Alejandro Mirochnik pasó nueve horas entre los escombros luego del ataque terrorista de 1994. A 27 años del trágico hecho recordó ese día en charla exclusiva con CLG
Por Gonzalo Santamaría
Una mañana de lunes, como cualquier otra, Alejandro tomó su bicicleta. Era pleno invierno y las bajas temperaturas coincidían con el cielo encapotado por las nubes. Desde Mataderos viajó hasta el barrio de Once. Fueron unos quince kilómetros sin frenar, pues su condición de deportista le permitía eso y mucho más. El punto de llegada era su lugar de trabajo: Pasteur 633. Él, con 32 años, trabajaba en el Departamento de Prensa de la Amia. Ese lunes 18 de julio de 1994 fue el día que murió y volvió a nacer.
Ese día a las 9.53 un coche bomba destruiría la Asociación de Mutuales Israelitas de Argentina (Amia), dejando 85 muertos y 300 heridos. Alejandro Mirochnik estaba allí, justo en el ascensor subiendo al quinto piso donde realizaba sus tareas. Llevaba consigo una pila de diarios y en dos días tenía el permiso para salir de vacaciones. “Las había pedido y me las dieron desde el miércoles, había mucho trabajo los lunes”, recordó uno de los sobrevivientes del atentado terrorista más importante que sufrió Argentina en diálogo exclusivo con CLG.
Ese 1994 lo encontraba a Alejandro trabajando en la Amia para el Departamento de Prensa. Era licenciado en Educación Física, deportista y se especializaba en correr triatlones, siendo además uno de los mejores rankeados del país. Justamente en diciembre de ese año iba a competir en el Ironman que se realizaba en Concordia, Entre Ríos, y que proponía 3,86 km de natación, 180 km de ciclismo y 42,2 km de carrera a pie. Además también tenía planeado casarse y comprar una casa. Lo que parecía un día más terminó siendo un antes y un después.
“Entré a la Amia, dejé la bicicleta, me cambié y como no estaba el paquete de diarios me fui a buscarlos; eso era muy común, hasta Pasteur y Corrientes (a dos cuadras), volví, como no estaba la ascensorista toqué el quinto piso y antes de llegar explotó todo”, contó Alejandro sobre el momento exacto del ataque.
En ese momento la caída fue veloz. Mientras bajaba se posicionó contra la pared, se agazapó por inercia y sintió el impacto. Nunca perdió la conciencia, pero se quebró uno de sus tobillos y en minutos escuchó los helicópteros. “Yo creí que era un desperfecto del ascensor. Pensé que MacGyver iba a solucionarlo”, relató con gracia sobre esos momentos. Pero su postura se contrastaba con la realidad, estaba entre los escombros y desde afuera no habían dado con él.
Hasta que apareció Lupo, un perro rescatista adiestrado por Juan Carlos Lombardi, que llegó al lugar cerca del mediodía y comenzó a rastrear olores que los humanos no podían percatar. Justo en el centro de las ruinas de la Amia comenzó a dar vueltas y a marcar el lugar de una persona: Alejandro Mirochnik.
A cuatro cuadras del lugar estaba ubicado el centro para familiares que buscaban información oficial. Allí se apostaron su padre, su hermano y sus primos (ya que también buscaban a su tío Bernardo “Buby” Mirochnik quien finalmente fue encontrado sin vida). Su madre, en su casa de Mataderos, esperaba noticias. A las 13, las autoridades le dijeron que no había vida en la Amia y que debían buscar en los hospitales. Si bien Lupo había ubicado a Alejandro, no fue hasta las 15 que pudieron confirmar que estaba con vida.
“Yo recién a las 15 hablé con un rescatista y esa información hasta las 18 no llegó a donde estaban los familiares y atendiendo a la gente”, esbozó Alejandro. Una viga rompió una de las paredes del ascensor y le dio aire durante las seis horas que estuvo sin contacto con nadie. Más tarde, ya con Lombardi como interlocutor, recibió agua y una máscara de oxígeno. Además le taparon su cabeza, que estaba herida, con una campera. “Apenas puedo salir del ascensor y quedarme entre los escombros veo una tarde horrible”, recordó.
Mirochnik hasta ese momento pensó que era un desperfecto del ascensor, lo primero que le preguntó a su rescatista era por Carlos, el encargado de seguridad: “¿Qué pasó que no se dieron cuenta de que se cayó el ascensor?”, reclamó. “No, no, -respondió Juan Carlos- ese Carlitos y todos los que vos nombrás están muertos. No se cayó el ascensor: los cinco pisos están arriba tuyo».
Desde ese contacto entró en razón y la incertidumbre le dominó la mente, pero el trabajo de los rescatistas y la fuerza, que hasta el día de hoy emana Alejandro, derivaron en el primer rescatado entre los escombros de la Amia. Eran alrededor de las 18 y Mónica y César, conductores del famoso noticiero de Canal 13, lo anunciaron.
Pero entre tanto polvo y conmoción, la familia que estaba viendo a los presentadores no reconoció a Alejandro. Salvo por un integrante aislado: el novio de una de las primas del sobreviviente de la Amia.
“El novio de mi prima dijo voy al baño, se hizo el boludo y se fue al Hospital de Clínicas. Preguntó por mí y vino a darme un beso bajo un mar de lágrimas”, rememoró Alejandro, que hizo fuerza para recordar el nombre pero no pudo, ya que sólo mencionó que era uruguayo y que estuvo en la familia “un par de meses más”.
El uruguayo volvió al lugar, habló con los Mirochnik y la emoción fue total.
El día después
Alejandro fue rescatado de los escombros minutos antes de las 19. De ahí fue trasladado al Hospital Clínicas de Recoleta donde fue asistido. La quebradura de tobillo terminó siendo un resultado fortuito: “Los médicos me dijeron que podría haberme quebrado la rodilla o la cadera y quedaba paralítico, tengo que estar agradecido”. Eso sí, su lesión le quitó tres centímetros de la pierna derecha.
“Esa noche -recordó Mirochnik- me querían amputar la pierna, le dije que ni se le ocurra, que yo era deportista, que me den una oportunidad y me pusieron unos clavos. No dormí”. Los días siguientes llegaban visitas a toda hora y hasta desconocidos pasaban a dejarle unas palabras de aliento. Sus familiares sólo faltaron el jueves 21 de julio por la mañana, en ese momento se dio cuenta de lo peor: habían encontrado muerto a su tío.
En medio de su recuperación vivió uno de los momentos que posiblemente nunca olvidará y en los detalles de su palabra parece revivir cada situación cuando el gobierno le ofreció dinero para frenar cualquier tipo de juicio contra el Estado: “Entró una piba de pelo largo, me saluda, pide hablar conmigo a solas, y dijo: ‘Me manda Carlos Menem’ (NdR: presidente de Argentina por entonces). Ahí comienza a dar una lista (sigue con su relato): ‘50 mil pesos familiares del muerto, 35 mil al amputado, 25 mil al muy grave, 15 mil al menos grave y 5 mil al que estuvo y vos estarías en la lista del muy grave, serían 25. Si vos me firmás este papel, en 15 días tenés esta suma en el banco, pero no le podés hacer juicio al Gobierno'». Alejandro se tomó unos minutos para hablar con su padre y decidió aceptarlo. El dinero fue depositado y con eso pagó la casa que estaba adquiriendo en cuotas.
“No estoy para nada arrepentido”, remarcó y reconoció que su “respuesta es egoísta” porque sigue “satisfecho” con su accionar. ”Quedó clara la mentalidad del deportista individual, me cuido yo y después está bien el mundo”, deslizó Alejandro, quien también estudió psicología social.
El posterior año al atentado fue asistido por un psicólogo, como parte de su recuperación, y reconoce el gran trabajo que pudo llevar adelante a partir de terapia. “Él me dijo que tenía tanta fortaleza espiritual que la tenía que saber aprovechar, me dijo que no me guarde nada, que cuente todo, que haga todas las entrevistas que pueda… me dijo ‘exteriorizá porque si te lo guardás ibas a estallar de locura’”, detalló el profesor de Educación Física.
Resucitar
“Por lo general los días 18 de julio muero, al otro día resucito y salgo con todo”, señaló con la firmeza que lo caracteriza Alejandro y él tiene en claro que el día del ataque a las 9.53 y a los 32 años murió, pero alrededor de las 15 “nació Alejandro Saúl Mirochnik con otro temperamento, con otra idiosincrasia, con otra agresividad, un poco más terco, que se pregunta por qué le pasó lo que le pasó y rápidamente reconoce que es un agradecido”.
Su postura marca el amor por la vida que lo invade. El pasado 9 de julio cumplió 59 años y espera poder celebrar hasta los 95 años. “Amo la lucha, cuanto más dura mejor, sueño con correr otro triatlón más, sueño con ser feliz y que todos los que están alrededor mío sean felices”, marcó y dejó en evidencia la impronta que le pone a su día a día.
El recuerdo de Pasteur 633
Tras el ataque terrorista, Alejandro recibió licencia por un año. Luego volvió a su puesto y el 18 de julio de 1996 se encontró a las 9.53 entre la imponente sirena que suena en recuerdo del episodio traumático. “Es tan fuerte, poderosa y conmovedora en mi corazón que me hizo estallar y recordar algo que yo nunca más quise saber nada. Y no fui más a trabajar. Si lo escucho por la tele me angustio, pero en vivo se me movió el piso. Estoy para seguir viviendo y no para odiar al pasado”, resolvió Mirochnik.
“Pienso en todo lo positivo y cómo mejorar el dolor de la pierna. No vivo pensando en la Amia, rezaré un poco el 18, por la gente fallecida, por mi tío y nada más. No quiero saber quién fue culpable porque nadie me va a devolver a mi tío ni a mi pierna recuperada por saber si los iraníes o los árabes o quien fuera”, se sinceró Alejandro ante CLG.
Primero sin el ex presidente
Este aniversario del atentado terrorista a la Amia de 1994 tiene la particularidad de ser el primero luego de la muerte de Carlos Saúl Menem, presidente en ejercicio mientras sucedió el ataque. Alejandro reconoció que no había analizado esta situación, pero aseguró que cree que es responsable. Aunque le resta importancia porque “después de Menem hubo varios presidentes y ninguno trajo la solución, por eso no debe ser fácil. En este país no hay justicia”.
Volver al ruedo
Los tres centímetros que perdió en el atentado le impidieron correr durante dos años. «Demasiado que caminás», fue la frase que lo marcó de su paso por la rehabilitación. “Eso cambió mi vida, corría muy rápido, tardaba 4 minutos en un kilómetro”, explicó.
Sin embargo, en su vida iba a aparecer otra oportunidad. “Guillermo, un vecino y traumatólogo, me dijo que tenía algo para mí y me hizo una plantilla especial de goma”, contó y en su tono de voz seguía la alegría de poder volver a ser triatleta.
En 1998, Alejandro viajó junto a sus padres y su novia de ese entonces hacia La Paz, Entre Ríos, para correr el Ironman. Mantuvo un tiempo de poco más de 12 horas y ese fue el primero de los 12 que hizo hasta 2021.
El hoy
Con 59 años, Alejandro Mirochnik pasó por tres matrimonios y tiene un hijo, Joaquín de 21 años que hoy conduce los destinos de Amia Joven. En 2019 se mudó a Córdoba y compró un terreno baldío que está acondicionando el mismo. Sigue entrenando y días antes de esta entrevista corrió 100 kilómetros en un día. Él asegura vivir “sin rencores” y tiene como frase de cabecera: “Lo mejor está por venir”.
“No hay judíos, ni iraníes, ni nadie… lo que pasó pasó, yo tuve que estar ahí y no hay rencores para con nadie”, concluyó.