El cirujano argentino nació un 12 de julio de 1923 en una casa humilde del barrio "El Mondongo", en La Plata. Se suicidó el 29 de julio del 2000
Por Milagros Alonso – Télam
El cirujano argentino René Favaloro, considerado un «prócer» por haber cambiado para siempre la historia de la medicina mundial con su técnica del bypass de corazón, a cien años de su nacimiento sigue siendo un ejemplo de honestidad y es recordado por los compañeros de su Fundación como una persona brillante y sencilla que se sacrificó sin límites.
Colegas y discípulos de Favaloro reconstruyeron, en diálogo con Télam, historias que ayudan a dilucidar cómo era la personalidad del célebre médico, un apasionado por el fútbol o los asados en el campo que llegó a ser considerado un semidiós por sus pacientes.
Durante una recorrida por la Fundación que Favaloro creó en pleno centro porteño, los médicos Juan Barra, Oscar Mendiz, Raquel Vázquez y Gustavo Giunta destacaron que, aunque el prestigioso cardiocirujano era una «persona altamente ocupada», siempre se hacía una pausa para escuchar a sus compañeros y preguntarles cómo estaban.
Todos coincidieron en que Favaloro era «un ser extraordinario con una capacidad de trabajar incansable», y una persona «de carácter fuerte que podía patearle la puerta a un presidente».
Pero la historia de René Gerónimo Favaloro comenzó el 12 de julio de 1923 en una casa humilde del barrio «El Mondongo», en la ciudad de La Plata, que heredó de sus padres, un carpintero y una modista, algo de la impresionante habilidad que irradiaban sus manos.
Hace un siglo nacía el primer médico que tuvo la capacidad de parar temporalmente el corazón de una persona y coser con mucha precisión a las arterias coronarias la vena safena, que injertaba de la pierna, con el objetivo de construir un «puente» (bypass) para que la sangre pueda saltear la parte obstruida de las arterias.
Cuando Favaloro egresó de la Universidad Nacional de La Plata se trasladó a Jacinto Aráuz, un pequeño pueblo de La Pampa, para una suplencia de menos de tres meses y que prolongó su estadía por doce años.
Luego, maravillado por la nueva era de las cirugías cardiovasculares, viajó a los Estados Unidos para especializarse y realizó el primer bypass aortocoronario en 1967. Pero su compromiso con la patria hizo que volviera a la Argentina en 1971 con el sueño de fundar un centro médico de excelencia.
«Cuando conocí a Favaloro, en los 80, ya era un prócer», recordó en entrevista con Télam Juan Barra, vicerrector de la Universidad Favaloro.
Barra, quien es médico veterinario, trabajó en el primer instituto de investigación básica que Favaloro conformó.
«Una vez el doctor Favaloro se metió a nuestro quirófano experimental y trabajó sobre el cuerpo de un cerdo, fue fantástico y emocionante para mí trabajar al lado de él sobre ese animal», narró.
Como parte del primer grupo de investigadores, que no eran más de veinte, Barra solía ir a los asados que organizaba Favaloro en su campo de Magdalena, al este de la provincia de Buenos Aires.
El especialista en mecánica vascular aún recuerda cuando encontró, en la oficina de Favaloro, un extraño bloque de quebracho de unos 30 centímetros de ancho por 40 de largo mezclado con las distinciones otorgadas por las más prestigiosas universidades del mundo.
«Lo agarré y Favaloro me dijo: – eso que tenés en las manos es un pedazo de tablón de la cancha de Gimnasia (y Esgrima La Plata), que la están remodelando y me lo trajeron de recuerdo», explicó.
Su pasión por el «Lobo» lo llevaba a analizar las jugadas de cada partido con la misma precisión que corregía los trabajos de investigación que recibía para evaluar.
«Como yo me especialicé en bioestadística, él me pasaba los artículos para que opinara. Generalmente, la intuición lo llevaba y tenía razón cuando pensaba que un cálculo no estaba bien», contó Barra.
Esa obsesión por el detalle lo llevó a publicar, en 1998, una revisión sobre los 30 años del bypass con más de 1.000 referencias bibliográficas que demostraban que la técnica realizada en millones de pacientes había disminuido la mortalidad por enfermedad arterial coronaria.
Sobre la relación de Favaloro con sus pacientes, Oscar Mendiz, director del Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular del Hospital Universitario Fundación Favaloro, rememoró que «era majestuoso verlo caminar por el hospital y que la gente le quisiera besar las manos».
Y remarcó: «era Dios vestido de médico, pero que le besaran las manos no le gustaba porque era un tipo bastante sencillo».
Favaloro tampoco se atribuía como propios los logros.
«Enfatizaba que no había que hablar del ‘yo’, sino del ‘nosotros’ y que la prioridad número uno era el paciente», explicó Mendiz, a quien le tocó recibir al primer paciente del Instituto de Cardiología, el 20 de junio de 1992.
«Era un señor que no tenía recursos y había visto a Favaloro en el programa de Mirtha Legrand», relató Mendiz, y explicó que, a pesar de que ese día no estaba todo listo para arrancar, Favaloro decidió operarlo porque su vida estaba en riesgo.
Para Favaloro, el credo médico se basaba en los principios de la asistencia, la investigación y la educación. Raquel Vázquez, egresada de la primera promoción de la carrera de Medicina de la Universidad Favaloro, en 1998, contó a Télam cómo eran las charlas que daba el cardiólogo: «no hablaba de su experiencia quirúrgica, sino explicaba cómo los problemas sociales y económicos afectaban la salud de las comunidades. Todo eso era muy novedoso; la cabeza de René era increíble».
De su época de estudiante, Vázquez recordó que «una vez, el rector de la Facultad en ese entonces, Ricardo Pichel, reunió a cuatro alumnos que estábamos en un aula y nos dijo: – vamos a saludar a René que hoy es el cumpleaños. Terminamos en su oficina en un encuentro corto y muy simple que mostró el nivel de cotidianeidad que había en ese lugar».
Para Gustavo Giunta, también egresado de la primera promoción, una de las cosas más sorprendentes de Favaloro era que saludaba a todas las personas que se cruzaba, pero «nunca desde un lugar de superioridad, sino que se ponía a la par».
También recordó que el médico salía de operar después de horas, se ponía su guardapolvo y visitaba a los pacientes internados.
«Saludaba a gente que estaba recién operada y ya se animaban a andar por el pasillo; tenía un poder increíble», aseguró Giunta, y describió a Favaloro como una persona tranquila, aunque advirtió entre risas que «con los residentes no era tan calmo, también sabía ser enérgico».
Giunta, quien hoy es coordinador del área de Lípidos y Ateroesclerosis en la Fundación, guarda entre sus memorias cuando tuvo la oportunidad de ver a Favaloro en el quirófano.
«Era deslumbrante la seguridad que tenía al trabajar sobre el corazón de una persona. Y más cuando sabés que no tenés todo el día, sino unos minutos. Y él lo hacía con toda la tranquilidad del mundo, inclusive explicaba en voz alta cada paso que daba», graficó.
Esa habilidad admirable, acompañada por su compromiso ético, hizo que Favaloro tuviera que luchar contra lo que llamó la «corrupción imperante en la medicina».
En medio de la crisis económica que atravesaba el país, el emblemático cardiocirujano se suicidó el 29 de julio del 2000 con un disparo al corazón, agobiado por los problemas financieros de su Fundación y decepcionado por la falta de respuestas de las autoridades y empresarios.
Ni siquiera ese día el hospital dejó de atender. Desde entonces, sus sobrinos, los también médicos Liliana y Roberto Favaloro, se pusieron al frente para mantener el latido de la Fundación.
Y todavía hoy sus discípulos aseguran que por los pasillos se respira la mística que dejó Favaloro, el hombre que dijo conformarse con que el corazón de los argentinos tuviera tres elementos indispensables: honestidad, responsabilidad y solidaridad.