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Opinión: «Populismo de derecha, turbulencias y gemidos»


Por Diego Añaños – CLG

Siempre recordamos la famosa frase de Carlos Menem: “Voy a gobernar para los niños pobres que tienen hambre y nos niños ricos que tienen tristeza”. Como todos sabemos, en la vida no se puede conseguir todo, por lo que pocos niños pobres comieron en los 90s, pero muchos chicos ricos recuperaron la sonrisa. Por eso, Milei, como buen discípulo del riojano, no le quiere quitar la alegría a los más favorecidos de la sociedad argentina. Es que siempre el buen populismo es el populismo de derecha, como están descubriendo algunos analistas por estos días. Lejos está de ser una propiedad exclusiva de la izquierda. Eso sí, claro, las diferencias son notables. Mientras que el populismo progresista regala máquinas de coser, distribuye subsidios o financia las actividades productivas, el populismo de derecha regala dólares. Si, así como lo escuchan. Los dólares que no pueden comprar los que tienen saldos en pesos (porque la economía argentina no los genera, claro), los traen en forma de deuda y los venden a precio de remate gracias a gobiernos afines.

Esta estrategia, por supuesto, tiene sus restricciones. El hecho es que mientras que las posibilidades de traer dólares por la vía del endeudamiento tienen un límite, la apetencia de los argentinos por la moneda norteamericana es virtualmente infinita. Cuando un gobierno topa con las fronteras que le impone la realidad económica, comienzan los cimbronazos. El gobierno es perfectamente consciente de esto, por eso hace algunas semanas advirtió que no deberían descartarse las turbulencias, ya que la economía argentina aún no se estabilizó. El término “turbulencias” como el de “volatilidad”, no son más que eufemismos que intentan tapar el sol con la mano. Hoy la situación de exposición externa de la Argentina es preocupante, no sólo porque el diseño de política macro genera las condiciones para su propia destrucción, sino porque además aparecen en el horizonte dos fenómenos concurrentes que le agregan mayor incertidumbre al escenario: estamos en medio de un proceso electoral, hay una rebelión legislativa de los gobernadores en ciernes y el escenario global es una licuadora de sensaciones.

En ese contexto, el rolleo de deuda del martes pasado no fue exitoso. Si bien no se puede hablar de un estruendoso fracaso, las cosas no salieron de la mejor manera. Como era previsible, el gobierno se enfrentó con los propios fantasmas que genera, y sólo pudo renovar alrededor del 60% de la deuda que vencía esta semana. Además, y como dato no menor, validó tasas de interés que orillaron el 70% anual. Dicho en buen criollo: nosotros, los argentinos, vamos a pagar una tasa del 69% para que un grupo de especuladores no vuele mañana mismo al dólar y el presidente Milei no tenga una nueva corrida antes de las elecciones. Al margen de lo dicho, un importante remanente de más de $5 billones deberá ser pagado al contado. Como decíamos más arriba, el gobierno insiste con el ahorque monetario, decisión que se profundizó con un aumento de los encajes bancarios anunciado a la medianoche del miércoles (que se suma a los aumentos de la semana pasada), junto con una licitación de urgencia anunciada para el lunes. Algo habrá que hacer, y pronto. El mercado rechazó la oferta de tomar deuda a largo plazo: hoy los agentes quieren tener acceso a la liquidez que el gobierno les niega por su temor a una estampida cambiaria. Los resultados están a la vista, el miedo no es sonso, y nadie se va a inmolar por Javier Milei.

El resultado de la licitación de bonos no cayó bien en el equipo económico. Los ánimos están caldeados en el gobierno, y los nervios hacen que a algunos funcionarios se les salte la cadena. En un evento que tuvo lugar el miércoles, organizado por desarrolladores inmobiliarios, el ministro de Economía tuvo una expresión muy desafortunada para referirse a la oposición. Luis Caputo espetó: “Todo el mundo duda: no volverán estos merda a hacer lío?”. Como es habitual, el gobierno se adjudica y festeja todo aquello que percibe como un éxito (como el número de la inflación que publicó esta semana el INDEC), y carga las tintas sobre los opositores cuando las cosas no salen bien. Pero esta vez al Toto se le fue la mano. No sólo por el insulto en sí, sino porque además mostró la hilacha de su vocación antidemocrática cuando sostuvo: “Nada que sea bueno para el país puede salir por ley porque el Congreso quiere que al país le vaya mal”. Un dislate atrás de otro. El Messi de las Finanzas no sólo olvida que está hablando de un poder del Estado, sino que omite que la composición del mismo surge de la voluntad popular, tanto como en el caso de Poder Ejecutivo. Al margen, y como dato de color, Caputo debería recordar que su propio partido es parte del Congreso. El fantasma de un fujimorismo 3.0 se cierne sobre el Parlamento desde hace más de un año y medio, alentando por la voluntad de un presidente dispuesto a gobernar a fuerza de decretos y vetos.

Para ir cerrando. El análisis de la economía argentina puede ser muy interesante, pero cualquier cosa que podamos decir, deja de tener sentido luego de la develación de Sturzenegger. El ministro de Desregulación y Transformación del Estado, reveló que durante la presentación que le hizo a Javier Milei de los borradores de la Ley Bases, pasaron cosas extrañas. El presidente entró en un éxtasis casi religioso y, según las palabras del propio Federico: “tanto se entusiasmaba que por momentos gemía, parecía como que estaba teniendo sexo”. No soy un experto en salud mental, por lo que no quiero hacer ejercicio ilegal de la profesión. Pero si hay algún especialista en la sala, me gustaría que me diga cómo se denomina la patología de aquel que goza con el sufrimiento ajeno. Digo, como para ir conociendo un poco más profundamente al hombre detrás del estadista.