El ingeniero Hugo Brendstrup tenía 28 años cuando a fines de 1978 fue convocado al proyecto secreto de enriquecimiento de uranio
Por Martiniano Nemirovcsci – Télam
Fueron tiempos de «trabajar a destajo», contrarreloj y sin poder contárselo «ni a la almohada ni a mi esposa», dentro de un equipo con «una proactividad enorme y una responsabilidad», recuerda el ingeniero Hugo Brendstrup los años dedicados al proyecto secreto de enriquecimiento de uranio que le permitió a Argentina, hace 40 años, dominar el ciclo completo de la energía nuclear.
Ese hito científico, anunciado al mundo el 18 de noviembre de 1983, «creo que en la historia de los desarrollos tecnológicos de Argentina es el más importante» por su complejidad: se llevó adelante «con tecnología propia, es decir, con una altísima componente nacional. No había manera de comprar ni el know-how (conocimiento, es castellano) ni el equipamiento en el mundo, digamos», rememora Brendstrup en una conversación con Télam.
Tenía 28 años cuando a fines de 1978 fue convocado por Conrado Varotto y Eduardo Santos -hombres clave del logro nuclear- a participar «en algunas partes del proyecto que recién arrancaba», evoca, y sostiene: «De alguna manera yo les pedí…, veía que eran como temas aislados, que había que diseñar este equipo, fabricar el otro».
En ese momento «me salió de adentro decirles ‘¡qué audacia!’, porque realmente encarar algo tan complejo… Pero tardé creo que dos segundos en decirle ‘sí, por supuesto’. Aunque la condición era que eso no se lo podía contar a nadie, ni a la almohada ni a mi esposa ni a nadie, para evitar el bloqueo por parte de los Estados Unidos» de los materiales que se necesitaban para los reactores de Atucha 1, que funcionaba desde 1974.
Primero tuvo a su cargo la oficina técnica y después el área de ingeniería, en una planta «compleja que requería un montón de componentes que hubo que desarrollar», con «partes químicas, mecánicas, temas de control, problemas de materiales especiales», todo fabricado en Argentina con proveedores nacionales.
Brendstrup había escuchado «esto de la posible creación de una empresa de tecnología, Invap», mientras hacía el servicio militar obligatorio, poco después de egresar de la Universidad del Sur (en Bahía Blanca), y decidió viajar a Bariloche, donde la por entonces flamante empresa de capitales estatales tenía su sede.
Entró en el organismo en mayo del ’77 y durante el primer año allí trabajó con la planta de producción de circonio. «Estábamos trabajando en ese momento en la fabricación nacional de los elementos combustibles para Atucha 1, para los reactores, y también para los reactores de investigación de desarrollo radioisótopo, como fue el RA 6 del Centro Atómico. Era producir el circonio dentro del país para no tener problemas en la importación de los metales esenciales», explica.
Fue en ese tiempo cuando lo llamaron para ser parte del equipo que encararía el enriquecimiento de uranio. «Recuerdo fresquito, como si fuera ayer, que me llamó Varotto», dice, y recuerda: «Para mí fue un honor que me hubieran convocado», aunque «después hubo una vorágine, realmente».
Se refiere así a la «magnitud enorme» de los trabajos que había que hacer, «todo eso en un tiempo bastante corto, realmente esto era ir contrarreloj».
Primero se construyó una unidad demostrativa en Villagolf, a metros del hotel Llao Llao, con un caudal pequeño que era «un centésimo de la escala de la planta grande, y con eso se iban validando todos los conceptos, los materiales, los equipos… de manera que mientras se trabajaba en la ‘plantita demostrativa’, ya estábamos trabajando en el diseño y en la fabricación de los componentes de la planta grande».
Al estar al frente del área de ingeniería, también tuvo a su cargo el desarrollo de los proveedores de componentes especiales y todo el seguimiento de la fabricación de sus equipos y partes y componentes, así como su posterior ensayo.
«Con toda sinceridad, sentía que tenía demasiada cargada la mochila, demasiadas responsabilidades y que a veces los tiempos resultaban cortos en lo que hacía a la validación», recuerda, y explica: «Era como que todavía no terminaba del todo el ensayo en el banco y ya tenía que estar tomando decisiones de diseño de la planta grande. Fue una presión grande».
«Era trabajar a destajo, a veces trabajando también de noche cuando había que hacer corridas de ensayos. Nos turnábamos para continuar las 24 horas con los ensayos», reconoce, y admite que «ahí fue la familia la que la ligó directamente».
Sin embargo, lo hizo «muy motivado, todo con una motivación enorme», sintiéndose «solo un engranaje» de la cadena, ya que en torno del proyecto «había un espíritu de equipo, de grupo, una proactividad enorme y una responsabilidad» compartida.
Durante la realización del proyecto, «no tuvimos ninguna interacción con el gobierno militar (de entonces). O sea, Castro Madero era el presidente de la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) y su segundo en esto era Hugo Juánez Ramos, que era el jefe de desarrollo de ese organismo. Ellos eran nuestros interlocutores».
Luego de que Argentina anunciara al mundo que había logrado enriquecer uranio, Invap creó la gerencia de ingeniería y Brendstrup estuvo a cargo la mayor parte de su carrera, hasta que se jubiló hace tres años (aunque continúa actualmente en el directorio).
Todo este proceso fue «un ejemplo de que cuando hay masa crítica de gente capacitada, con buen nivel, todo se puede», analiza hoy, con la perspectiva que da el tiempo transcurrido.
«Tenemos capital humano buenísimo en la Argentina», asegura, y subraya a modo de legado de esa experiencia: «Cuando todos empujamos para el mismo lado, se puede. Todo se puede».