Ana Fernández, que sufrió el secuestro de su madre y que padeció que tiraran a su abuela con vida al mar, fue noticia por hablarle a la gente en un vagón del subte
Por Silvina Caputo – Télam
Cuarenta y seis años después del secuestro de su madre, de que su abuela fuera arrojada con vida al mar y de su propio nacimiento en Suecia a causa de un exilio político, Ana Fernández -nieta de Esther Ballestrino de Careaga, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo- encontró en un vagón de subte el último recurso desesperado para hablarle a los argentinos «en defensa de la democracia» de cara al balotaje del próximo domingo 19.
«Por favor, por la democracia no voten a Milei», fue el pedido desesperado de Fernández, quien se subió a un vagón de subte y -con la voz quebrada en distintos momentos de su alocución- reseñó el martes pasado ante los circunstanciales pasajeros el drama vivido por miles de argentinos durante la última dictadura cívico militar, un momento que quedó retratado en un video de dos minutos que se hizo viral en redes sociales.
—¿Qué la motivó a hacer lo que hizo y que le pasó luego de ese momento?
—Cuando me bajé del subte me largué a llorar. Lo hice frente al peligro que estamos viviendo con la posibilidad de que este hombre (el candidato presidencial de La Libertad Avanza, Javier Milei) sea Presidente. Fue la manera que encontré para contribuir a la situación tan terrible que estamos viviendo.
—¿Cómo surgió la idea?
—Surgió de una amiga que también contó su historia en una estación de subte, en su caso ella fue víctima de violencia de género y narró que, si por ejemplo, las armas se pudieran comprar en un supermercado, estaría muerta. Además estuvimos con otra chica que es madre de un niño con discapacidad y ella explicó la importancia de la ayuda del Estado para sus tratamientos.
—¿Lo volvió a hacer en otras oportunidades?
—Fue la primera y la única vez que lo hice, porque ese día me quedé muy conmovida así que no subí a otro vagón. Luego se viralizó y no volví a hacerlo pero no lo descarto. Haré todo lo que sea para cuidar la democracia porque quiero que si la gente elije el modelo neofascista, sepa lo que conlleva. Porque los cambios, siempre deben hacerse dentro de la democracia.
Su voz individual, en pos de la memoria colectiva, fue transmitido a un puñado de personas que viajaban ese día en la Línea A, a menos de dos semanas del balotaje que definirá el próximo Presidente de la Nación entre dos candidatos que. en materia de derechos humanos, tienen visiones contrapuestas: mientras Sergio Massa reivindica las políticas de Memoria, Verdad y Justicia; Milei y sobre todo su candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, adoptan posturas negacionistas, justificando los actos de ilegalidad cometidos desde el Estado.
En este contexto, la micromilitancia encontró nuevas formas de expresarse y -en un estilo de campaña inaugurado por el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, quien recorre incansablemente cada día estaciones de trenes, fábricas y obras en todo el país- muchos prefieren el contacto directo con el ciudadano de a pie.
«Les pido disculpas, nunca hice esto y lo hago porque estoy muy preocupada, nací en Suecia cuando acá en Argentina había una dictadura. Mi mamá tenia 16 años cuando la secuestraron, estaba embarazada de mi, fue a un campo de concentración donde la despojaron de todo, incluso de su nombre, pasó a tener una letra y un número, fue brutalmente torturada, cumplió 17 en ese campo de concentración», comienza el relato de Ana en el subte.
Y continúa: «Mi abuela salió a buscarla y se encontró con otras madres que hoy se conocen como Madres de Plaza de Mayo. Mi abuela, junto a dos madres y dos monjas francesas también fue secuestrada, la llevaron a la Esma y la arrojaron con vida al mar. En ese centro estuvo el represor Tigre Acosta, un genocida que hoy pide que voten a Milei».
«Mi mamá se refugio en Suecia, volvimos en democracia a la Argentina. No quiero violencia para mis hijos, amo este país, quiero vivir acá, que todos podamos tener diferencias y decirlas sin miedo a que nos secuestren, nos torturen, nos arrojen con vida al mar como decía el Tigre Acosta, que se refería a las que arrojó como ´las monjita voladoras´», recordó.
En su relato, Ana Fernández se refirió a Villarruel, quien esta semana volvió a decir públicamente en un debate con el candidato a vicepresidente de Unión por la Patria (UxP), Agustín Rossi, que no fueron 30 mil los detenidos desaparecidos durante la dictadura: «Tenemos una (candidata a) vicepresidenta que dice que su deporte favorito es hacer bullying y pegarle a los zurdos… Nunca más, por favor, por la democracia, no voten a Milei».
«Me escucharon, me aplaudieron, algunos me agradecieron y por suerte, nadie me dijo nada agresivo», contó hoy Fernández en declaraciones a la radio AM 750, al contraponer esta situación con la vivida por otra persona, también esta semana, en el tren Mitre, donde un grupo de gente expulsó de un vagón a una mujer que explicaba la importancia de los subsidios en el transporte público.
Ana nació en Suecia en 1977 en un campamento de refugiados. Su madre fue secuestrada el 13 de junio de 1977 cuando estaba embarazada de tres meses. Tras ser brutalmente torturada en ese estado, tres meses más tarde recuperó la libertad y se exilió en Suecia, apoyada por las Naciones Unidas.
La mujer contó que al momento de exiliarse «no hubo forma de convencer a mi abuela de que se fuera».
Su madre había viajado junto a su compañero y a su hermano Mabel a Río de Janeiro desde donde partiría el avión a Suecia, y en aquella oportunidad su madre, Esther Ballestrino de Careaga -quien durante el secuestro de Ana María había fundado Madres de Plaza de Mayo junto a otras mujeres que buscaban a sus hijos- se trasladó a Brasil para llevarles a Carlitos, el hijo de pocos meses de Mabel.
Pero Careaga volvió a Buenos Aires y fue secuestrada en diciembre de 1977 en un operativo de la Armada donde también se llevaron a las madres Azucena Villaflor y María Ponce; los familiares Angela Aguad, Remo Berardo, Julio Fondevila y Patricia Oviedo; los militantes Horacio Elbert, Raquel Bulit y Daniel Horane y las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon.
«Los 12 de la Santa Cruz», como ellos mismos se autodenominaron en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde permanecieron entre 4 y 6 días encerrados, fueron arrojados al mar en los llamados «vuelos de la muerte» el 14 de diciembre de 1977, tal como lo recordó Fernández en el subte, décadas más tarde.