Por Mariángeles Castro Sánchez, familióloga, especialista en Educación, directora de la Licenciatura en Orientación Familiar de la Universidad Austral
La situación de aislamiento social nos ha precipitado a la vida online. En busca de un enlace con el afuera que nos permita seguir interactuando con los que están lejos, apelamos a todo tipo de plataformas y aplicaciones. A la vista está que los períodos de conexión a Internet de grandes y chicos aumentaron exponencialmente como correlato de una relajación de los límites horarios y de la instalación de una percepción temporal diferente.
Y esta cuestión trae aparejada una preocupación adicional: uno de los principales desvelos fue y sigue siendo el tiempo de pantalla de los hijos. Aquí despunta un factor de tensión intrafamiliar que se presenta ambivalente por estos días: vemos cómo en la intimidad de los hogares las rutinas online componen una válvula de escape dentro del continuum de encierro; sin embargo, la lógica parece seguir fijada en pautas de uso denegatorias más que en el conocimiento y la valoración de las actividades desplegadas por los niños, niñas y jóvenes en el ciberespacio.
Sonia Livingstone, líder del proyecto Parenting for a digital future, subraya la necesidad de que los padres reciban los apoyos necesarios para la crianza en sociedades digitalizadas. La investigadora es optimista respecto de este escenario y destaca que, contrariamente a lo que podíamos suponer, los medios digitales unen a las familias. Y esta conclusión a la que arriba, que precede a la era del coronavirus, nos hace vislumbrar una luz al final del túnel. Porque transmite una concepción positiva, alentadora, plagada de confianza y cercana a los verdaderos intereses de las nuevas generaciones.
En todos los casos, será desde una perspectiva responsable y activa, que incluya un mayor involucramiento y se aleje de ideas prejuiciosas, como se podrá brindar estabilidad y contención a los hijos. Tanto en el espacio virtual como en el físico. Se ha reafirmado que un estilo parental restrictivo no resulta eficaz, pues, lejos de proteger, genera usuarios inseguros y sobreexpuestos a riesgos. Este reto, que madres y padres afrontan, se agiganta hoy en situación de aislamiento y pone blanco sobre negro la necesidad de formarse para cumplir su función educativa en contextos híbridos.
Internet está atravesando nuestro nexo con el mundo en una pandemia que acelera procesos y dispara interrogantes. Comprender que nuestra realidad está cruzada por la digitalidad supone admitir que nuestros vínculos familiares también lo están. Nos corresponde a los adultos intervenir desde un lugar de empatía, ampliando nuestro entendimiento del fenómeno y adquiriendo habilidades que nos posibiliten acompañar más y mejor a nuestros hijos. Mirando la evolución de las relaciones y las mediaciones con ojos esperanzados, aun en tiempos turbulentos.