadores, con tonalidades doradas y glitter verde, o las gaviotas, con delicadas líneas en tonos claros que resaltan las miradas.
Esta circulación de energía se proyecta del corsódromo a toda la ciudad: una marea de gente se adueña de la calle, también se escucha música, hay puestos con merchandising, y se prevé una ocupación hotelera del 100% para el fin de semana largo.