Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
El 10 de diciembre de 1994, el Roña Castro llegaba al Estadio de Béisbol de Monterrey en México para disputar dos títulos del mundo con John David Jakcson. El boxeador argentino nunca estuvo cómodo y se lo vió fuera de forma y lento ante la estupenda preparación del púgil norteamericano. Hasta el round 8 la pelea fue un paseo para Jakcson, y la cara de Castro era un claro reflejo del castigo recibido, a punto tal que los médicos casi no lo dejan comenzar la próxima vuelta. El round 9 transcurrió sin cambios hasta que, faltando alrededor de 40 segundos, el argentino sacó un volado de izquierda (todavía no sabemos de dónde salió, mucho menos su adversario), que impactó de lleno en el botón de la pera y, literalmente, le apagó la luz. Por un acto reflejo, Jackson se levantó y trató de demostrar que estaba bien, pero ya estaba noqueado, de pie. El árbitro le levantó las manos y le dio el pase, pero la suerte ya estaba echada, y un par de caídas más mostraron que no podía seguir. En menos de 20 segundos se terminó la pelea.
El gobierno nacional está desde el domingo a la noche como John David Jackson 35 segundos antes de que termine el match, atontado por el tortazo, intentando demostrar que la piña no entró. Sería una irresponsabilidad decir que terminó la pelea, pero daría toda la impresión de que la capacidad de respuesta está severamente limitada. Se intentó recuperar la iniciativa improvisando una mesa política, pero era harto evidente que estaba formada por los sospechosos de siempre, y nadie se tragó la carnada. Luego se convocó a los gobernadores a dialogar con el gobierno, pero esa relación está demasiado desgastada como para recuperarla con una foto. Los mandatarios provinciales no están dispuestos a prestarse al juego de Milei y piden que, antes de hablar de reuniones, desde Buenos Aires se cumpla primero con los compromisos asumidos. El canal natural de encuentro debería ser el Concejo de Mayo, pero desde el primer momento sólo fue una cáscara vacía, y es poco probable poder revivirlo sólo para calmar las necesidades de legitimidad de un gobierno que se tambalea. Tanto la sequía de fondos como los constantes maltratos desde la Casa Rosada, ocluyen la posibilidad de restañar las heridas y volver al diálogo. Para colmo de males, la decisión Milei de nombrar a Lisandro Catalán al frente del Ministerio del Interior (que había sido degradado a Secretaría), no cayó bien. Como suele decirse en la calle, los gobernadores quieren hablar con el dueño del circo, no con el mono (sin que la expresión vaya en menoscabo de las capacidades de Catalán, a quien no conozco). Si va a haber un interlocutor, que sea un actor con poder de decisión, si no, que no haya nada.
Lo más preocupante de todo este asunto, es que el gobierno todavía no comprendió qué sucedió el domingo en las elecciones de la Provincia de Buenos Aires. En principio habría dos hipótesis, o bien es un problema de armado electoral, o bien es un problema de gestión de la política económica. Si es un problema de armado, basta con correr a los armadores (Karina, Pareja, Lule y Martín Menem), y poner al frente a los que verdaderamente saben (Santiago Caputo y Guillermo Francos). Sin embargo, no parece ser el problema más grave. La gran mayoría de los electores va por el color, y no se fija con tanto detalle quién conforma las listas. Tampoco estudian la estrategia de campaña o los acuerdos profundos. Daría la impresión de que la sociedad bonaerense tocó el umbral del dolor social, ese que veníamos buscando y que no encontrábamos. Como rezaba la frase acuñada por James Carville, estratega de campaña de Bill Clinton en 1992: “Es la economía, estúpido”.
Los politólogos somos afectos a sofisticar los análisis, pero evidentemente llega un momento en el que las heladeras vacías y los salarios pulverizados le pasan por encima a las esperanzas y a la fe en el cambio, y vota la panza. Ya lo dijimos a fines de 2023, no es lo mismo, comprometerse a “sangre, sudor y lágrimas” en medio de la euforia electoral, que sangrar, sudar y llorar. Como decía Maquiavelo, los ánimos de los pueblos son volubles, y pueden cambiar de un día para otro. Paralelamente, y como decíamos el martes, es una señal que Kicillof debe registrar para no equivocarse: el domingo no ganó el peronismo, perdió LLA. No es lo mismo. Los números son inapelables: mientras que el oficialismo provincial sumó apenas 375.000 más con respecto a las elecciones de medio término de 2021, la coalición libertarios/PRO pierde 1.496.476 votos. Los votantes de derecha no fueron a votar, y ahí está la explicación, attenti al lupo. Javier Milei se equivocó cuando nacionalizó una elección provincial, porque los resultados amplificaron la magnitud de la derrota, no sería bueno que el peronismo lea equivocadamente los resultados del domingo.
Falta exactamente un mes y medio para las elecciones generales. El 26 de octubre el pueblo argentino definirá la nueva correlación de fuerzas en el Congreso Nacional. El gobierno no tiene tiempo material para modificar las condiciones económicas, no hay margen. El 1,9% de inflación de agosto que se conoció ayer no ayuda demasiado, desde el 1,5 de mayo no para de subir. Además, el presidente fue claro cuando sostuvo que luego de perder una elección por ese margen es necesario sentarse a hacer una profunda autocrítica, pero inmediatamente aclaró que no se modifica el rumbo. Todo hace pensar que se intentará recuperar la mística de los primeros días, apelando a la fe más que a los hechos, para relanzar al campo de batalla a las Fuerzas del Cielo. La idea parece ser jugarse un pleno a reencontrarse con sus bases a partir de la vuelta a la euforia inicial que hizo grande a LLA. Tal vez funcione, no lo sabemos. El presidente parece convencido de cuál es el camino, sin recordar tal vez la vieja frase de Einstein que dice que la locura es “hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados”. Según Luis Majul, Milei ha decidido tomar el mando de la conducción política. Si, dos años después. No tiene remate.
