Por Diego Añaños – CLG
Es un hecho comprobado que Mauricio Macri pudo comprar el tiempo que no tenía mediante un gigantesco endeudamiento que comenzó apenas asumido, que creció hasta los U$S100.000 millones durante los primeros dos años de gobierno y, ante un frenazo del financiamiento en el mercado voluntario de capitales, se coronó con el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional por U$S57.300 millones. Javier Milei, por su parte, no tiene ni tiempo ni dinero, y su único capital es la legitimidad de origen que le otorga el 56% de los votos obtenidos en el ballotage. Por lo tanto, y como recomienda cualquier manual de buena política, está intentando avanzar a la mayor velocidad posible. Sin embargo, daría toda la impresión de que todo ese entusiasmo y esa enjundia no consiguen encauzarse en un canal político de transmisión real de poder. Es decir, un gobierno que comenzó aparentando que se llevaba todo por delante, se encuentra hoy estancado, bloqueado por su propia impericia política.
En un artículo publicado en el diario La Nación el miércoles pasado, Carlos Pagni destaca la encerrona en la que el mismo gobierno nacional se metió al enviar al Congreso un proyecto de ley que consta de 664 artículos que, aún si se tratara en tiempo récord, demandaría seis meses de debate en el Congreso. Y claro, hoy seis meses para Javier Milei son una eternidad. La cuestión es el porqué del tremendo error. La respuesta no es demasiado compleja: en el universo mileísta la política no existe. Un presidente envía una ley al Parlamento y el Parlamento la vota. Sin embargo, la propia debilidad legislativa oficialista va a demandar un arduo proceso de negociación con una multiplicidad de actores muy variopintos para sacar sus leyes (sindicatos, gobernadores, partidos, empresarios, etc), y esto está absolutamente fuera del radar del libertario. Ni hablar del decreto. Como bien destaca Diego Giuliano, el caso del mega DNU cierra un capítulo de la historia del Derecho en la Argentina: el del debate entre las dos bibliotecas. A ver, es común decir que cualquier cuestión que genere controversias en el Derecho encuentra soluciones que habitualmente son contradictorias según la vertiente teórica que se consulte. En este caso puntual, no existe un solo constitucionalista de fuste (ni siquiera uno medianamente reconocido) que haya defendido la viabilidad constitucional del engendro presidencial. Es decir, no hay modo de que el decreto salga aprobado del Congreso. Para muestra basta un botón: hace solo un par de semanas el oficialismo mostró su fortaleza en el Senado al doblegar a la oposición kirchnerista en la designación de las autoridades en el debut de Victoria Villarruel como presidenta provisional del cuerpo. Esta semana no pudo siquiera obtener dictamen de mayoría en el plenario de comisiones de Asuntos Constitucionales y Justicia de la Cámara Alta para avanzar en la implementación de la Boleta Única de Papel. Un tema absolutamente menor.
Casualmente en 2024 se cumplen 30 años de una maravillosa campaña lanzada por la empresa de neumáticos Pirelli. La imagen que se utilizó para el lanzamiento fue una fotografía tomada por la genial Annie Leibowitz. En la misma, se veía al campeón olímpico de los 100 metros llanos, Carl Lewis, enfundado en su malla negra de competencia, y en posición de partida. El detalle es que, en vez de sus zapatillas de carrera, vestía unos elegantes zapatos de taco alto rojos. El slogan de la campaña era: “Power is nothing without control”, es decir, la potencia no sirve para nada sin control. Hoy el gobierno nacional se encuentra en una encerrona similar. Cuenta con toda la fuerza de una elección ganada claramente, sumado a un apoyo popular que aún perdura pese a las penurias inmediatas que las decisiones presidenciales le infligieron (ya no importa si ese apoyo está montado en la fe ciega en la prédica libertaria o en el profundo odio antikirchnerista que se supo construir, lo cierto es que existe). Sin embargo, no logra transformar esa potencia política delirante en hechos, no consigue poner en valor la fuerza de su legitimidad de origen. Seguramente, si habláramos con un funcionario de LLA, nos diría que nos estamos apurando, que recién están transitando la cuarta semana de gobierno, que seamos justos y le demos un voto de confianza. Le contestaría que no soy yo el que se queda sin tiempo, que no soy yo el que casi sin respirar luego de llegar a la presidencia, envió un mega-decreto de necesidad y urgencia e inmediatamente una mega-ley al Congreso intentando transformar definitivamente a la Argentina. No soy yo el que corre una carrera contra el tiempo, es Javier Milei. Por lo que, que si no logra conseguir en lo inmediato sacarse los tacos altos y ponerse las zapatillas de competición, la cosa se le va a poner muy complicada.