Por Diego Añaños
Hemos hablado en más de una oportunidad de la restricción externa, un fenómeno que hace que algunos países no puedan desarrollarse por la imposibilidad de generar, en el largo plazo, las divisas externas que necesita para tal fin. Recurrentemente, la Argentina sufre las consecuencias producidas por este fenómeno, de carácter estructural, y que ocluyen la posibilidad de crecer consistentemente en el largo plazo. Por otro lado, cuando se registra un proceso de crecimiento sostenido durante un período de tiempo considerable, las mismas razones que impulsan el crecimiento, terminan obstaculizando la permanencia de la bonanza. ¿Cómo se explica este fenómeno? Bien, un crecimiento del nivel de actividad hace que aumente la demanda de importaciones, lo que produce dos efectos: por un lado, presiones sobre el tipo de cambio (que vía pass throug se traslada a los precios), y por el otro, un empeoramiento de la balanza comercial.
Muchos analistas se encuentran eufóricos ante el sustancial mejoramiento de los precios internacionales de las materias prima registrado en los últimos tiempos. Según sus proyecciones, ello no sólo va a favorecer a los sectores exportadores, sino que permitirá que el gobierno recaude más por la vía de las retenciones, lo que a su vez mejorará la posición financiera del Estado Nacional. Suena lógico: una mejora del saldo neto de nuestra balanza comercial (digamos, una mejora en la ecuación de generación de dólares por la vía genuina), sólo es el anticipo de que las cosas van a mejorar en el mediano plazo, tanto para el sector agropecuario como para las cuentas del Estado. Sin embargo las cosas no son tan simples en la Argentina. Pero para eso es necesario recordar una historia.
En la década del 60 los Países Bajos descubrieron grandes yacimientos de gas en Slochteren, cerca del Mar del Norte. Tanto las empresas como las autoridades estaban muy entusiasmados ante un suceso de tal magnitud, y las perspectivas de crecimiento económico no tenían techo. Pero no duró mucho la fiesta. A medida de que el gas descubierto comenzó a ser exportado, los ingresos de divisas extranjeras se multiplicaron exponencialmente, y el saldo positivo de la balanza comercial no dejaba de crecer. Ahora bien, hay una regularidad económica que funciona prácticamente bajo cualquier circunstancia: cuando la oferta de una mercancía crece, baja su precio (como pasa con las naranjas en invierno o las sandías en verano). Un aumento desmesurado de la cantidad de dólares, provenientes de las exportaciones de gas, hizo que el precio del dólar se pinchara y, como contrapartida, el precio del florín se disparara. Simple, es una cuestión de escasez relativa: si crece la oferta de dólares, el precio del dólar baja (y como contrapartida el precio de la moneda local sube). El efecto inmediato de la apreciación de la moneda neerlandesa fue la pérdida de competitividad de todas las exportaciones no relacionadas con el sector que produjo el boom. Paralelamente, la apreciación de la moneda local, abarató las mercancías extranjeras, lo que produjo un aumento fuerte de las importaciones. Los empresarios locales, claro, no podían competir con los productos que llegaban desde fuera de sus fronteras, y la industria local se vio severamente afectada (por lo que creció también el desempleo). La teoría denomina a ese fénomeno dutch disease, o enfermedad holandesa.
Dada la configuración de la estructura productiva argentina, el país se ve sometido a los efectos de la restricción externa y de la enfermedad holandesa, por lo cual, pensar en que se puede permitir que sean las fuerzas del mercado las que gobiernen la economía nacional no sólo es un error conceptual, es literalmente un suicidio.
Se vienen momentos de decisiones importantes para Martín Guzmán. Las materias primas vienen registrando un aumento sostenido desde hace algunos meses. De hecho el precio de la soja ya está algo más de un 88% por encima del piso que se tocó en marzo de 2020 por efecto de la pandemia. La cosecha viene bien y se avecina la lluvia de dólares. Ante tal escenario, y frente a un primer trimestre de fuerte impulso inflacionario, el gobierno dejó correr el rumor de que está en estudia un aumento de las retenciones. La medida tiene un objetivo fundamental, y es esterilizar el efecto de la entrada de dólares a la economía. Se busca evitar que la afluencia de divisas aprecie el peso argentino, lo que significa una fuerte pérdida de competitividad de la producción nacional y, a su vez, desacelerar crecimiento del índice general de precios.
Como verán, el dólar es siempre un problema en la Argentina, tanto cuando faltan como cuando sobran. Sin un Estado que regule estrictamente lo que ocurre en el mercado cambiario, el país es inviable. En todo caso, dejar librado que ocurra con el mercado de divisas extranjeras al libre juego de la oferta y la demanda, no sólo configura un grave error conceptual, sino que es un verdadero suicidio macroeconómico.