Cien años después del Tratado de Versalles, considerado uno de los gérmenes malignos que provocaron la llegada de Adolfo Hitler en Alemania, Europa asiste preocupada al nacimiento de nuevos fundamentalismos que se escudan en la miseria, la discriminación y el hambre para acechar al Viejo Continente.
El acuerdo fue firmado en esa ciudad francesa pero la historia no terminaría allí: cuando Alemania invadió Francia en mayo de 1940 durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler ordenó que le enviaran el vagón del armisticio donde se había firmado ese acuerdo, y suscribió otro con deshonrosas condiciones para los franceses.
El Tratado de Versalles fue firmado el 28 de junio de 1919 entre los Países Aliados y Alemania en el Salón de los Espejos del Palacio de la ciudad de Versalles, poniendo fin oficialmente a la Primera Guerra Mundial.
El armisticio había sido rubricado el 11 de noviembre 1918, pero luego se realizaron seis meses de negociaciones entre los Aliados que concluyeron con la Conferencia de Paz de París, donde se suscribió un acuerdo de paz.
Finalmente, la Liga de las Naciones registró el acuerdo el 21 de octubre de 1919, con la firma de más de 50 países tras la muerte de unas veinte millones de personas.
Fue un pacto de paz que provocó el fin de la Primera Guerra Mundial, donde Alemania resultó derrotada por un grupo de potencias, entre los que se encontraban Estados Unidos, el Reino Unido y Rusia.
El documento fue suscrito cinco años después del asesinato del archiduque Franz Ferdinand y de su esposa, crímenes que habían provocado el inicio de la contienda bélica.
El convenio impuso condiciones humillantes para Alemania, incluida la obligación de ceder gran parte de su territorio y sus colonias, así como a reducir su ejército, suprimir el servicio militar y pagar una indemnización usuraria.
«Alemania pagará», decía un refrán francés de aquellos tiempos, referido a la humillación que había supuesto la proclamación del Imperio Alemán, el 18 de enero de 1878, tras la derrota de Sedán en la guerra franco-prusiana.
Con la firma de dicho pacto se reorganizó la vida en Europa y se creó la Sociedad de las Naciones (SDN), que se proponía establecer las bases para una paz duradera.
Tras el fin de la guerra, Alemania perdió sus colonias y quedó amputada del 15% de su territorio, y la región de Alsacia-Lorena fue devuelta a Francia y el Sarre alemán quedó bajo control de la SDN durante 15 años. Las fuerzas terrestres alemanas quedaron limitadas a 100.000 soldados y el servicio militar fue abolido.
Polonia se anexionó Posnania y Prusia occidental, mientras que Prusia oriental fue separada del resto de Alemania por el llamado «Corredor Polaco».
Los alemanes fueron conminados a pagar «reparaciones» a causa de haber provocado la guerra, y los Aliados les hicieron perder gran parte de su potencial económico y agrícola.
Sin embargo, en 1920, el Senado estadounidense (controlado por la oposición) rechazó ratificar el tratado y Estados Unidos se retiró de la SDN, lo que debilitó notoriamente a esa organización.
La conferencia de Londres, en 1921, estableció en 132.000 marcos de oro el monto de las «reparaciones» a los Aliados, fundamentalmente a Francia.
No obstante, los alemanes eran incapaces de garantizar sus obligaciones. Por lo tanto, los franceses ocuparon la región minera del Ruhr, en 1923, y el país se sumió en el caos económico y en la hiperinflación.
El pacto creó nuevos problemas en las minorías en el este de Europa, muchas de las cuales hablaban alemán, y preparó el terreno para un aumento de los nacionalismos.
Diez años más tarde, un joven pintor llamado Adolf Hitler (que estuvo a punto de quedarse ciego durante la Primera Guerra Mundial) llegaría al poder con una misión: reconstruir el orgullo de Alemania y castigar a la Vieja Europa.