Ariel Núñez comenzó a tener arritmias a los 50 años y para normalizar el ritmo de los latidos se sometía a electroshock, luego le indicaron un medicamento para el corazón y un anticoagulante que requería análisis de sangre quincenales hasta que una droga de «última generación» con efectos predecibles le evitó «pincharse» y los controles periódicos.
Las arritmias de Ariel se debían a un trastorno cardíaco llamado fibrilación auricular (FA), un latido irregular del corazón que genera estancamiento de la sangre y hace que se formen coágulos que al desprenderse viajan a otras partes del cuerpo, aumentando el riesgo de tener un accidente cerebrovascular (ACV).
“Hace 20 años me hacían choques eléctricos, llagaba al hospital con la presión muy baja y dolor en el brazo. Me revertían la arritmia, andaba bien unos meses y tenía que volver. Una vez me trajeron de Salto a Montevideo con 4-2 de presión, fue la última vez que me hicieron choques eléctricos”, contó Ariel, un uruguayo que hoy tiene 71 años.
Como la arritmia no se revertía, los médicos le indicaron warfarina, una droga que tomó por 20 años hasta que en una vacaciones en Brasil tuvo un problema: “Me agarró una ola y me dio contra el suelo. Cuando volví a Montevideo estuve internado siete días”.
«Por el golpe, una plaqueta (provocada por la) warfarina se desprendió y se alojó en el oído», aseguró Ariel, que quedó con una sordera, y tuvo que cambiar la medicación.
“Con la warfarina tenía que ir a pincharme cada 14 días y la coagulación nunca era normal. Empecé con el nuevo remedio, una pastilla a la mañana y otra a la noche. Fue sensacional porque me evitó los traslados y no se superpuso con ninguno de los medicamentos que tomo”, continuó Ariel, que también es diabético.
La droga indicada se llama dabigatrán, uno de los anticoagulantes de “última generación” que se desarrollaron en los últimos 10 años y entre sus ventajas se incluye que no requieren monitoreo periódico de coagulación, disminuye el riesgo de sangrado, tiene baja interacción con otros medicamentos y ninguna con las comidas, por lo que los pacientes no tiene restricciones en la dieta.
Además, para los nuevos anticoagulantes orales directos existe un “agente reversor” que actúa rápidamente, lo que es fundamental en cirugías de urgencia o sangrados por golpes o heridas.
La FA es el tipo de arritmia más frecuente, “se calcula que de una a dos personas cada 100 la tiene y que una de cada diez personas mayores de 80 años la va a tener”, dijo a Federico Bottaro, del equipo de clínica médica del Hospital Británico, a un grupo de periodistas en Montevideo, entre los cuales estaba Télam.
Los síntomas de la FA son palpitaciones, fatiga, debilidad, mareos, dolor en el pecho y dificultad para respirar, aunque pueden no presentarse por lo que para diagnosticarla son importantes los controles periódicos.
Como prevención, cualquier persona puede tomarse el pulso periódicamente para comprobar que el ritmo de los latidos es regular y, si no lo es, ir al médico, quien indicará un electrocardiograma o un “holter”, que mide la frecuencia cardíaca durante 24 horas.
Las personas con FA tienen un riesgo mayor de generar coágulos en la sangre y eso aumenta el riesgo de tener un ACV hasta siete veces.
“Normalmente, el coágulo se forma en la aurícula izquierda y, por la circulación, viaja al cerebro. Puede haber coágulos que vayan a otras partes del cuerpo pero lo más temido es que vaya al cerebro porque estos infartos dejan a las personas muy enfermas: sin poder mover la mitad del cuerpo, sin poder expresarse o comprender”, agregó Bottaro.
Cada año, 15 millones de personas en el mundo sufren un ACV y, de ellas, más de cinco millones mueren y otros cinco millones quedan con discapacidad permanente, según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“Con el tratamiento anticoagulante, en un paciente con arritmia el riesgo embólico baja en un 64%”, apuntó por su parte María Esther Aris Cancela, jefa de Hematología del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires.
La warfarina fue el principal tratamiento anticoagulante por 60 años, pero tenía algunas complicaciones.
«Era difícil mantener niveles estables de coagulación porque interactúa con muchos medicamentos, como los antibióticos u otras drogas que actúan en el hígado, también con la vitamina K, que están en las verduras de hojas verdes”, explicó Bottaro.
La variación en los niveles de coagulación «aumentaba los riesgos de tener sangrados severos si la sangre estaba demasiado licuada -a Ariel se le llenaba el cuerpo de moretones- o de generar coágulos si el nivel era muy bajo”, agregó el médico.
Y concluyó: “15 años atrás, la vida era mucho más riesgosa para un paciente con fibrilación auricular”.
Las arritmias de Ariel se debían a un trastorno cardíaco llamado fibrilación auricular (FA), un latido irregular del corazón que genera estancamiento de la sangre y hace que se formen coágulos que al desprenderse viajan a otras partes del cuerpo, aumentando el riesgo de tener un accidente cerebrovascular (ACV).
“Hace 20 años me hacían choques eléctricos, llagaba al hospital con la presión muy baja y dolor en el brazo. Me revertían la arritmia, andaba bien unos meses y tenía que volver. Una vez me trajeron de Salto a Montevideo con 4-2 de presión, fue la última vez que me hicieron choques eléctricos”, contó Ariel, un uruguayo que hoy tiene 71 años.
Como la arritmia no se revertía, los médicos le indicaron warfarina, una droga que tomó por 20 años hasta que en una vacaciones en Brasil tuvo un problema: “Me agarró una ola y me dio contra el suelo. Cuando volví a Montevideo estuve internado siete días”.
«Por el golpe, una plaqueta (provocada por la) warfarina se desprendió y se alojó en el oído», aseguró Ariel, que quedó con una sordera, y tuvo que cambiar la medicación.
“Con la warfarina tenía que ir a pincharme cada 14 días y la coagulación nunca era normal. Empecé con el nuevo remedio, una pastilla a la mañana y otra a la noche. Fue sensacional porque me evitó los traslados y no se superpuso con ninguno de los medicamentos que tomo”, continuó Ariel, que también es diabético.
La droga indicada se llama dabigatrán, uno de los anticoagulantes de “última generación” que se desarrollaron en los últimos 10 años y entre sus ventajas se incluye que no requieren monitoreo periódico de coagulación, disminuye el riesgo de sangrado, tiene baja interacción con otros medicamentos y ninguna con las comidas, por lo que los pacientes no tiene restricciones en la dieta.
Además, para los nuevos anticoagulantes orales directos existe un “agente reversor” que actúa rápidamente, lo que es fundamental en cirugías de urgencia o sangrados por golpes o heridas.
La FA es el tipo de arritmia más frecuente, “se calcula que de una a dos personas cada 100 la tiene y que una de cada diez personas mayores de 80 años la va a tener”, dijo a Federico Bottaro, del equipo de clínica médica del Hospital Británico, a un grupo de periodistas en Montevideo, entre los cuales estaba Télam.
Los síntomas de la FA son palpitaciones, fatiga, debilidad, mareos, dolor en el pecho y dificultad para respirar, aunque pueden no presentarse por lo que para diagnosticarla son importantes los controles periódicos.
Como prevención, cualquier persona puede tomarse el pulso periódicamente para comprobar que el ritmo de los latidos es regular y, si no lo es, ir al médico, quien indicará un electrocardiograma o un “holter”, que mide la frecuencia cardíaca durante 24 horas.
Las personas con FA tienen un riesgo mayor de generar coágulos en la sangre y eso aumenta el riesgo de tener un ACV hasta siete veces.
“Normalmente, el coágulo se forma en la aurícula izquierda y, por la circulación, viaja al cerebro. Puede haber coágulos que vayan a otras partes del cuerpo pero lo más temido es que vaya al cerebro porque estos infartos dejan a las personas muy enfermas: sin poder mover la mitad del cuerpo, sin poder expresarse o comprender”, agregó Bottaro.
Cada año, 15 millones de personas en el mundo sufren un ACV y, de ellas, más de cinco millones mueren y otros cinco millones quedan con discapacidad permanente, según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“Con el tratamiento anticoagulante, en un paciente con arritmia el riesgo embólico baja en un 64%”, apuntó por su parte María Esther Aris Cancela, jefa de Hematología del Instituto Cardiovascular de Buenos Aires.
La warfarina fue el principal tratamiento anticoagulante por 60 años, pero tenía algunas complicaciones.
«Era difícil mantener niveles estables de coagulación porque interactúa con muchos medicamentos, como los antibióticos u otras drogas que actúan en el hígado, también con la vitamina K, que están en las verduras de hojas verdes”, explicó Bottaro.
La variación en los niveles de coagulación «aumentaba los riesgos de tener sangrados severos si la sangre estaba demasiado licuada -a Ariel se le llenaba el cuerpo de moretones- o de generar coágulos si el nivel era muy bajo”, agregó el médico.
Y concluyó: “15 años atrás, la vida era mucho más riesgosa para un paciente con fibrilación auricular”.