Conocé la historia de Claudio Morán, el mendocino de 51 años que acumula seis invernadas en el territorio blanco
Por Ornella Rapallini, corresponsalía itinerante Sector Antártico Argentino – Télam
Claudio Morán tiene 51 años y seis invernadas en la Antártida argentina, en Marambio, Carlini y Petrel, donde estuvo a cargo del «corazón de las bases», la usina de generadores que producen la energía eléctrica que permite desde la calefacción y el agua hasta las comunicaciones bajo condiciones climáticas que congelan hasta los mares.
Replegado de su última invernada en Base Petrel, Claudio fue embarcado, junto a la dotación saliente, en el buque ARA Alte. Irízar, donde se alojó transitoriamente a mediados de enero para ser trasladado a Base Marambio, donde tomó el avión Hércules C-130 que lo llevó a reencontrarse con su familia en Ciudad de Buenos Aires.
Mientras el rompehielos terminaba el operativo de reabastecimiento de Petrel para la nueva dotación, en el puente de observación del Irízar, sentado, observando los glaciares y la última base donde invernó durante un año, Claudio contó a Télam: «Llegué a la Antártida por una necesidad, tenía un montón de deudas. Soy muy familiero, no apuntaba a venir acá, aunque mis compañeros me decían ‘andate a la Antártida, vos estás capacitado’, yo les contestaba ‘no quiero pasar un año ahí'».
Formado en mantenimiento e instalación de generadores de electricidad, la única posibilidad que tenía de pagar su deuda era yendo a la Antártida y la primera vez que se anotó para ir, quedó seleccionado, algo poco común en las fuerzas.
«A partir de ahí empezó mi amor por este lugar», dijo en referencia al continente blanco.
La primera invernada de Claudio, oriundo de la ciudad mendocina Las Heras, fue en el 2008 en Marambio, donde luego volvió a realizar campañas en otras tres oportunidades en 2012, 2016 y 2020.
«Cuando uno llega a este lugar, te quita muchas cosas, hay desarraigo. Podés tener muchos compañeros, hacer todo en equipo, pero el abrazo de tu familia, el amor, no lo tenés», agregó.
Para invernar en la Antártida, «tenés que tener mucho amor y mucho cariño por esto. Estando acá falleció mi mamá, no la pude despedir. A muchos les pasan un montón de cosas», explicó.
En el buque, a Claudio lo saludan invernantes de otras bases, que se alegran por el reencuentro. Su fama radica, entre otras virtudes, por la cantidad de campañas que concretó y por haber vivido y superado situaciones límite.
«Cuando llegué por primera vez a Marambio, la base estaba en emergencia con un solo generador por casi 40 días. Estar con un solo generador es gravísimo. Mínimo tiene que haber tres o cuatro. Porque si se te rompe uno de esos tres, te queda uno andando y otro por las dudas», explicó.
«El generador es un motor que ruge todo el tiempo -agregó-, pero hay que pararlo periódicamente para hacerle el mantenimiento. Cuando tenés uno solo, el miedo es que después de que lo parás no vuelva a arrancar. Eso significa que van a pasar horas en las que va a empezar a hacer frío, se van a congelar todas las cañerías de agua. Podemos tener garrafas de gas, pero eso es limitado. Se pierde hasta la comunicación, porque las baterías van a durar entre tres y cinco horas, tenés el mar congelado, no podés ir a ningún lado, porque vos llegaste acá y quedás aislado».
Y subrayó: «La usina es el corazón de la base, sin los generadores nada funciona».
En la actualidad Marambio tiene cuatro generadores que destaca y muestra con orgullo por haberlos puesto en marcha, mientras recorre la base.
Sobre el aislamiento, dijo además que «la sensación de no poder ir a ningún lado te desespera, pero los momentos que más desesperan son los recuerdos de la familia, sobre todo cuando necesitás hablar».
La convivencia en las bases, «es como Gran Hermano», explicó el antártico.
«Al principio, los primeros meses somos muy buenos y aparentamos lo que los otros quieren ver de uno, pero con el tiempo empiezan a verse todas las miserias, porque no se puede aparentar un año. Y si no hay gente que adopte el rol de padre, de consejero, se complica», agregó.
Todo lo que aprendió Claudio fue escuchando a los demás, dijo.
«Nunca dejé de aprender», remarcó.
En la Antártida, no existen domingos y feriados, lo que rige a la vida y el trabajo es la meteorología, precisó el invernante.
«Acá no tenés todo el año para los trabajos, no es lo mismo trabajar ahora con el piso despejado que cuando andás con la nieve hasta la rodilla, o cuando el frío no te deja mover los dedos cuando tenés que hacer trabajos sin guantes», detalló.
Y recordó que cuando hay temporal, con vientos de hasta 180 km/h y nieve, «para avanzar hay que ir inclinado por la fuerza que hay que hacer. Y no hay visibilidad, ni punto de referencia».
Claudio es conocido además por su sentido creativo y sustentable para resolver imprevistos cuando las máquinas fallan.
«La Antártida es todo imaginación, ingenio. Es lo que más me atrae, el ingenio de solucionar algo con los poquitos medios que tenés. Porque acá no hay un corralón, ni una ferretería para ir a comprar. En la Antártida es todo reutilizable. En la base, el agua del lavarropa va a un depósito abajo y esa misma agua que usamos la reutilizábamos, en una de las bases, para el depósito del inodoro», destacó.
Morán realizó su quinta invernada en Carlini y su sexta en Petrel. Y también acumula años de experiencia en campañas antárticas de verano.
«En Carlini nos habíamos quedado sin la correa para que girara el secarropa -recordó-. Después se rompió una resistencia y no teníamos repuesto. Y un día le digo a un compañero: ‘¿y si lo ponemos en la usina?’ Porque la usina tiraba mucho calor, el ventilador del radiador es algo que larga el calor del motor y lo desperdicia. Y con eso hicimos un secarropa».
En el comedor de Marambio, una de sus paredes tiene inscripta la leyenda: «Cuando llegaste apenas me conocías. Cuanto te vayas, me llevarás contigo».
«La Antártida es así», remarcó en ese espacio, horas antes de tomar el Hércules.
Claudio tiene dos hijas y un hijo de 33, 30 y 20 años.
«Cuando me tuve que ir por primera vez a la Antártida eran chiquitos, la más chiquita tenía cuatro años. Estoy casado con Norma, madre de mis hijos. Ella hizo todos los esfuerzos, se bancó todas las responsabilidades», resaltó.
Cuando recorre Marambio se le iluminan los ojos. Recuerda a su padre carpintero que le transmitió el oficio, que lo marcó toda la vida y le posibilitó su primer viaje a la Antártida consiguiendo un dinero que no poseía para pagarle el curso que le abrió las puertas al trabajo que ama; recuerda todo lo que no pudo vivir por estar en la Antártida, como los egresos de una de sus hijas; e igual teme no poder volver al lugar donde dejó «la vida», dijo.
En Buenos Aires, Claudio planea volver al Comando Conjunto Antártico (Cocoantar), donde será encargado de todos los generadores de todas las bases, y si bien a mitad de año le tocaría retirarse, confesó: «Me gustaría seguir, pero también sé que todo se acaba».