Por José Odisio - CLG
Por José Odisio
El clima cambió en el Parque. Un par de victorias fueron suficientes para que el hincha vuelva a creer. Sin fórmulas mágicas ni ideas delirantes. Sólo se necesito de un entrenador que acomodara las piezas, la presencia de algunos pibes para inyectar energía y que la pelota entrara, la clave de todo.
Siete puntos sobre nueve era una cosecha que nadie imaginaba en el inicio del interinato de Lunari. Pero sucedió. Con un 4-4-2 que lejos de ser un esquema defensivo, provocó mayor presencia del equipo en zonas cercanas al área rival. Con un doble nueve que a la vista no parece funcionar, pero en la práctica sí.
Los tres goles ante Riestra y el penal frente a Lanús fueron por tener uno o dos centrodelanteros en área. Y si a eso se le suma el empuje y la potencia del pibe Silvetti, ahí estará parte de la explicación de un Newell’s que pasó de seis partidos sin anotar a convertir seis goles en tres cotejos.
Obviamente falta. Si Lunari piensa que tiene todo resuelto se equivoca. Hay fallas defensivas, en especial por rendimientos individuales bajos. Y falta aceitar mejor la generación de juego, en especial cuando no está Banega.
Pero el DT tiene algo a favor. El hincha ya se puso de su lado, lo banca, y en consecuencia pasó a confiar de nuevo en el equipo. Y ese aura oscura que sobrevolaba por el Parque, de pronto, desapareció. Por eso no sorprendió que el triunfo ante Tigre se festejará incluso con lágrimas de desahogo. Y hubo bronca por un empate con Riestra que no era mal resultado. Y hubo empuje contra Lanús, que tuvo su premio con el golazo de Matko, que puso en modo abrazo al Coloso y dibujó sonrisas e ilusión en la gente. Revivió Newell’s, no era tan complicado, sólo había que conocer al paciente. Y Lunari lo conoce, sin dudas.