María Antonia de Paz y Figueroa falleció el 7 de marzo de 1799 y sus restos fueron hallados el 25 de mayo de 1867
María Antonia de Paz y Figueroa, conocida como Mama Antula, fue una «mujer como pocas» que se «excluyó de los mandatos sociales» de su época y que este domingo se convertirá en la primera santa argentina de la iglesia católica, en una ceremonia presidida por el papa Francisco a la que asistirá el presidente Javier Milei.
La canonización iniciará a las 9.30 local (5.30 de Argentina) con una ceremonia que se hará en la Basílica de San Pedro.
Nacida en 1730 en el interior de Santiago del Estero, la beata se «excluyó de los mandatos sociales que establecían lo que debía ser una dama de su condición y no eligió para su vida ni el matrimonio ni el convento», expresó Alicia Guevel, autora del libro «Mama Antula. Mujer y ruin».
En diálogo con Télam, la licenciada en Historia precisó que, desde esa postura laica consagrada, María Antonia asistió desde muy joven a conventos para ayudar a los religiosos en los quehaceres o enseñar catecismo, hasta que el 9 de agosto de 1767 los jesuitas fueron expulsados de la región por el rey de España.
«La tradición oral dice que en ese momento dramático, uno de los sacerdotes apartó a María Antonia y le entregó una capa, que lejos de guardarla, la vistió porque no tomó la expulsión de los jesuitas como una derrota sino como una fuerza propulsora para salir a evangelizar», agregó.
En ese momento, hacer algún tipo de alusión, comentario o tener contacto con los jesuitas estaba prohibido, incluso se castigaba hasta con pena de muerte.
Sin embargo, la beata vistió su capa y continuó su predicación por varias provincias como Santiago del Estero, Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, Córdoba y Buenos Aires, en un periplo que le demandó transitar más de 5.000 kilómetros.
«Se manejaba con los ‘grupos subalternos’, pueblos originarios, esclavos e inculcaba ideas de lo que hoy diríamos dignidad humana, libertad e igualdad. Como era necesario ampliar su prédica se dirigió a Jujuy a pedir permiso para restablecer los ejercicios espirituales y se presentó como María Antonia de San José, beata profesa de la Compañía de Jesús», detalló la historiadora.
Mama Antula fue el nombre que le dieron las comunidades originarias en ese momento, «Mama» por «mamá» y «Antula» que, en quechua, es «Antonia».
Descalza, con extrema delgadez y casi en harapos, Mama Antula se presentaba como «mujer y ruin» y «lo supo utilizar» ya que, según explicó Guevel, estos conceptos los tomaban «en el sentido de débil, de poca cosa y frágil» y por eso «fue apadrinada por dos sacerdotes» que se preguntaban «¿qué otra cosa puede hacer que no sea rezar u organizar procesiones?».
«Fue tanta la insistencia de la sociedad que sentía esa vacancia dejada por los jesuitas y la paciencia de María Antonia que, finalmente, las autoridades, tanto eclesiásticas como reales, le permitieron empezar a realizar los ejercicios espirituales», añadió.
Con su llegada a Buenos Aires en el año 1779, la beata ordenó el levantamiento de la Santa Casa de Ejercicios Espirituales, ubicada en la Avenida Independencia 1.190 del actual barrio porteño de Constitución, en un predio que ocupa casi toda una manzana y es una de las construcciones más antiguas de la Ciudad de Buenos Aires.
La construcción de la Santa Casa fue uno de los principales objetivos de la beata, que logró levantar sobre terrenos donados y con la autorización del virrey Vértiz y del Cabildo, y con fondos provenientes de limosnas de los fieles.
Además, la beata logró «inculcar sus ideas que, en ese momento, estaban totalmente prohibidas y, mediante los ejercicios espirituales, comienzan a resurgir e incluso con más éxito que los mismos jesuitas», estimando que más de 70.000 personas los practicaron a su llegada a Buenos Aires.
Además, la historiadora destacó la habilidad en la escritura con la que contaba Mama Antula, teniendo uno de los epistolarios más grandes de la época.
«Mantenía una red epistolar con los jesuitas expulsados, lógicamente a escondidas, y con personas muy destacadas del Virreinato del Río de la Plata», lo que le permitió conseguir los permisos para que la gente participara de los ejercicios espirituales.
Actualmente, en la Santa Casa viven las hermanas de la Sociedad de Hijas del Divino Salvador, que es la congregación que se inspira en Mama Antula, acompañadas por laicas consagradas que llevan adelante su obra.
En una de las antiguas celdas vivió y murió María Antonia de Paz y Figueroa, lugar en donde se encuentran algunos elementos personales como su túnica, el tradicional bastón con forma de cruz que llevaba consigo a todos lados, y un leño que fue utilizado como señal de su sepulcro.
La beata transformó su misión evangelizadora «en un proyecto político, con la idea de generar un cambio social en pos de la libertad, igualdad, del libre albedrío y de una comunidad justa, con conceptos jesuitas que se reavivaron y tal vez después hayan hecho eclosión en sus ejercitantes y hayan buscado transformar la realidad allá por 1810», concluyó Guevel.
La curación de la hermana religiosa Vanina Rosa en 1905 fue el primer milagro atribuido a Mama Antula, en tanto que la recuperación de un hombre de un accidente cerebrovascular a comienzos del siglo XXI constituye su segundo milagro por el cual será canonizada por el Vaticano.
Mama Antula falleció el 7 de marzo de 1799, y sus restos fueron hallados el 25 de mayo de 1867 en la iglesia de Nuestra Señora de la Piedad, de la Ciudad de Buenos Aires, donde descansan en la actualidad.