Más allá del pórtico de un cementerio está el pasado y el silencio, pero más allá del pórtico del cementerio de La Recoleta no está cualquier pasado, allí está gran parte del pasado de la Patria, está la Patria muerta y no hay silencio. No hay silencio porque cientos de turistas y delegaciones escolares, a cada instante, recorren la morada final de muchos próceres, esos que vivieron cuando la Patria se desangraba por la vida. Hoy, mal que pese expresarlo, y aun cuando duela decirlo, la Patria se desangre por la muerte.
Allí están las tumbas de unos y de otros, de unitarios y federales; allí descansan los amores y también los odios. Odios, claro, porque en el pasado también había pecados, pero también había virtudes, ideales sensatos, valores, principios y excelencia. Entonces la Patria pugnaba por vivir, hoy la Patria se debate en la mediocridad y entre la baratija política.
En el histórico cementerio están los restos de ese Dorrego fusilado, quien en su última hora de vida escribió: “Ignoro las causas de mi muerte, perdono a mis enemigos y pido a mis amigos que no den un paso en venganza de lo que aquí recibo”. ¡Cuánta grandeza! Dorrego, impulsor del federalismo en el país y gobernador de la provincia de Buenos Aires, fue derrocado por el general unitario Juan Lavalle, quien ordenó fusilarlo sin siquiera escucharlo.
Tumba de Manuel Dorrego
En el cementerio, no más en el ingreso, se levanta imponente el mausoleo del general Carlos María de Alvear, quien junto a San Martín participó en la Guerra de la Independencia. Alvear tuvo participación en la reconquista de Montevideo (segundo sitio del año 1812), acción en la que se destacó de manera determinante el almirante Guillermo Brown, quien venció completamente a la escuadra española. Allí también están los restos del almirante, quien, a su pedido, fue enterrado junto a su hija.
Tumbas del general Alvear, de Guillermo Brown y de su hija
En la Recoleta están también los restos del general Hilario Lagos, quien abrazó la causa de la Federación. Lagos fue leal a Rosas y tuvo una participación especial en la Batalla de Caseros al lado del Restaurador de las Leyes, cuyos restos también descansan en La Recoleta, luego de que el presidente Carlos Menem los repatriara desde Inglaterra. Frente a su tumba, aun parece que se escuchan sus palabras al referirse a las clases más excluidas: «Fue preciso hacerme gaucho como ellos, protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin no ahorrar trabajo ni medios para adquirir más su confianza».
Arriba la tumba del general Hilario Lagos, abajo la del Brigadier General Juan Manuel de Rosas.
Entre las figuras que descansan en el predio de La Recoleta se encuentra también el fundador de la histórica y recordada Caja Nacional de Ahorro Postal, Alfonso Durao. La Caja comenzó a funcionar en el año 1914 y fue un símbolo de la economía nacional cuando a los niños se les abría una libreta de ahorros pegándose en ella las famosas estampillas por valor equivalente a moneda nacional de curso legal.
Mauseoleo de don Alfonso Durao
Entre los héroes y tumbas, parafraseando la obra de Sábato, están Sarmiento y una placa de la masonería que recuerda al Gran Sanjuanino, y el Brigadier General Facundo Quiroga, federal conocido como el Tigre de los Llanos.
Paradoja de la vida o misterios de la existencia humana, lo cierto es que Sarmiento, autor de “Facundo: Civilización y Barbarie”, libro en el que rescata a la civilización en las figuras e ideales unitarios y a los bárbaros los encarna en los federales Rosas y Quiroga, fue a descansar a pocos metros y en el mismo solar donde reposan los restos del asesinado en Barranca Yaco.
Tumbas de Domingo Faustino Sarmiento y del Brigadier General Facundo Quiroga
Destaca en La Recoleta la tumba de un presidente reconocido que tuvo la nueva democracia argentina: Raúl Alfonsín, en cuya tumba se lee parte del Preámbulo que Alfonsín recitara con énfasis durante la campaña electoral que lo llevó a la Presidencia de la Nación.
Tumba del doctor Raúl Alfonsín
Llena de flores, con Rosarios y hasta con una nota manuscrita, está la tumba de la Abanderada de los Humildes, Eva Duarte de Perón, Evita, en cuyo mausoleo, perteneciente a la familia Duarte, desfilan sin cesar turistas extranjeros y admiradores argentinos que leen en una placa recordatoria de la CGT sus palabras: “Lo único que quiero es servir a los humildes y a los trabajadores”.
Tumba de Eva Perón y placa recordatoria
En el cementerio de La Recoleta se respira historia, algunas tristes, como la de Rufina Cambaceres, hija del escritor Eugenio Cambaceres, quien a los 19 años fue dada por muerta y, según se cuenta, fue enterrada viva.
En la tumba de Rufina Cambaceres se erige la figura de la joven como queriendo abrir la puerta de la muerte.
Las letras y las plumas, por supuesto, también allí están enterradas y de entre ellas recordamos la prosa de Miguel Cané, el autor de Juvenilia, aquel que dijo: “No he conseguido, por cierto, ni aun acercarme a mi ideal, pero estoy contento de mi esfuerzo, porque si no lo he encontrado, por lo menos he buscado el buen camino”.
En La Recoleta descansan los restos de ilustres argentinos como los premios Nobel Luis Federico Leloir; Carlos Saavedra Lamas; los escritores Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y José Hernández. Allí están los despojos gloriosos de ilustres benefactores de la humanidad, como el doctor Luis Agote, el primer médico en el mundo que dio a conocer el método de transfusión indirecto de sangre sin que ésta se coagulara.
No, en el cementerio de La Recoleta no reposa cualquier pasado, reposa la Patria que, a pesar de las luchas, pugnaba por vivir, por ser. A esa Patria adolescente la empujaban las virtudes, los principios, ideales y el honor. De aquello hoy queda casi nada y si algo de ello existe, hierve esperanzado en el corazón de un pueblo humillado por tanto advenedizo, cuando no corsario.
(Producción Con la Gente Noticias)