Una hilera de pisadas de saurópodos, terópodos y anquilosaurios del periodo Cretácico se observan en una roca inclinada del Parque Nacional Torotoro, en el centro de Bolivia, una nueva meca de la paleontología que cuenta con más de 3.500 huellas de dinosaurios.
Con unos 50 metros de alto por 30 de ancho, esta roca caliza sufrió una inclinación de alrededor de 45 grados por los movimientos tectónicos y hoy es testigo de un pasado que ocurrió, según los científicos, hace alrededor de 80 millones de años.
Las pisadas varían en tamaño, entre 20 y 50 centímetros, están en dirección sureste-noroeste, en una aparente migración de animales por Torotoro, en los valles subandinos del departamento de Potosí, un Parque Nacional de unas 16.570 hectáreas.
Las 3.500 huellas pertenecen, según los investigadores, a ocho especies de animales prehistóricos y colocarían a esta región boliviana, de un agradable clima templado, en la segunda reserva paleontológica del país, tras la reserva de Cal Orcko, en el departamento sureño de Chuquisaca, donde se estima que hay unas 12.000 pisadas de cerca de 300 especies de dinosaurios.
El paleontólogo boliviano Ricardo Céspedes explica a la AFP que «los primeros registros» sobre pisadas de dinosaurio en los sitios paleontológicos de Bolivia corresponden a varios tipos de dinosaurios de diferentes épocas.
Pertenecen principalmente a tres grupos: terópodos, carnívoros que dieron origen a las aves y que dejaron huellas tridáctilas; los saurópodos, gigantescos animales herbívoros con huellas muy grandes y similares a los braquiosaurios; y los anquilosaurios, que fueron animales acorazados.
Céspedes asegura que las huellas de la primera capa de rocas calcáreas podrían remontarse a unos 86 millones de años. Tras «una ausencia de casi 10 millones de años», surge otra capa con pisadas de «alrededor de 76 a 72 millones de años», explica.
Más huellas
José Pérez, guía turístico local, no descarta que pueda haber más huellas adicionales a las 3.500 encontradas hasta ahora en los cerros y montañas que rodean el pueblo de Torotoro. «Se necesita una investigación más completa», afirma.
Pérez utiliza pequeños animales de caucho para explicar a los visitantes cómo eran los dinosaurios que pulularon por el lugar y cómo caminaban. Incluso se agacha y se pone a cuatro patas para imitar a un anquilosaurio.
El Parque Nacional, uno de los 22 que hay en Bolivia, se encuentra a entre 2.000 y 3.6000 metros sobre el nivel del mar. El poblado de Torotoro es su capital rural y cuenta con unos 12.000 habitantes quechuas, principalmente agricultores pobres.
Desde la década de 1990, la alcaldía y sus habitantes tienen la aspiración de convertir el turismo en una fuente de ingresos para el pueblo, al que se llega tras cinco horas en vehículo por una tortuosa carretera de tierra.
Pinturas rupestres en «Ciudad de Itas»
Torotoro no sólo fue el hábitat de animales prehistóricos. La cercana «Ciudad de Itas», una formación rocosa natural dentro de una colina con bloques de piedra que asemejan paredes, columnas y marcos de puerta de hasta 30 metros, también alberga un tesoro artístico rupestre.
Un sol, serpientes, llamas (auquénidos andinos) o incluso figuras antropomorfas se observan en algunas paredes de las cuevas probablemente construidas por pueblos nómadas hace 6.000 años.
En algunas cavernas hay orificios en la parte superior, por donde se desliza la tenue luz del día. El ingreso a «Ciudad de Itas» se realiza por estrechos pasadizos, angostos caminos de herradura para una o dos personas y desniveles y gradas filosas.
Las formaciones son el resultado del viento, la erosión e inundaciones de millones de años.
Mario Jaldín, de 66 años y uno de los más veteranos guías turísticos de Torotoro, señala que el origen del nombre de la ciudad difiere. Antes se llamaba «Ijtata» (ciudad de piedras, en idioma aymara) e «Ita» es muy parecida a la palabra «piedra» en guaraní. Empero, también dice que alguien en el pasado la bautizó así por ser muy semejante a un poblado de los hititas, asentado en la actual Turquía entre los siglos XVIII y XIII a.C.
Muchas cuevas aún están sin explorar, se lamenta Jaldín, quien urge ayuda estatal para más investigaciones que ayuden a la zona a convertirse en un polo turístico.