En Las lilas de la ecpatía, Ignacio Adanero nos sumerge en una atmósfera crepuscular, donde el silencio no es solo ausencia de sonido, sino presencia abrumadora de una verdad que no puede decirse. El poema transita por escenarios urbanos cargados de símbolos —faroles, azoteas, perros, murciélagos— que se entrelazan con emociones desbordadas y memorias punzantes. En este espacio, el amor, la pérdida, la mentira y la incertidumbre cohabitan en un tejido lírico que cuestiona la ilusión de la libertad y la consistencia del discurso dominante.
Las lilas de la ecpatía
Por: Ignacio Adanero
Nos ganó el silencio.
Justo ahí, donde pegan los faroles en el límite de la azotea,
donde se esconden los perros para no ver a los murciélagos,
donde los gatos amarran a sus amantes con promesas de amor desesperada.
Nos ganó el silencio de la ilusión azulada.
Justo ahí, en una ciudad desbordada por la impostura,
en la perorata estúpida con que vienen los mintientes de la libertad,
en el dolor punzante de las mujeres que se van para ser extrañadas.
Nos ganó el ángel de la incertidumbre.
Nos ganaron los novelistas que seguirán mintiendo sobre una guerra que no existe.
Justo ahí, donde quedó la sangre de la sabia prometida,
donde imploré por la ternura de las mujeres que se quedan,
donde supe que el amor era algo distinto a los murciélagos rondando a los perros.
Justo ahí, pero justo ahí, no ganó nadie.
