Por Belén Corvalán
“Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo” E. Galeano
Arrojar un poco de luz en medio de la oscuridad. Ese es el objetivo que se propone la Asociación Misionera Estrella del Monte, una organización civil que, muy a pulmón, trabaja silenciosamente desde hace diez años en zonas rurales olvidadas. A sólo 130 kilómetros al norte de la ciudad de Paraná, sobre la ruta 12, ubicado “a mitad de camino”, entre las ciudades de Hernandarias y La Paz, hay un paraje llamado El Tibirí, que alguna vez fue un monte. Actualmente, allí viven alrededor de 150 personas, donde las necesidades básicas, como el agua y la electricidad no llegan. Mucho menos el sistema de salud y de educación.
Luis no conocía lo que era trepar un árbol. Vaya paradoja, siendo un lugar donde la vegetación abunda. “Estaba acostumbrado a vivir de esa manera, movilizándose muy poco. Llevaba una vida muy pasiva, nunca jugó a la pelota, ni podía caminar más de una cuadra porque rápidamente se agitaba”. Es que Luis Miguel Campos, de 23 años, «tenía una anomalía en el corazón y no lo sabía», cuenta Mariano Gianello a CLG.
Mariano es mucho más que un médico. Es un médico rosarino con vocación. Conoció el poblado a través de un maestro de sus hijos, quien era oriundo de la región, y de ahí en más nunca dejó de ir. “Nos propusimos lograr una transformación en el lugar. Acercar a los niños a la escuela y al sistema de salud, que lo tenían bastante alejado. Vamos tratando de tejer redes de contención humana con personas que vamos conociendo”, dice el doctor sobre el proyecto que nació y se sustenta en base de autogestión, colaboración de amigos y de donaciones.
“Cuando íbamos a jugar a la pelota entre todos, había un nene que nunca venía; o se quedaba en la casa, o se quedaba parado viendo cómo los demás jugaban”, recuerda Mariano sobre uno de sus viajes como misionero a Tibirí. Ahí fue cuando detectó que la piel de Luis tenía una coloración azulada, consecuencia de la deficiente oxigenación de la sangre.
Cuando habló con la mamá de Luis, supo que sólo una vez durante sus primeros años de vida había sido tratado por la cardiopatía congénita, situación que hizo que durante sus años posteriores la patología se agravara llevándolo a la situación de complejidad que presentaba. A sus dos años de edad, Luis había sido derivado del Hospital de Niños de Paraná al Hospital Garrahan, en Buenos Aires, donde fue operado de urgencia por la cardiopatía congénita. Pero de aquella operación ya habían pasado más de veinte años. “En el medio tendría que haberse hecho por lo menos dos cirugías más. Una a los seis años y otra a los 16. Como no se hicieron, llegó a un estado muy avanzado de complejidad”, cuenta.
Ahí mismo Mariano hizo suyo el problema y se lo puso al hombro. Presentó el caso con los cardiocirujanos del Hospital Centenario de Rosario y durante un año y medio viajó junto a Luis y su mamá para que se realice todos los estudios médicos correspondientes. “El Centenario recibe a la gente pero no puede ir a buscar a las criaturas. Hay una brecha, una falta de llegada de los sistemas a los lugares más alejados. No hay un agente sanitario, ni acceso”, puntualiza Gianello.
El estado de Luis era muy complejo. “Se trataba de una cirugía de mucho riesgo y con un pronóstico bastante sombrío. La expectativa de vida, según lo que dijeron los cardiólogos, era de un año o dos, como mucho. Sin esta cirugía tenía muy acotada su expectativa de vida”, relata Mariano.
Entró en lista de espera. Durante el último tiempo se había debilitado y mucho. “Cada vez se cansaba más y caminaba menos”, recuerda Mariano. Hasta que finalmente el turno quirúrgico llegó. El 12 de diciembre de 2017 Luis viajó a Rosario junto con Matías, otro niño del poblado que también fue operado con éxito. “Fue un trabajo muy profesional con una calidad humana que no es de todos los días. Hubo una mancomunión de lo que respecta al grupo humano que se formó sobre todas las personas que participaron para que esto suceda”.
La calidad de vida de Luis mejoró. Aunque tuvo una recaída a principio de año, hoy ya se encuentra mejor. Se fue a vivir a San Lorenzo para estar más cerca de Rosario, por los controles que debe hacerse regularmente. “La verdad que está muy bien. Estamos muy contentos”, sostiene alegre Mariano.
“Tienen su cultura, sus formas de curar y sanar. Cuesta construir el vínculo. Es muy difícil. Ellos captan mucho el tema del interés cuando se les acerca gente con fines políticos. Están muy descreídos. Yo creo que la relación que tenemos no se va a cortar nunca, ya que hace más de diez años que vamos. Yo conozco chicos que eran bebés y que hoy ya salen a la ruta a trabajar”, concluyó el doctor.