Por Diego Añaños – CLG
El gobierno festeja una vez más. Luego de que la inflación atravesara la barrera simbólica del 4% en septiembre (“el tres adelante” con el que soñaba Sergio Massa a fines de 2022), el 2,7% de octubre despertó la algarabía de todos los funcionarios de La Libertad Avanza. Y no es para menos. Perforar un nuevo piso, ahora el del 3%, ha llevado al optimismo oficialista a niveles estratosféricos. Superando todas las expectativas de los agentes económicos, el exitoso frenazo del índice general de precios le ha permitido a Javier Milei mostrar orgulloso que es capaz de conseguir los objetivos que se propone, al menos en el corto plazo. Incluso desde el equipo económico ya han dejado correr el rumor de que si la inflación se mantiene en descenso por algunos meses más, se considera seriamente bajar el ritmo de devaluación del tipo de cambio oficial al 1%.
Siempre es bueno convertir en un partido, pero hacerlo demasiado temprano a veces complica las cosas, porque la tendencia natural es a sostener el resultado. La cuestión es que, logrado el objetivo de la baja de inflación, el gobierno deberá poner las barbas en remojo y comenzar a mostrar resultados en otras áreas, pronto, porque se vienen las elecciones de medio término el año que viene. Los éxitos financieros, como la caída del riesgo país, el blanqueo, la suba de la cotización de los papeles argentinos o la estabilidad cambiaria, pueden funcionar como titulares de los medios, pero más temprano que tarde, y una vez alcanzada la estabilidad de precios, la población comenzará a reclamar que los festejos del gobierno lleguen a las heladeras de los trabajadores. Volviendo a la metáfora futbolística, gobernar es hacer goles todos los domingos. Ningún gobierno puede vivir eternamente de los triunfos del pasado, y menos de los votos de la escuálida minoría que representan los grandes ganadores del modelo mileísta hasta hoy: los especuladores financieros.
Sin embargo no todas son rosas. A pesar de los festejos públicos y la algarabía en las redes, pesa sobre el gobierno una maldición. No importa cuánto baje la inflación, suban los bonos o caiga el riesgo país, no es posible levantara el cepo cambiario. No importan tampoco las presiones del FMI o las del sector agroexportador, porque desregular el mercado cambiario sería una catástrofe para el programa económico. La cuestión es muy simple, el retraso cambiario es tan notable (digamos, el dólar está tan barato), que si mañana se liberaran las restricciones para la compra, la corrida sería monumental, sólo atenuada por la ausencia de pesos en la calle. Y es aquí donde el relato libertario de desvanece, dado que el precio de mercado del dólar no sería compatible con el actual nivel general de precios, y la apertura del cepo eyectaría la inflación inmediatamente a niveles difíciles de estimar. La lección parece clara: “no podemos dejar que los precios se fijen libremente en mercados no competitivos”. No sólo los del dólar, sino también los de las pre-pagas, por citar un ejemplo reciente. Digamos que una cosa es ser libertario y otra cosa es ser un pavote (para no utilizar un término más fuerte). Por eso, el ministro de Economía tuvo que reconocer públicamente que la única forma de salir del cepo es recibiendo una fuerte “inyección de reservas adicionales”. Traducción: contrayendo deuda para financiar la salida.
También hablo el presidente, poco antes de viajar a los festejos republicanos en Florida. Envalentonado por el triunfo de su amigo Donald Trump, Javier Milei adelantó que buscará firmar un acuerdo de libre comercio con los EEUU. Sostuvo que, dado que el nuevo gobierno se siente mucho más cómodo trabajando con él que con otros presidentes, la profundización de las relaciones financieras y comerciales con el país del norte son inevitables. Sin embargo, es probable que el presidente no termine de entender con claridad su función dentro del esquema geoestratégico norteamericano, porque a renglón seguido afirmó: “Nosotros podemos avanzar en mayores acuerdos comerciales con Estados Unidos, de la misma manera que estamos avanzando muy fuertemente con China”. El avance de la influencia China sobre Latinoamérica es precisamente una de las grandes preocupaciones norteamericanas, independientemente del color de la administración, por lo que es complicado pensar que la Argentina pueda plantear un alineamiento absoluto con los EEUU y a su vez ampliar sus acuerdos comerciales con Pekín.
Por otro lado, y con la experiencia mejicana a la vista, tampoco suena tan atractivo un acuerdo de libre comercio con Washington. Hace ya 30 años que Méjico firmó el suyo y los resultados lejos están de ser los esperados. Según datos del Banco Mundial, el PBI per cápita argentino, medido por paridad de poder adquisitivo, y en medio de una fuerte crisis, está claramente por encima del mejicano (U$S28.710 contra U$S24.970), un desempeño que está lejos de sorprender en función de las expectativas de crecimiento que genera la apertura comercial. Esto en un contexto en el que la estructura productiva mejicana se ha desarrollado como subsidiaria de la norteamericana, privilegiando la industria de la maquila por sobre la agregación de valor, y el desarrollo de puestos de trabajo de calidad y bien remunerados. Ah, un detalle: Méjico es, además, uno de los países más desiguales de Latinoamérica (que es, a su vez, la región más desigual del planeta). Un escenario que, claramente, poco se asemeja a la Canaán libertaria que nos promete Milei.