Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
Esta semana comenzaron las clases en nuestra Facultad. Normalmente tratamos de utilizar la primera clase para presentar la materia y conocer un poco a los alumnos. También aprovechamos para romper el hielo y tratar de ver qué idea tienen de la realidad económica y política. Este año les pregunté cuál creían que era la mayor amenaza a nivel global. La primer respuesta de un alumno fue: “China”. Le pregunté por qué pensaba así, pero se quedó inmediatamente sin palabras. Supongo que por temor a meter la pata con la argumentación, o directamente porque no podía explicarlo. Aprovechando la oportunidad abrí el juego y les pregunté a todos por qué podíamos considerar a China como una amenaza. Silencio absoluto. Consulté si tenían registros de los últimos cincuenta años de alguna invasión China a algún país. Nadie pudo responder. Luego pregunté si conocían episodios en los que China hubiera participado activamente en un golpe de Estado o de un proceso de desestabilización económico o financiero. Nuevamente silencio. Les dije que yo no tenía memoria de algún incidente de ese tipo motorizado desde Pekín, pero que podía recordar varios llevados adelante desde Washington. En síntesis, les sugerí que la evidencia empírica debería conducirlos naturalmente a temer más a los EEUU que a China, pero bueno, cada uno tiene el miedo que quiere, o que puede.
El miércoles pasado, el presidente de la nación más poderosa de la Tierra, anunció la puesta en marcha de una batería de aranceles que van a afectar a todos los países que quieran vender sus productos en los EEUU. Efectivamente, Donald Trump, decidió imponer aranceles a todos los productos extranjeros. La medida parte de un mínimo del 10%, hasta llegar al 50% en el caso de Lesoto. Sin embargo, se destacan particularmente los aumentos sobre las exportaciones de China (34%), la Unión Europea (20%) y Japón (24%). Muy pocos países del mundo no están en la lista negra trumpista, que no sólo incluye a nuestro país (10%), sino también a socios estratégicos como Israel (17%), o Corea del Sur (24%). El presidente bautizó al 2 de abril como el Día de la Liberación, a la vez que lo consideró como uno de los días más importantes de la historia de los EEUU. Según Trump, las medidas representan un declaración de independencia económica, y tendrá un impacto profundamente favorable en la estructura productiva norteamericana. Si bien es difícil parametrizar con precisión las consecuencias de una guerra comercial, las previsiones del presidente no parecen alinearse con la experiencia histórica. Por lo pronto hay una gran preocupación a nivel global por el impacto de la decisión, y estamos a la espera de la respuesta de los países alcanzados por la medida. Es así, mientras algunos le tienen miedo a China, los EEUU acaba de anunciar que se lleva puesto al mundo. En fin, al lado de Trump, el temido Xi Jinping parece una caniche micro toy.
En el medio del berenjenal, y de manera absolutamente imprevista, el gobierno anunció que el presidente junto al ministro de Economía viajarían rumbo a los EEUU. El miércoles a las 23:00 hs, partió el vuelo que los depositó en suelo norteamericano. El destino final fue Palm Beach, en el sur de Florida, donde se encuentra la residencia presidencial de de Mar-a-Lago. El motivo de la visita es la entrega del premio “Make América Great Again” a Javier Milei, según lo había anunciado el canciller Gerardo Werthein, luego de reunirse con el Secretario de Estado norteamericano Marco Rubio. Si bien el protocolo oficial no incluyó nunca un encuentro entre Milei y Trump, el propio Werthein había confirmado que se llevaría a cabo. Sin embargo no ocurrió, el presidente se volvió a la Argentina sin la foto que necesitaba. Es un momento crucial para el gobierno, dado que las negociaciones con el FMI están atravesando su fase crítica, ya que en pocas semanas deberían definirse las condiciones del nuevo préstamo (monto, desembolso inicial, plazos de gracia, tasa de interés y segmentación de los envíos). Pese a las señales enviadas primero por el ministro Caputo, luego por la número dos del organismo, Julie Kozack, y más tarde por la propia directora gerente, Kristalina Georgieva, los ánimos en los mercados no se calman, y las tensiones cambiarias están a la orden del día. No quedan dudas de que, ni el desplante de Trump, ni la dura derrota en el Senado sufrida por el gobierno ante el rechazo de los pliegos de Lijo y García Mansilla, son buenas noticias para el oficialismo en el inicio del mes en el que debería cerrarse un acuerdo con el Fondo.
Todos deberían saber que la Economía no es una ciencia exacta. Los fuegos de artificio algebraicos que a menudo despliegan los economistas, no son necesariamente precisos, dado que la realidad social no puede matematizarse. Sin embargo podemos hacer algunas inferencias y, a veces, entrever ciertas tendencias que conducen a la ocurrencia de determinados escenarios. Ya no quedan dudas de que el nuevo acuerdo con el FMI no representa una solución. No lo digo yo, ni los economistas de la oposición, lo dicen los más cercanos al gobierno en términos doctrinarios como Ricardo López Murphy o Ricardo Arriazu (éste último uno de los profesionales preferidos del presidente y dijo recientemente que al gobierno le faltan U$S40.000 millones para salir del cepo). Estamos claramente ante una medida desesperada, un manotazo de ahogado, un intento por tender un puente entre la liquidación de la cosecha y la reactivación que Javier Milei y Luis Caputo afirman que ya está entre nosotros pero que aparentemente comenzaría a percibirse en la segunda mitad del año (otro gobierno neoconservador que nos segundosemestrea, y van . . .). Por el momento resta determinar, y sólo el tiempo nos dará su veredicto, si el parche es suficiente. No ya para garantizar el éxito de la gestión (yo diría que eso está descartado), sino para tratar de asegurar que el oficialismo llegue con vida y competitivo a las elecciones legislativas de fines de octubre de este año.