Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
El gobierno iniciaba la semana con dos excelentes noticias. En primera instancia, la tregua en la guerra arancelaria entre China y los EE.UU. alejaba los pronósticos más pesimistas que, en función de la escalada del conflicto proyectaban un 2025 sino recesivo, con una clara tendencia a la caída del nivel de actividad económica global. Paralelamente, la distensión entre las dos grandes potencias que disputan la hegemonía global, abría las puertas a posiciones diplomáticas más flexibles a la hora de celebrar acuerdos bilaterales. Como todos saben, la profundización de la conflictividad entre Washington y Pekín, suele traer aparejadas exigencias de alineamientos más definidos y rígidos. En segundo lugar, el anuncio de una baja del 0,9% en la inflación de CABA, preanunciaba una tendencia a la baja de los guarismos nacionales. Y así fue, luego del pico del 3,7% registrado en marzo, la inflación de abril arrojó un tranquilizador 2,8%, que trajo algo de calma en las filas oficialistas. Es más, no sólo el dato relajó a los libertarios, sino que salieron a festejar como si se tratara de una final de la Copa del Mundo. No pudo faltar la dosis de burla del presidente, claro, que como nos tiene acostumbrados, le dedicó el triunfo a los “mandriles”.
No caben dudas de que el dato de abril le da un poco de aire al gobierno para seguir llevando adelante su programa económico. Bueno, en realidad ya no es su programa económico, porque hoy la política económica está en manos del FMI, y no ya de Luis Caputo. Si bien es cierto que el 2,8% generó festejos en el oficialismo, los trabajadores están lejos de poder festejar. Durante la gestión de Javier Milei, los salarios reales registraron en promedio una pérdida de entre un 5,5% y un 6%. Cuando decimos en promedio, hacemos referencia a que dentro del universo de los asalariados podemos encontrar diferencias sustanciales en las caídas. Sólo por dar un ejemplo: los trabajadores del sector público ya llevan perdido casi un 17%. Si ampliamos la ventana temporal y lo miramos en perspectiva, los salarios están en promedio un 25% por debajo del año 2017 (el mejor año de la gestión de Mauricio Macri en términos de desempeño económico). El dato verdaderamente relevante es que la razón por la que los salarios pierden sistemáticamente frente a la inflación es porque el gobierno decidió pisar las paritarias, de modo que los aumentos salariales se ubiquen siempre por debajo de la pauta inflacionaria. Es decir, Javier Milei y Toto Caputo utilizan a la retribución de los trabajadores como ancla anti-inflacionaria. A ver, para no complicar demasiado las cosas y no andar con eufemismos: uno de los dos instrumentos fundamental para contener el índice general de precios es la baja de los salarios, el otro es el tipo de cambio (que está notablemente atrasado). Esto se relaciona directamente con los diecisiete meses en línea de caída constante del consumo en la Argentina. Acá no hay metáforas ni interpretaciones, una cosa es consecuencia de la otra, punto (como le gusta de decir a Manuel Adorni).
Mientras tanto, y haciendo gala de un cinismo a prueba de misiles, el presidente sostiene en todos los foros que los salarios reales se están recuperando, y que los salarios en dólares vuelan en la Argentina. Javier Milei es un verdadero crack de la palabra, una mentira y una falacia en una misma oración; ni Caruso Lombardi se animó a tanto. Hasta que el consumo no se recupere, hablar de recuperación de los salarios reales es una mentira abierta y descarada. Por otro lado, sostener que los salarios en dólares vuelan es ocultar una parte importante de la verdad. Es un dato de la realidad que si calculamos los salarios de la economía al tipo de cambio oficial podemos observar que, medidos en dólares, registran una suba importante. Ahora bien, esto no debe ocultar el hecho de que el efecto se da como resultado del atraso cambiario o, dicho en otras palabras, de que el dólar está muy barato en la Argentina, y no claramente a una recuperación clara del poder adquisitivo de los salarios. Por lo tanto, la única comparación relevante no es con la moneda extranjera, sino con el nivel general de precios existente dentro de nuestra propia economía. A menos, claro, que los trabajadores hagan todas sus compras en el exterior, y no parece ser el caso.
Un solo dato basta para ilustrar lo que estamos diciendo: una familia necesitó $1.100.000 para no ser pobre en abril. Si lo medimos en dólares oficiales, no da algo más de 956 dólares. Es decir, la línea de pobreza en la Argentina está por encima de los salarios mínimos de aproximadamente la mitad de los países que componen la Unión Europea. Cualquiera de nosotros tiene un amigo extranjero, o un amigo argentino que vive en el exterior, y todos hemos escuchado de la sorpresa que genera en los turistas el nivel de precios de la economía argentina. De hecho recientemente estuvo de visita una amiga uruguaya que vive cerca de Winchester, en Inglaterra, y no daba crédito de lo que costaban las cosas. “Si los paso a libras, los precios están más o menos como allá”, me decía, “pero los salarios en Gran Bretaña son mucho más altos”. Entonces, cuando la línea de pobreza es más del triple del salario mínimo vital y móvil ($302.600), y está demasiado cerca del salario promedio en la Argentina, la verdad es que no encuentro demasiados motivos para festejar.
