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Trágica realidad

La agonía de los venezolanos pobres para enterrar a sus muertos


El hedor se expandió por toda la calle. Provenía de la casa de Wenceslao, quien llevaba tres días muerto en una cama porque no había plata para enterrarlo. La muerte para los venezolanos más pobres rebasa la fatalidad.

Días atrás, otro hombre alcanzó a recibir unas paladas de tierra de su anciana madre en una fosa cavada en su vivienda, antes de que la caridad pública apareciera con un ataúd y una tumba.

Casos similares develaron en los últimos meses una realidad trágica en Venezuela, la de quienes no pueden honrar a sus difuntos por una crisis que empobrece y arrebata la dignidad.

La agonía de Wenceslao Álvarez, de 78 años, acabó el 4 octubre en un barrio humilde de Maracaibo (oeste), pero recayó en su hija Lisandra, quien pidió ayuda para sepultarlo.

Sin respuesta, la mujer vio cómo se desintegraba su padre, quien un año atrás había quedado inválido por una embolia, tenía varicela y pasó cinco meses sin medicinas, en escasez crónica.

«El cuerpo estaba en estado de descomposición y la casa muy hedionda, no hallaba cómo limpiarla», dijo Lisandra a la AFP, una lavandera de 43 años.

Tres días después, un municipio vecino le donó un féretro y una fosa. La fetidez que emanaba del lecho ensangrentado se extendía por la calle.

«Le echamos tres bolsas de cal en la urna y una encima para aplacar el olor», relató Lisandra, a quien no le cabe más dolor: hace un año vendió la nevera para enterrar a su madre; en 2014, su hijo policía murió baleado.

Tumba en casa

Tras buscar en vano ayuda estatal, el 27 de septiembre la familia de Ender Bracho abrió un hueco para sepultarlo en el patio, también en la petrolera ciudad de Maracaibo.

Llevaba más de 24 horas de fallecido por una septicemia que, según allegados, se desencadenó por falta de antibióticos.

Antes de expirar, este albañil de 39 años ya parecía un cadáver, con las costillas marcadas y el rostro hundido.

«¿Dónde está el gobierno para que ayude a los pobres? ¡Lo que está haciendo es destruirnos! Mire cómo tiene el país: no se consigue nada», explotó en cólera Milagros, sobrina de Bracho.

Envuelto en una cobija, el hombre pasó unas horas en la fosa.

Su madre, Gladys, echó un poco de tierra antes de que la gobernación de Zulia regalara un cajón y un nicho.

Temiendo una epidemia, vecinos se opusieron a que esa fuera su última morada. «Los amenazaban que si les pasaba algo a sus hijos los iban a matar», narró a la AFP una testigo.