Por Micaela Arcadi
Por Micaela Arcadi – Especial para CLG
Puedo empezar justificándome con que mi psicóloga está de licencia. Antes de ausentarse me dijo: la idea es no caer en la locura de tu mamá. Y acá estoy, lidiando con ella en el tercer poema que escribo.
Juro que lo que quise hacer anoche fue un trabajo de campo. Y devolver algunos favores. Les dije a mis amigas que estaba en un cumpleaños. Ninguna notó que de fondo en mis audios se escuchaba un candombe al ritmo de los tambores. De repente la música cambió el mal humor con el que había llegado. Mi tarea era solo servir jugo detrás de una barra. Los espíritus no podían tomar alcohol esa noche. Me pareció bien, no sé bien de qué son capaces. El ritual o no sé como llamarlo.
Comenzó con la presentación de cada uno de los hijos de religión. Todas las personas con las que había estado tomando mates hasta recién. Empezaban a hacer una danza con el sonido de una campana, cambiaban su rostro y se volvían otros. No voy a mentir: me sudaban las manos y me quise ir. Pero la curiosidad y las ganas de responder a mi pregunta fueron más fuertes. Qué hace esta gente acá. Por qué hacen tantos esfuerzos para, con poca plata, armar una mesa llena de comida agradeciendo al barrio entero. Y hacer una fiesta que ni siquiera es para ellos, sino para pompa shiras y exus, que vienen del bajo mundo.
Sigo cruzada de brazos como alguien que no cree en lo que ve pero no puede ser que tantas personas estén fingiendo a la vez. Miro a mi mamá, ella no lo hace. No entiendo si es por miedo, el cual heredé, o si es porque todavía le queda algo de cordura. Prefiero pensar la segunda. Miro y miro. Es la religión de los travas, los maricas y las tortas. Hay un solo paki, al cual todes miramos. Hace un rato le di los mejores mates y ahora veo que me da gracia su danza. Pero esta historia de amor la voy a dejar para después.
Me cansé de servir jugo. No entiendo cómo decirles, may o pay, según su vestimenta. Ya me equivoqué con dos y una se enojó. Lo único que me falta es que un espíritu se enoje conmigo. Dejo la barra que tiene los mejores vasos que vi en mi vida. Decido entrar al templo y seguir con mi investigación de campo, pero esta vez a fondo. Antes chequeo el WhatsApp y aparece una captura de pantalla de tu foto de una conversación muy vieja, estás en mi celular sin haberte buscado. Y no creo que esto sea magia, seguro la casualidad y haber tenido el celu sin clave en el bollsillo hicieron lo suyo. Lamentablemente te pienso, pero esto es más urgente.
Entro y veo personas de polleras y disfraces bailando. Polleras de todos los colores que giran y giran. Me siento en la marcha del orgullo, pero con espíritus que bailan muy bien. Como si realmente estuviésemos en el morro de Brasil donde hay princesas y príncipes muy humildes, que tejieron esa ropa a mano. Se me van los pies porque la música es buena, muy distinto a mi playlist de Spotify. Todos me saludan con un beso en la mano. Y la pompa shira de Benja no deja de mirarme, me habían avisado que era muy probable que quizás alguien me diga algo. Y por supuesto se acercó y me susurró al oído en un portuñol haciendo el esfuerzo para que entienda «en un día vuelve, pero es complicado».
De repente mi cuento de Disney es el lugar menos pensado, tiene luces rojas y una imagen del diablo. Mi hada madrina que me cumple los deseos es un espíritu mundano. Pero me río y entiendo porqué está toda esta gente reunida acá. Me incluyo, todos estamos buscando algo, aunque sea la respuesta de alguien que murió vaya a saber cuando y que le damos la sabiduría no sé por qué. Todos tenemos la urgencia de resolver algo, algo que en la iglesia evangelista no se resuelve. Estamos todos rotos, es la religión de los marginales que quieren danzar.
Micaela Arcadi
