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A 20 años del helicóptero que trasladó a De la Rúa, la imagen que sintetizó el derrumbe de la Convertibilidad


Por Leonardo Castillo / Télam

Cuando Fernando de la Rúa se subió al helicóptero para dejar la Casa Rosada a las 19:50 del jueves 20 de diciembre de 2001 una multitud que ya sabía de su renuncia presenció desde la Plaza de Mayo la escena que siguió luego, el Sikorsky S76B blanco de la Presidencia que despegaba de la terraza y se retiraba hacia el norte, con la certeza de estar viviendo un acontecimiento histórico.

Lo que en ese momento no podían imaginar quienes permanecían ante Casa de Gobierno era la dimensión de los cambios que ocurrirían a partir de entonces, sobre todo en el sistema de partidos, ya que al derrumbe de la Convertibilidad y el fracaso de la Alianza le seguiría otro ciclo político, con un peronismo que leyó la época y gestó una nueva identidad, perdurable por décadas: el kirchnerismo.

Un día después de su dimisión, a las 9 del viernes 21, De la Rúa volvió a la Casa Rosada en un país agobiado y sacudido por un estallido social con movilizaciones espontáneas y saqueos que había dejado 39 muertos en las calles, producto de la represión y el Estado de Sitio que él mismo había decretado.

Con ese acto protocolar, De la Rúa intentaba contrarrestar el impacto producido por su salida de la Casa Rosada el día anterior, cuando se retiró en helicóptero desde los techos de la sede gubernamental, poco después de haber presentado su dimisión.

Dos años antes, el prominente dirigente de la UCR había asumido la presidencia tras ganar como candidato de la Alianza las elecciones de 1999, y heredó una economía en recesión con altos niveles de desocupación y un endeudamiento externo insostenible.

El modelo cambiario de la convertibilidad, vigente desde 1991 por decisión del gobierno de Carlos Menem y Domingo Felipe Cavallo como ministro de Economía, establecía que por cada dólar que ingresaba a Argentina se emitía un peso, lo que obligaba al país a tomar deuda en moneda estadounidense para sostener el circulante.

Decidido a mantener ese sistema, De La Rúa buscó en instrumentos como el «blindaje» y el «megacanje» la forma de obtener financiamiento en el año 2000 pero no lo logró y la inestabilidad de la economía se acentuó en los comienzos de 2001.

En abril de ese año, Cavallo retornó al Ministerio de Economía y desde varios sectores políticos y comunicativos se sostenía que el mentor de la Ley de Convertibilidad sería capaz de resolver las limitaciones del sistema que había ideado.

En julio, se sancionó la ley de déficit cero que implementó una fuerte reducción del gasto público y un descuento del 13 por ciento para empleados públicos y jubilados.

En las elecciones de medio término de octubre, el gobierno sufrió una dura derrota a manos del peronismo, en unos comicios signados por los altos guarismos alcanzados por los votos en blanco que emitió una ciudadanía que evidenciaba su descreimiento hacia la dirigencia política.

A principios de diciembre, el Fondo Monetario Internacional (FMI) interrumpió el crédito para Argentina y en medio de una fuga de capitales y retiro de los depósitos bancarios, Cavallo estableció el denominado «corralito», por el cual se limitaba la extracción de fondos de las instituciones financieras.

A partir del día 2, quienes tuvieran depósitos bancarios estaban autorizados a retirar 250 pesos por semana, y de esta forma la recesión se profundizó en una plaza económica que se quedó sin circulación de dinero, una situación que afectó a la clase media pero mucho más a los sectores informales.

La gente formaba largas colas ante las entidades bancarias y cajeros automáticos en medio de un descontento cada vez más creciente.

En ese contexto, las dos CGT y la CTA convocaron un paro general el 13 de diciembre, que tuvo un alto acatamiento, y si bien las organizaciones sindicales no habían convocado a movilizarse, se produjeron manifestaciones de empleados estatales en Buenos Aires, Córdoba y Neuquén, donde se registraron algunos incidentes.

El Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo), formado por organizaciones gremiales y sociales convocó el 13, 14 y 15 a una consulta popular para establecer un seguro de desempleo y formación que incluía el pago de un salario de 380 pesos mensuales y se recolectaron casi tres millones de votos.

Las manifestaciones y cortes de ruta comenzaban a propagarse y en esos días, vecinos de Godoy Cruz y la ciudad de Mendoza ingresaban de forma pacífica a los supermercados y se llevaban alimentos.

Situaciones similares se vivieron en Santa Fe, Entre Ríos y Avellaneda, con grupos que se apostaban en las puertas de los centros comerciales y tras negociar con los propietarios obtenían bolsos de provisiones y se retiraban sin producir incidentes, ante la mirada atenta de los efectivos policiales y personal de seguridad.

El 18, se produjeron los primeros saqueos de supermercados y comercios en San Martín, Moreno, San Miguel y zonas postergadas de San Isidro, en lugares donde los vecinos no habían podido acordar una distribución de alimentos.

Al día siguiente, el miércoles 19 de diciembre, la situación se generalizó y los saqueos se sucedieron en localidades del conurbano y en varias ciudades del interior del país como Rosario, Córdoba, Mendoza, Concepción de Uruguay, Paraná, Resistencia, Neuquén, Bariloche y Comodoro Rivadavia, y se dirigían también ante comercios medianos y pequeños.

Los medios de comunicación reproducían imágenes de vecinos que entraban a los negocios y de comerciantes llorando de impotencia ante los saqueos, mientras las fuerzas de seguridad empezaban a reprimir estas manifestaciones.

Siete muertos cayeron en esa jornada a manos de efectivos policiales y comerciantes que disparaban contra quienes pugnaban por alimentos.

Mientras tanto, en el atardecer de esa ardiente jornada, las calles del conurbano se iban despoblando, las persianas de los negocios se cerraban y los policías de la bonaerense recorrían los barrios alertando a los vecinos sobre la inminente llegada de hordas de saqueadores que iban a llegar de tal o cual lugar para arrasar con todo.

Por la noche, De la Rúa habló por cadena nacional y pronunció un discurso elaborado por su hijo, Antonio -de gran influencia en la marcha del gobierno–, y decretó el Estado de Sitio en todo el país.

Las palabras del mandatario despertaron un sentimiento de incredulidad e indignación en buena parte de la población, que comenzó a ganar las calles de Buenos Aires, haciendo sonar cacerolas y objetos metálicos entonando una consigna que se convertiría en el himno de aquellos turbulentos días: «Que se vayan todos/ que no quede/ ni uno solo»…

Una multitud marchó sobre Plaza de Mayo, desoyendo el anuncio de De la Rúa, y manifestaciones similares se reproducen en ciudades, localidades y barrios del país.

En la Residencia de Olivos, un grupo de manifestantes trepó los muros de la quinta y permaneció en la medianera, insinuó ingresar pero fueron disuadidos por la custodia presidencial.

En la madrugada, la Policía Federal lanzó gases y desalojó la Plaza de Mayo, y un hombre, Jorge Demetrio Cárdenas, cayó baleado en las escalinatas del Congreso y moriría meses después como consecuencia de esas heridas.

Entrada la madrugada, Domingo Felipe Cavallo presentó a De la Rúa su renuncia indeclinable y pidió garantías sobre su seguridad, mientras un numeroso grupo de vecinos se concentra a las puertas del edificio en el que vivía, en Libertador y Ortiz de Ocampo, para repudiar su gestión.

Los manifestantes se disgregaron en la noche, y en la mañana del 20 comenzaron a llegar de forma progresiva al centro porteño y la Plaza de Mayo, y pasadas las 9, se produjo la primera de las muchas cargas de la Policía Federal sobre la multitud.

Esa escena de una multitud que avanzaba y efectivos de la Federal que los reprimían se reprodujo durante toda la jornada, con motoqueros que circulaban por las calles para dificultar el accionar represivo.

Carlos Almirón, Gustavo Ariel Benedetto, Diego Lamagna, Alberto Márquez y Gastón Marcelo Riva, cayeron asesinados en distintos lugares del centro porteño, y las Madres de Plaza de Mayo padecían el embate de la caballería policial.

A las 16, en medio del caos, la sangre y el fuego, De La Rúa anunció que le había ofrecido al Justicialismo –que un mes antes había colocado como segundo en la sucesión presidencial al misionero Ramón Puerta, al votarlo como titular del Senado nacional- compartir el gobierno como una forma de evitar la crisis.

Los líderes parlamentarios del peronismo rechazaron el ofrecimiento, y pasadas las 19, De la Rúa presentó su renuncia con una carta dirigida a Puerta.

Los incidentes seguían en las calles, y las 20, por consejo de sus edecanes, el presidente renunciante fue evacuado de la Casa Rosada en helicóptero hacia Olivos, en una imagen que terminaría por ilustrar el final de un gobierno y la crisis que lo envolvió.

De La Rúa volvió a Casa Rosada a la mañana siguiente, se reunió con el español Felipe González y cerca del mediodía se retiraba hacia un ostracismo político del que nunca podría retornar.

Con el aval de la Asamblea Legislativa, Puerta llegaría poco después a casa de Gobierno, y se iniciaba un accidentado derrotero institucional que culminaría el 1° de enero de 2002 con la elección del exgobernador bonaerense Eduardo Duhalde como presidente.