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Opinión: «Un año de Javier Milei»


Por Diego Añaños - CLG

Por Diego Añaños – CLG

El martes por la noche Javier Milei realizó un balance de su gestión al cumplirse un año de asumir el cargo. Lo hizo a través de la Cadena Nacional, un instrumento por cierto muy poco utilizado por el presidente. La escenografía, eso sí, fue la habitual. Milei en el centro, flanqueado por todos los miembros de su gabinete y, en esta oportunidad, sumó a su hermana Carina. Comenzó con agradecimientos al pueblo argentino. En primer lugar por haberle dado la oportunidad de ser presidente, y en segundo lugar por haber por haber sobrellevado estoicamente un 2024 que seguramente fue muy duro para todos. Rara contradicción no? El presidente que prometía hacer pesar la carga del ajuste, según él necesario, sobre las espaldas de la casta, pidiendo disculpas por no haber cumplido con su promesa y haber trasladado los costos sobre los trabajadores y los jubilados. Eso sí, aseguró que el sacrificio conmovedor que han soportado no será en vano. Recordó que cuando asumió le hizo saber al pueblo argentino desde el primer momento que sería necesario atravesar “impasse de dolor”. Entonces me pregunto: por qué habría de sufrir el pueblo si el costo lo iba a asumir la casta? Sigo sin entender, a menos que terminemos concluyendo que este no es más que otra versión del remanido plan de estabilización mil veces instrumentado en la Argentina por anteriores gobiernos conservadores.

Después la épica. La apelación viejas metáforas (la prueba de fuego, el valle de lágrimas, el desierto, la tormenta, elijan ustedes), para concluir que pasadas las zozobras del ajuste, se vienen tiempos mejores. Sólo le faltó decir, como dijo De la Rúa en su famoso mensaje de diciembre de 2000: “Qué lindo es dar buenas noticias”. Para el presidente “la recesión terminó, el país finalmente ha comenzado a crecer”. Una afirmación aventurada, particularmente en un contexto donde los datos de consumo y nivel de actividad que el mismo Indec publica hablan, en el mejor de los casos, de un leve freno en la caída, pero jamás de recuperación. Salvo, claro, si hablamos de dos sectores puntuales: el agropecuario y el financiero. “El futuro será cada vez mejor”, “se vienen tiempos felices en la Argentina”, son sólo algunas de las frases motivacionales con que Milei intentó endulzar los oídos de los argentinos.

Luego el relato de los éxitos. Como decimos siempre, y para ser justos, la evaluación debe centrarse en la relación entre los objetivos y los logros. Además, sería absurdo pedirle a un presidente que hable mal de su propia gestión. Seguramente la baja sensible de la inflación es la victoria más contundente del gobierno. Más allá de que sea discutible el dispositivo recesivo utilizado para conseguirlo. El 2,4% registrado en noviembre, le permite al oficialismo cerrar el año con bombos y platillos. El salvaje ajuste fiscal, conseguido a base de licuación de jubilaciones, salarios del sector del sector público, cesación de pagos a proveedores y eliminación de la obra pública, profundizó la recesión, y le facilitó al gobierno, tanto el control de la inflación como el del mercado paralelo del dólar. También destacó el mejoramiento de la balanza comercial, un dato absolutamente previsible en cualquier programa de estabilización recesivo. A ver, la caída de la actividad produce dos efectos: por un lado el aumento de las exportaciones (dado que en un país que exporta alimentos, la baja del consumo libera saldos exportables), y una caída de las importaciones, que son una función matemática directa del nivel de producto. A lo largo de toda la historia económica argentina las recesiones han operado como equilibradoras de nuestra balanza de pagos. Sólo puede sorprenderse aquel que no conozca la historia. Claro, como contrapartida de los éxitos, Milei volvió a la carga con épica del punto de partida, la pesada herencia del relato libertario: los precios corriendo al 17.000%, el déficit fiscal de 15 puntos del PBI (los famosos 5 del Tesoro y los 10 del Banco Central). Pero sobre esto no vale la pena abundar, es el mismo discurso leído decenas de veces.

Los analfabetos políticos tienen una frase de cabecera: “Si el presidente le va bien, a todos nos va a ir bien”. En fin, una muestra palmaria de la estupidez dominante. A ver, a Milei le fue bien. Es más, le fue muy bien. Hizo mucho más de lo que incluso él mismo esperaba, más teniendo en cuenta el raquitismo legislativo crónico de LLA. Encontró en el combo de DNU más veto, la fórmula perfecta para gobernar evitando los embates de un Congreso predominantemente opositor. Los salarios se pulverizaron, el consumo no para de caer, y la actividad económica está frenada. Sin embargo, y a pesar de todo, el presidente ha conseguido un renovado voto de confianza en los últimos meses. Digamos, la gente no lo trata peor que a Mauricio Macri o Alberto Fernández luego de un año de gestión. No es poco.

La eliminación del cepo, la dolarización, la eliminación del Banco Central, el crecimiento, la recuperación de los salarios, el Consejo de Mayo, etc, siguen siendo promeses incumplidas. Se viene un año electoral y se acortan los tiempos. El 2025 seguramente será un año donde los ciudadanos comenzarán a exigir con más firmeza que los éxitos de Milei lleguen a sus hogares, y se vean reflejados en sus heladeras. Será complicado para un presidente liberal al que, paradójicamente, no le gusta competir, porque sólo está preparado íntimamente para ganar.