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Opinión: «¿Hay plata o no hay plata?


Por Diego Añaños - CLG

Por Diego Añaños – CLG

El gobierno cerró el 2024 a toda orquesta. Festejando la fuerte baja de la inflación, el superávit fiscal y un riesgo país en franco retroceso. Y todo esto, en un contexto de recuperación del apoyo popular, que amagó flaquear a comienzos de la segunda mitad del año, y una aprobación de la gestión de por lo menos una sólida mitad de la población argentina. Muy pocos de los que se rasgaban las vestiduras durante el kirchnerismo por la baja calidad republicana, parecen notar que Javier Milei gobierna utilizando un combo de dudosa calidad institucional compuesto casi exclusivamente por decretos y vetos parlamentarios. Mientras tanto, el Congreso permaneció todo el año virtualmente cerrado, y sólo funcionó para darle al gobierno las herramientas de gestión que reclamaba, como la Ley Bases, o para demostrar qué poca plata se necesita para comprar algunos legisladores para sostener un veto. Poca plata para el gobierno, claro, pero bastante como para meterse a hacer negocios inmobiliarios en otro país, como lo demostró el senador Kueider, capturado con más de U$S 200.000 en efectivo en su sexto viaje a Paraguay. Sólo Dios, Edgardo y su secretaria, saben cuánta consiguió cruzar antes de que lo detengan.

“No hay plata”, fue el lema del año que pasó, y el ministro de Economía se sentó sobre la caja como un rotweiler perfectamente entrenado y dispuesto a atacar a cualquier degenerado que pretendiera dinamitar el superávit fiscal. Bueno, en realidad plata no hubo para algunas cosas. No hubo para las jubilaciones, los salarios de los empleados del Estado, para la obra pública o para las universidades. Si hubo para incrementar el gasto en Defensa y comprar aviones, tanques, helicópteros o submarinos. Paralelamente hubo fuertes aumentos en el presupuesto de Seguridad para garantizar la represión. Pero la cosa no termina ahí, también hubo plata para aumentar los gastos reservados de la SIDE, casi un 800% en términos reales. Patricia Bullrich y Luis Petri, los primeros militantes del PRO/Juntos por el Cambio en pegar el garrochazo para el lado de las Fuerzas del Cielo, felices con la suya. Digo, felices con los incrementos presupuestario y con dos victorias políticas en paralelo. Por un lado, la de haberle birlado a Villarruel dos áreas sensibles que le tocaban en el reparto pre electoral. Por el otro, la de obtener financiamiento para disputar la fuerte interna que se desató con Mauricio Macri. Finalmente, y para cerrar este apartado: sobró la plata para financiar los viajes de posicionamiento político personal de Javier Milei en el mundo, ninguno de los cuales revistió carácter de visita de Estado.

También estuvo y estará la plata para pagar la deuda. La gestión libertaria ha sido un relojito a la hora de honrar los compromisos, y Luis Caputo sostiene que ya tiene comprados lo dólares para hacer frente a los vencimientos del FMI y los bonistas privados hasta la primera mitad del año. Lo que nadie parece estimar desde el gobierno es cuál es el costo de cumplir con la deuda asumida con ese nivel de prolijidad. A ver, no estamos sugiriendo que esté mal pagar las deudas. De hecho, cuando uno revisa el historial de los gobiernos kirchneristas se encuentra con que han sido buenos pagadores. En 2005 se cerró un proceso de renegociación de deuda que implicó un canje de alrededor de U$S82.000 millones, y en el que ingresaron aproximadamente un 76% de los acreedores privados. Posteriormente, en 2010, y luego de la apertura de la Ley Cerrojo, se abrió otra ronda de negociaciones que llevó el porcentaje de deuda renegociada al 92% de los tenedores. En medio de ese proceso, en enero de 2006, Néstor Kirchner saldó en un solo pago de aproximadamente U$S9.800 millones, la totalidad de la deuda que la Argentina tenía con el FMI. Ahora, tantos los canjes como el pago al Fondo, se dieron en el marco de una política de administración del endeudamiento externo, que tenía como prioridad el bienestar general de la población. Como planteaba Néstor Kirchner en dos de sus frases más famosas: “déjennos crecer para pagar” y “los muertos no pagan deudas”.

Nadie desde el oficialismo considera que el costo de la estabilización de precios, el superávit fiscal y el pago de deuda sea demasiado oneroso para la población. Ya han dado muestras acabadas de que están convencidos de que el rumbo es el correcto (y el apoyo en las encuestas les suena a confirmación). De hecho ya anunciaron desde fines de 2024, que el hecho de que este año sea un año electoral no cambia absolutamente nada y no va a haber plata. La pregunta es: si en medio de una crisis como la que estamos atravesando (donde el consumo no tracciona porque los salarios se pulverizaron) el Estado sostiene su política de restricción fiscal, cuál será el driver que empuje a la economía hacia adelante? En función de lo que venimos viendo y escuchando el gobierno se juega un pleno no a una, sino a dos balas de plata. La primera es conseguir algún acuerdo con el FMI. No ya el que pretendía Caputo, es decir, un programa que contemplara un desembolso inicial de U$S 15 ó 20.000 millones, como para dar la batalla en el frente cambiario y salir del cepo en lo inmediato, sino un mínimo acuerdo que le garantizara algún grado de estabilidad hasta las elecciones de medio término. La segunda bala es aún más aventurada: apostar a que la baja del riesgo país se acelere (hoy está algo por debajo de los 600 puntos) y eso le permita a la Argentina volver al mercado voluntario de capitales y recibir inversiones extranjeras. El tiempo dirá qué es lo que va a suceder, pero no olvidemos que Mauricio Macri, con menos de 334 puntos de riesgo país, no consiguió ninguna de las dos cosas.