Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
Más de 200 años han pasado ya desde nuestra Independencia, sin embargo aún perseveran las saudades monárquicas de cierta parte de la sociedad argentina, que no termina de registrar que se terminaron los esclavos y los siervos de la gleba. En este sentido, cualquier intento de los trabajadores organizados de ampliar su horizonte de derechos, esto es, ir más allá de tener garantizado techo y comida, es percibido como un ataque furibundo a los fundamentos básicos del sistema capitalista. Sólo una breve digresión: no olvidemos que techo y comida ya tenían los esclavos. Evidentemente ignoran, o simulan ignorar, que los trabajadores de los países desarrollados, ahí donde el capitalismo es exitoso y funciona, la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores ha sido uno de los pilares fundamentales del sistema. Lamentablemente, desde que en algunos países se instaló la ofensiva neo-conservadora, la situación no ha hecho más que empeorar. Dentro de esa lógica, y en sus universos conceptuales, el trabajador no es más que un siervo 3.0 al que, como dijo alguna vez Javier González Fraga: “le hicieron creer que podía comprarse plasmas y viajar al exterior”. De hecho el propio presidente cerró su furibunda campaña electoral al grito de: “Venimos a terminar con el verso de que donde hay una necesidad nace un derecho”, preanunciando un nuevo capítulo de la saga que periódicamente se renueva en la Argentina, y que tiene como objetivo hacer volver al país a los tiempos previos al peronismo.
Hace un par de días, el secretario de Comunicación y Prensa de la Nación, Eduardo Serenellini, protagonizó uno de los episodios más repugnantes de lo que va de la gestión libertaria. Afirmó que estamos ante un “reacomodamiento del consumo”, es decir, algo así como un sinceramiento. Sí, así como lo leen. Según el funcionario, hoy la gente está pagando lo que realmente puede pagar, mientras que antes estaba llevando a cabo gastos que no podía realizar (???). Da la sensación de que advierte que ese reacomodamiento está directamente relacionado con el cambio en la capacidad adquisitiva de los salarios. De lo que no parecía darse cuenta es de que es precisamente eso el efecto licuadora del que el presidente tanto se enorgullece. A renglón seguido, relató que un empresario frigorífico de Tucumán le dijo: “Se paró el consumo”, a lo que Serenellini respondió: “No se paró el consumo, consumimos todos menos”. Me quedo sin palabras, delirante es poco. A nadie debería asombrarle lo que escucha, más viniendo de un tipo que sostuvo hace unos meses que comer una vez al día “está bien, es normal. No hay nada de qué avergonzarse”.
Uno supone que, debido a las obligaciones propias del cargo que ocupa, Serenellini lee diariamente los periódicos. Parece que no es así. Si efectivamente lo hiciera, sabría que un informe recientemente publicado por Nielsen IQ, muestra que el consumo registró una caída del 18% en el primer semestre de 2024. Paralelamente, se conoció un informe elaborado por Centro de Almaceneros y Comerciantes Minoristas de la provincia de Córdoba, que cubre todo el país, en el que aparece un dato revelador: el 54% de los argentinos ya está utilizando la tarjeta de crédito para la adquisición de alimentos. La conclusión es clara, los ingresos corrientes no alcanzan para sostener el consumo, por lo que se apela al financiamiento que, si bien se obtiene a tasas astronómicas, permite estirar el padecimiento en el tiempo. Sin embargo, y como si no fuera suficiente, y dado que muchos usuarios ya tienen las tarjeas colapsadas, comienza a registrarse un fuerte crecimiento del fiado, particularmente en comercios de proximidad.
Desde el inicio mismo de la gestión de Javier Milei, analistas, consultores, ciudadanos comunes y gamblers, realizan sesudos análisis o simplemente apuestan, dando por sentado que la actual gestión no termina su mandato. Sólo había que acertar cuándo. Para sorpresa de muchos, y a pesar de la brutal paliza a la que viene siendo sometido, el pueblo argentino parece tolerar mansamente el deterioro de sus condiciones de vida, tal vez un poco más lento en los últimos meses, pero claramente irreversible. Como lo hemos dicho en otras oportunidades, es evidente que el umbral de dolor se ha corrido notablemente, y los agentes sociales parecen estar dispuestos a tolerar un castigo mucho mayor que en otros momentos de la Historia. El gobierno ha tomado cuenta, tanto del aumento de los márgenes de la tolerancia social, como del susto y la defección opositora, y aprovecha cada día para avanzar hasta donde las redes le vayan marcando los límites. Ahora cuidado, que los límites se hayan corrido no significa que los límites no existan más. Todo hace pensar que estamos a nada de pasar del “que se vayan todos” al “hay que matarlos a todos”. Cuidado, aunque no parezca, el horno no está para bollos.
Para ir cerrando. A fines de mayo, el presidente realizó una presentación en la Universidad de Stanford. Durante la misma, hizo referencia a la cuestión del hambre en la Argentina, y nos dejó una de sus frases más polémicas: “Ustedes creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir? Va a llegar un momento que se va a estar por morir de hambre y va a decidir para no morirse”. Seguramente, en su universo conceptual libertario, Milei suponía que ante esa situación, la necesidad haría emerger el espíritu emprendedor, y cada consumidor se transformaría en su propio proveedor. Leída desde el día de hoy es casi una advertencia, incluso una advertencia para sí mismo: es extremandamente peligroso llevar a los pueblos hasta los límites de la tolerancia al castigo. Porque, la Historia dice que, lejos de someterse mansamente a sus opresores, los ciudadanos se han vuelto sistemáticamente contra los oprimen.