En el umbral del balotaje más diputado de la historia reciente de Brasil, el líder popular más importante del país, el ex presidente Luiz Inácio Lula da SIlva, cumple 73 años este sábado. El ex mandatario se encuentra en prisión, por una condena por corrupción de 12 años y un mes, situación que se considera clave para entender el ascenso del ultraderechista Jair Bolsonaro.
Cientos de personas se congregaron frente a la sede de la Policía Federal en Curitiba, estado sureño de Paraná, para celebrar el cumpleaños de Lula, preso desde el 7 de abril pasado tras haber sido condenado por el juez Sérgio Moro, en un fallo confirmado y ampliado por la cámara de apelaciones de Porto Alegre.
A amigos y abogados que lo visitaron esta semana, Lula les dijo que incluso perdiendo su delfín electoral, Fernando Haddad, «habrá ganado fuerza en el balotaje para ser oposición» a Jair Bolsonaro, según relató el diario Folha de Sao Paulo.
A seis meses de su detención, Lula posee un grupo de seguidores incondicionales de la llamada «Vigilia Lula Libre», que saluda a la mañana y a la noche al líder del PT frente a la sede de la Policía Federal en Curitiba, en el barrio Santa Cándida, ámbito revolucionado al haberse convertido ya en una suerte de peregrinación.
Haddad comenzó la campaña electoral el 22 de setiembre pasado como candidato luego de que el Tribunal Superior Electoral rechazó un pedido del comité de Derechos Humanos de la ONU e inhabilitó a Lula.
El motivo fue que el ex presidente está incluido en la Ley de Ficha Limpia, que el mismo promulgó durante su presidencia (2003-2010), que impide a un sentenciado con condena firme presentarse como candidato.
En la campaña a la segunda vuelta, la imagen de Lula fue reducida de la propaganda de Haddad para intentar buscar votos de sectores históricamente enfrentados con el ex sindicalista, considerado por una encuesta de Datafolha como el mejor presidente de la historia del país.
En una carta divulgada el jueves, Lula llamó a votar por Haddad para «enfrentar la aventura fascista» de Bolsonaro, además de quejarse por considerarse un «condenado en forma injusta, sin pruebas».
Lula, incluso preso, hasta setiembre lideraba las encuestas ampliamente con más de 20 puntos de ventaja por sobre Bolsonaro.
Su condena -producto de uno de los cinco procesos que tiene abiertos-, fue porque el juez Moro entendió que Lula recibió un apartamento en la playa de Guarujá como soborno de la empresa constructora OAS.
Moro, sin embargo, no encontró puntos de encuentro entre los desvíos de Petrobras y el departamento, motivo por el cual los defensores de Lula consideran que su prisión tiene carácter político.
El clima político puede influenciar las apelaciones a la corte: el año que viene el Supremo Tribunal Federal debe votar si es inconstitucional que un condenado en dos instancias pueda estar detenido sin esperar el fin del proceso.
El 8 de julio pasado, un camarista del Tribunal Regional Federal 4 de Porto Alegre aceptó un habeas corpus para liberar a Lula, pero el fallo no fue cumplido porque al mismo tiempo el juez Moro llamó a la policía federal desde Portugal, donde estaba de vacaciones, para demorar el trámite.
En este lapso, el presidente del tribunal de Porto Alegre, Carlos Thompson, anuló, en un fallo sin precedentes, la concesión del habeas corpus hecho por su colega en un mismo día, cuando Lula ya tenía listo su bolso para salir de la sede de la Policía Federal.
El juez Moro puede decidir en noviembre sobre otra investigación sobre Lula que tiene como eje una supuesta donación planificada por la constructora Odebrecht de un terreno para el Instituto Lula.