En el día del Voluntariado Hospitalario, CLG dialogó con Bibiana Lo Coco, quien integra el grupo que día a día acompaña a niños en su proceso de internación
Por Franco Albornoz
Una labor fundamental. Dentro de un gran hospital, hay grandes almas voluntariosas que trabajan en silencio para que todo funcione lo mejor posible, para que el dolor desaparezca, aunque sea por un rato. Así son las voluntarias del Hospital de Niños Víctor J. Vilela. Ellas no reciben reconocimiento económico, pero brindan amor y contención a niños enfermos sin esperar nada a cambio y este sábado, celebran el día del Voluntariado Hospitalario.
Todo comenzó un 5 de mayo de 1968 cuando un grupo de amigas, muchas de ellas esposas de los médicos de la institución, decidieron organizarse para colaborar en el Hospital de Niños. Su misión en aquel momento fue formar a las familias que acudían al hospital en cuidados relacionados con el acompañamiento a los hijos en los tratamientos indicados y en la prevención de enfermedades. Algunas se arremangaron para cocinar, otras para cuidar a los chicos, acompañar a los padres y otras para coser, arreglar y hasta fabricar ropa para los niños internados.
El equipo de voluntarias fue creciendo año tras año y nunca se cerró. Hoy son cerca de 90 mujeres quienes siguen trabajando en distintas áreas del nosocomio. “Nosotras brindamos tiempo y una parte de nuestro corazón, pero como respuesta recibimos un 300 por ciento más de lo que damos”, contó en diálogo con CLG Bibiana Lo Coco, integrante del equipo de voluntarias.
La realidad es que muchas mamás llegan al hospital por una urgencia, o van a una consulta y los niños deben quedar internados. Para muchas de ellas es imposible volver a buscar ropa a su casa porque viven muy lejos, incluso en otras ciudades, o porque no tienen con quién dejar al bebé, entonces necesitan sí o sí algo para poder cambiar a sus hijos. Ahí acuden las voluntarias a auxiliarlas.
“Nuestra tarea es asistir a los niños y a sus familias. Bañamos a los chicos que ingresan sucios, vemos que necesitan, les damos toallas, jabón, ropa nueva y principalmente contención a chicos y sus padres. También jugamos con los pacientes, y les regalamos juguetes y libros. Hay una parte de cosas materiales y otra que tiene que ver con la contención emocional”, agregó Lo Coco.
El trato con niños enfermos se torna difícil por momentos. Y muchas veces resulta imposible no sufrir por el dolor del otro. Pero ellas responden con orgullo, con vocación y pasión por lo que hacen. “La parte más dolorosa es cuando interactuás con un chico durante meses y una mañana vas a visitarlo y te enterás que ya no está, que falleció”, explicó la mujer.
Y continuó: “No queda otra que respirar hondo y seguir, porque en realidad no buscamos contención para nosotros, sino contener a otros. Aunque no hay manera que eso deje de afectarnos y por eso nos asisten con clases de salud mental”.
Para llevar adelante la difícil tarea de manera profesional, el voluntariado del Vilela exige una serie de “protocolos” que son necesarios cumplir. “Nos vacunamos de acuerdo a los distintos brotes, y al trabajar con menores tomamos varios recaudos. Debemos cumplir con 4 horas mínimo de trabajo por semana, y todos los años hay asamblea anual donde se establecen pautas de trabajo”.
“Tenemos pruebas, capacitaciones y antes de quedar efectiva, una vez seleccionada, hay una prueba de tres meses. Nos dividimos en distintos grupos de trabajo encabezados por una coordinadora y a partir de allí desarrollamos nuestro trabajo en los distintos espacios: salas comunes, guardia, espacios con pacientes aislados, terapia intensiva, sala de quemados y aparte todo un sistema de oncología”, enumeró Lo Coco, quien hace dos años y medio forma parte del voluntariado.
Ser voluntaria del Vilela y convivir con historias dolorosas invita a sus integrantes a reflexionar sobre el sentido de la vida y el modo de vivir de la actualidad. “En lo personal, me cambió mucho la cabeza. Uno normalmente es egoísta, y tu problema siempre va a ser el peor. Pero en el hospital te das cuenta que hay mucha gente que la pasa mal, y que daría cualquier cosa para que su hijo siga con vida. Ahí valoras que tenés una familia, salud, y un lugar donde vivir. Salís de tu egoísmo, y te das cuenta de la fragilidad humana. Así empezás a valorar las cosas simples de todos los días”, comentó.
Bibiana, resumió la pasión a esa labor: “Tenemos una necesidad de alma incalculable, que muchas veces la vorágine diaria de atender a los chicos y el trabajo no nos deja ver. Pero ser voluntaria en el Vilela te hace tomar conciencia que sin amor y contención nada tiene sentido. Por más que tengas el auto 0km más caro, nada te devuelve a un ser querido”.