El cantante, baterista y compositor tenía 78 años y sufrió un accidente doméstico
No hay tiempo de más, una hora es fatal, un minuto igual”
El cantante y baterista Javier Martínez, líder de Manal, una de las bandas fundacionales del rock nacional, murió este sábado a los 78 años en una clínica del barrio porteño de Almagro, donde se encontraba internado en terapia intensiva y en muy grave estado, luego de haber sufrido un accidente doméstico.
La triste noticia fue confirmada por su hermana, Dora Martínez, en en la página de Facebook del baterista, donde precisó que el músico será despedido en una casa velatoria del barrio de Chacarita este domingo en horas de la tarde.
«Lo acompañaremos en su viaje a la Eternidad por siempre y para siempre», escribió Dora Martínez, en una publicación en la que citó una frase de su hermano que dice: «Cuando uno no tiene más nada que decir, comienza el viaje de callar».
El surgimiento de Manal y Avellaneda blues
En 1967, el baterista Javier Martínez, ex integrante de Los Beatniks, y según el periodista y músico Claudio Kleiman “el primer loco argentino de la música negra”, conoció a Claudio Gabis, un adolescente que frecuentaba el Instituto Di Tella y tenía devoción por los discos de blues. En el libro Yo soy Buenos Aires, de Fabio Scaturchio, el baterista fue muy claro: “Entonces yo veo que Claudio Gabis hace unas frases de blues y estira la cuerda, cosa que era de marcianos en ese momento; no lo hacía nadie acá”.
Eso sucedió durante un festival en el Di Tella que se llamó Beat Beat Beatles, organizado por el artista conceptual Roberto Jacoby, en el que Martínez junto con El Grupo de Gastón y Gabis, al frente de la banda Bubblin Awe, que había formado con amigos, interpretaron covers de los cuatro fantásticos de Liverpool.“Che, ¿a vos te gusta el blues?”, lo encaró Martínez a Gabis. “Sí”, respondió el guitarrista. “A mí también, tenemos que hablar”, contestó Javier. Así, casi sin preámbulos, nació una amistad tormentosa que se convirtió en la piedra basal de Manal y del blues argentino. Martínez y Gabis empezaron ajuntarse a charlar de música y a escuchar discos. También salían a recorrer los lugares emblemáticos del rock nacional como La Cueva o el Bar Moderno, en lo que Claudio Gabis define como una “peregrinación”.
Promediaba el verano de 1968, cuando decidieron empezar a tocar unos temas que Martínez tenía en mente. Para ello sumaron a Rocky Rodríguez para que se encargara del bajo y al pianista Emilio Kauderer, que tocaba con Gabis en Bubblin Awe, para zapar y grabar en un pequeño estudio de dos canales que Jorge Tagliani tenía sobre la calle Curapaligüe, en Primera Junta. El resultado fue un demo que sería la génesis de Estoy en el infierno, tema que pasó a formar parte de la banda de sonido de la película Tiro de gracia, del director Ricardo Becher, que narraba la vida bohemia de los sesenta, y en la que actuó Martínez.
Martínez y Gabis, al principio, congeniaron muy bien pese a que tenían personalidades muy diferentes. Martínez era tres años mayor, venía de un hogar complicado, tenía mucha calle y una visión existencialista de la vida. Gabis, en cambio, era un adolescente de clase media burguesa, que vivía con su familia en Caballito y recibía una mensualidad que gastaba en discos y revistas. Como Rocky Rodríguez no quiso seguir con ellos, recurrieron a un viejo conocido de Martínez, Alejandro Medina, que había sido bajista de la banda The Seasons, que si bien conocía poco de blues, escuchaba mucho soul y, claro está, rock & roll.
Los tres comenzaron a ensayar y ensamblarse en el Teatro Payró, a cambio de musicalizar la obra Viet-Rock. Por entonces, a la banda se la conocía como Ricota, una ocurrencia de la artista plástica Marta Minujín, que se adecuaba muy bien a la admiración de los músicos por Cream, el grupo de Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker, aunque al poco tiempo a Martínez se le ocurrió el nombre Manal y lo cambiaron.
La construcción musical del trío se conformaba por los sólidos fraseos de bajo de Medina y los complejos punteos de Gabis, a los que Martínez les sumaba un estilo muy jazzero para tocar la batería y el canto que, de manera gutural y nasal, buscaba el auténtico sonido de los cantantes negros. “Cuando cantaba, Javier Martínez parecía Ray Charles”, solía decir el fallecido cantante de Memphis, Adrián Otero.
El grupo debutó en un evento organizado por el mítico sello independiente Mandioca el 12 de noviembre de 1968, en un concierto realizado en la Sala Apolo, sobre la avenida Corrientes (donde luego funcionó el cine Lorange), y compartió cartel con Miguel Abuelo y Cristina Plate, una cantante que luego dejó la música por el modelaje. A fines de ese año, Manal editó el primer sencillo, Qué pena me das, con Para ser un hombre más como lado B, y a mediados de 1969, el segundo, con No pibe y Necesito un amor.
El poco éxito comercial de los inicios se transformó en enorme suceso en 1970, cuando Mandioca lanzó el primer álbum de Manal con clásicos inmortales como Jugo de tomate frío, Avenida Rivadavia y Una casa con diez pinos. Sin embargo, fue una canción cuyo título llevaba la palabra “blues” lo que daría el impulso necesario al grupo, y el puntapié inicial para lo que sería el blues argentino. El periodista Ernesto Castrillón definió a Avellaneda blues magistralmente: “Una estupenda letra en forma de telegrama deslizaba pinceladas de un mundo suburbano real e inquietante, realzada por un punteo de Claudio Gabis que se cuenta entre los mejores solos de guitarra de la historia del rock vernáculo. ¿Un blues de Buenos Aires? Intento disparatado o posibilidad cierta, con Avellaneda blues Manal estuvo cerca de lograrlo. Nunca después, ni ellos ni sus imitadores lograrían algo parecido”.