Por Diego Añaños - CLG
Por Diego Añaños – CLG
El gobierno terminó la semana pasada festejando, como si hubiera ganado un campeonato. Luego de cuatro enredados meses, consiguió finalmente la media sanción de la Ley Bases en la Cámara de Diputados, y la algarabía se apoderó de las huestes libertarias. Sin embargo, todo ese optimismo sólo duró unas pocas horas. A medida que iban llegando las noticias de los primeros poroteos preliminares en el Senado, las caras fueron mutando y el talante cambió. Quiero pensar que, al menos la mesa chica del gobierno, ya tenía los números desde hace un tiempo, y que fueron filtrando la información lentamente entre sus seguidores, de modo de no tener que atravesar un fin de semana en medio de una ola depresiva. Finalmente el proyecto hizo pie en la Cámara Alta a comienzos de esta semana, y a medida que iba avanzando el debate en el plenario de comisiones, las objeciones comenzaron a aparecer como hongos después de la lluvia.
Y no hablo, claramente, de aquellas objeciones interpuestas por los dos bloques del peronismo. Fueron precisamente los legisladores de los bloques dialoguistas los que pusieron al gobierno en la encrucijada de tener que reconocer la realidad. Tal y como lo planteábamos la semana pasada, el escenario más previsible, esto es, la aprobación en general, algunas modificaciones en el articulado proveniente de la cámara de origen, y la vuelta posterior a Diputados, comenzaba a perfilarse como el más probable. Más allá del modo en el que los principales medios de comunicación presentaron el debate que se llevó adelante en el Senado, la metralla que le cortó las piernas a una rápida aprobación no provino de las trincheras de la oposición más cerril, sino del fuego amigo. Paradojas de la política.
La cuestión es que los gobernadores aliados y los cercanos están ejerciendo presión para que la ley se apruebe antes de ayer. Incluso, si fuera posible, sin introducir modificaciones al texto original, de modo de acelerar el restablecimiento de una comunicación más fluida con Nación. El ahorque fiscal al que están siendo sometidos no tiene nada que envidiarle a los insultos que reciben diariamente los legisladores, y necesitan con urgencia recuperar el flujo de recursos del gobierno nacional. Los senadores, por su parte, sin las demandas que supone la gestión cotidiana, trabajan en función de sus propios intereses, de modo que algunos no están dispuestos a dejarse amedrentar por urgencias ajenas. Además, y para completar el cuadro, no tienen ningún incentivo para favorecer el mejoramiento de las condiciones de gobernabilidad de sus propios rivales internos en sus provincias de origen.
Hoy está claro que el gobierno ya descartó la posibilidad de llegar al pacto, el 25 de mayo, con la Ley Bases aprobada. Asume que, en el mejor de los casos, el proyecto volverá a Diputados con las modificaciones introducidas en el Senado para su aprobación final, por lo que los tiempos no dan. Por otro lado, nadie hoy en el oficialismo quiere imaginar la posibilidad de un rechazo de plano a la norma, porque la ley no podría volver a tratarse durante este año y le propinaría una derrota inesperada al gobierno. Igualmente, y desde el círculo íntimo del presidente dejaron circular la versión de que tendremos Pacto de Mayo a como dé lugar, con o sin ley, con ocho, con diez, con quince o con veinte gobernadores. Eso sí, y como Milei es el dueño de la pelota, aquellos que no acompañen la Ley Bases no van a estar invitados. Decir que la actitud es infantil es indulgente.
Pero mientras todos estamos distraídos con el sainete parlamentario, la situación económica sigue empeorando. Según los últimos datos publicados por el Indec, el deterioro del nivel de actividad sigue en picada, en contra de las previsiones de algunos economistas cercanos al gobierno que sostenían que el piso de la crisis se había tocado en el mes de febrero. La producción industrial registró un retroceso interanual del 21,2% la peor caída desde la salida de la pandemia. Se destaca el hecho de que cayeron los 16 subsectores en los que se divide la medición de la actividad industrial, con varios cayendo por encima del 30% (como maquinaria y equipo, industrias metálicas básicas, productos minerales no metálicos, etc). Paralelamente, la construcción, un sector que opera habitualmente como referencia del estado general de la economía, registró en marzo de este año una caída del 42,2% en relación con el mes de marzo de 2023, cerrando el primer trimestre del año con una fuerte caída del 30,3%. Ahora volvieron a correr la cancha, y hablan de una recuperación a partir de mayo. A ver, es probable que en los próximos meses la actividad cese su caída libre, pero hablar de una recuperación es, al menos, aventurado. Si bien la economía no siempre es necesariamente simple, muchas veces las cosas no son tan complejas como se quieren hacer aparecer. Como hemos dicho en otras oportunidades, el sistema económico reconoce cuatro drivers, es decir, cuatro tractores que empujan hacia adelante el nivel de actividad: el consumo, la inversión, el gasto del Estado y las exportaciones. De los cuatro nombrados, el consumo representa el 70% del total, y es precisamente la variable más golpeada por el fuerte deterioro del ingreso real de los trabajadores. Sinceramente, se me hace complicado imaginar una salida de la crisis en el corto plazo, por lo que los intentos de tratar de determinar la forma de la recuperación (una V corta, una L, o una U), se parecen más a una suerte de ejercicio de realismo mágico preñado de voluntarismo, que a un debate con anclaje firme en la evidencia empírica.