La reconocida periodista dialogó con CLG y opinó sobre la actualidad de los medios de comunicación
Por Mario Luzuriaga
Beatriz Sarlo, una de las más reconocidas escritoras y periodistas del país, inicia un nuevo ciclo de charlas llamado Plataforma de pensamientos. Abordará, entre otras cosas, «La exhibición del yo», en el que se plantea una reflexión, y actualización, de algunos temas más urgentes. También repasa su último libro, titulado «La intimidad pública», en donde habla sobre los medios de comunicación.
En una charla mano a mano con CLG, Sarlo analizó lo que sucede actualmente en la televisión y también explicó que no se siente cómoda con el hecho de que siempre le pidan opinar sobre política.
— Usted es una palabra autorizada en política. ¿Siente que a veces le produce cierta incomodidad cuando le preguntan únicamente sobre ese tema?
— Yo sé que soy la responsable. Una vez por semana escribo mi columna de política y no tengo inconvenientes si me preguntan del tema. Ahora, también tengo libros publicados y siempre empiezan rápidamente a preguntarme por el libro, para luego meterme de lleno en el tema político. Lo que yo aprecio de mi actividad son los libros que publico, lo que trato de pensar. Si se aprecia lo político, tendré que conformarme. Uno no puede culpar a los demás. Algo debo haber hecho.
— ¿Qué opinión tiene sobre los medios de comunicación?
— En el libro básicamente trabajo la figura de los mediáticos, las celebridades y las estrellas, que son cosas diferentes. La estrella tiene una permanencia. Como Mirtha Legrand o Susana Giménez, que tienen 20, 30, 40 o, en el caso de Mirtha, mejor no decir la cantidad de años en el medio. Las celebridades pueden ser completamente fugaces. Yo le pregunto a usted si se acuerda de «El Polaco», que fue muy célebre en el Bailando de Tinelli. Ese tipo de celebridades, a los años, nadie las recuerda. ¿Quién se acuerda de los que aparecían en la casa de Gran Hermano?
— Algunos recordamos ciertos personajes que pasaron por ahí, pero el común de la gente no…
— Y tuvieron horas y horas de televisión. Por lo tanto yo hago esa diferencia, ya que las celebridades tienen una carrera corta y las estrellas, que se van probando con el tiempo, llegan a esa permanencia en los medios y en el recuerdo de la gente.
— Ya no hay más estrellas, pero se olvidó de Marcelo Tinelli…
— Es un gran productor de celebridades efímeras. Es una estrella caníbal, digamos (risas). Vive de producir y devorar a esas celebridades, pero tiene mucha inteligencia para crearlas. También Jorge Rial es así.
— Si habla de Rial, ¿no cree que nos vamos al camino de lo mediático?
— Sí, de mediáticos fugaces, por el tipo de programa que él tiene. Son esos programas de media tarde, aunque no hay que olvidarse de la casa de Gran Hermano, en donde crearon a esos mediáticos que duraron un año. Podemos buscar sus nombres y creo que si hacemos una encuesta pública, muy pocos se van a acordar de ellos. Casi nadie. Lo que yo estudio en el libro es, justamente, el tránsito de esas personas que brindan lo que tienen. Ellos no engañan a nadie, no están diciendo que pueden recitar «Hamlet» y convertirse en lo que no son. Tienen una cultura media baja, pero por algún tipo de exposición, sea de su intimidad o su cuerpo, logran ese «golpe de la fama».
— ¿Qué piensa de los familiares de esas celebridades que aparecen y también se exponen?
— Esos ‘hermanos de’ o ‘primos de’ viven de eso que cae de los bolsillos de los que producen algo. Esa gente se aprovecha de los que tienen ese «golpe mediático» de ocho meses. No se puede criticar porque sucede también con los ricos.
— ¿Cree que hoy en día la televisión quedó estancada?
— Consumimos una cantidad de televisión, que son series y películas, hechas para gente del extranjero. (Adrián) Suar produce ficción, grandes programas, y eso es bajo el modelo de ciertas televisiones ricas en ficciones. Pero parece ser que la ficción de estos famosos súbitos y verdaderamente veloces en desaparecer, es la más barata. Puedo asegurarle que si usted ve mucha televisión norteamericana, lo que sucede allí no se convierte en el tema del día.
— Tendríamos que remontarnos a las grandes telenovelas producidas por Romay…
— Es probable que también algo hecho por Suar haya tenido el mismo impacto. El otro formato no es exportable. Presentar al «Polaco» no lo es. Lo que se produce es una televisión de consumo estrictamente local y crea un público habituado a ese consumo. Alguien hará negocios con eso.
— ¿Y en el caso de ciertos programas con una vuelta un poco más cerebral, como «Los Simuladores» o «Tiempo Final»?
— No es casual que usted mencione a «Los Simuladores», de Szifrón. Es lo que los sociólogos lo llaman «El caso de uno». Mientras, las celebridades súbitas en la media tarde de Rial, que aparecen y desaparecen como estrellas fugaces, no son caso de uno, son muchísimas. El público de esa televisión vive del cambio y no de la estabilidad. Uno podría decir que hay cierto público al que seguir las idas y venidas de un ficción complicada le resulta difícil. Se podría poner sobre la mesa una serie de interpretaciones que habría que hacerlas con encuestas más poderosas.
— ¿Qué opinión tiene sobre los programas de archivo?
— Casi no los recuerdo, en el sentido de que son tan fugaces como los archivos que exhuman. Alguien puede recordar en Estados Unidos algunos de los principales programas de Oprah Winfrey, una de las estrellas de la televisión norteamericana. A nadie se le ocurre hacer archivo de esos programas, porque se caracterizan de estar activamente conectados con el presente, ya sea política o culturalmente.
— También se cambió la manera de ver los programas políticos. Antes estaba Bernardo Neustad o Mariano Grondona, y hasta hace poco estuvo 678 y ahora Intratables. ¿Cree que se desvirtuó el esquema de esos programas?
— Sí y además, por otra parte, cuando uno mira los ratings de estos programas, los números son bajísimos. Lo cual marca que el interés en lo político es poco. No sé cómo medían los de Neustad y Grondona.
— Se puede decir que son estilos muy distintos. Uno con un panel de periodistas críticos, y el otro más de gritos e ir al choque.
— Estoy de acuerdo, y le agrego una cosa que todavía me alarma más: la política se ha vuelto más compleja y los programas políticos, más simplificadores. Yo no digo que la televisión tenga que hacer explicaciones que vendrían bien hacerlas en la Universidad de Rosario, de Córdoba o de Buenos Aires. Pero cuando uno ve televisión del exterior, ciertos programas que están a altas horas, norteamericanos o ingleses, observa que no son simplificadores. El Brexit, para poner como ejemplo, está tratado con bastante detalle. Es un problema muy complejo, no es simplemente ponerse el sombrero e irme de Europa o me lo saco y me quedo. La televisión se hace cargo de esas complejidades.
— ¿Cree que la televisión, tal como la vemos, puede desaparecer?
—Ya está desapareciendo la televisión que conocí en mi adolescencia. La pelea por un momento de televisión no existe más, porque si me lo pierdo lo puedo ver en YouTube. En general se sube todo ese contenido a otras plataformas, por ende ya está desapareciendo el «minuto a minuto». No le tengo desconfianza al avance tecnológico, pero tampoco tengo un optimismo automático. La gente no lee mucho porque lee dos líneas de Facebook por minuto.