Ocho colegios fueron baleados entre el año pasado y lo que va de 2023 en Rosario, la ciudad que posee la tasa de homicidios más alta de Argentina
Por Luciano Couso – Télam
La circulación de la palabra, el encuentro, la contención afectiva y emocional son las herramientas a las que el Ministerio de Educación de Santa Fe «echó mano» a partir de la irrupción del fenómeno de las balaceras a edificios escolares de la ciudad de Rosario, algo para lo que «no estábamos preparados», dijo el delegado rosarino de esa cartera provincial, Osvaldo Biaggiotti, para quien el problema permite «poner en valor lo que la escuela ofrece como un mensaje contracultural a lo que es la cultura del narcotráfico y la delincuencia».
La representante de la Dirección de Equidad y Derechos del Ministerio, María Fernanda González, señaló en diálogo con Télam que entre la tensión de lo que llama «la exhibición pornográfica de la violencia» y la «quietud y angustia» que provoca, «la escuela siempre va a educar en la utopía, pero no con lo imposible, sino con lo que tenemos a mano, con lo que tenemos en el horizonte para poder caminar».
«Lo que podemos hacer es recuperar la escuela como espacio de cuidado», dijo la psicóloga social, para señalar que «es nadar contra la corriente, es contracultural, pero sólo a los peces muertos los lleva la corriente».
Ocho escuelas fueron baleadas entre el año pasado y lo que va de 2023 en Rosario, la ciudad que posee la tasa de homicidios más alta de Argentina, que cuadriplica la media nacional.
Un niño de primer grado fue herido de un disparo hace tres semanas cuando salía con su padre de la escuela; unos 40 establecimientos fueron vandalizados en el último año; uno solo sufrió 11 robos; se registraron alrededor de 25 amenazas -varias que involucran a alumnos- y 25 instituciones tienen custodia policial en la ciudad más poblada de la provincia de Santa Fe.
Si bien las balaceras a edificios escolares -que se han producido hasta ahora cuando los establecimientos están cerrados- acapara la atención mediática, la escuela se convirtió en el último tiempo en un territorio de expresión o escenario de otras violencias.
Durante la pandemia de coronavirus se produjo «una saga de robos y actos de vandalismo sobre las escuelas como nunca antes», dijo Baggiotti, y agregó que también «se empezó a vivir como expresión de la violencia urbana el saqueo de algunas escuelas».
«Con el regreso de la presencialidad nos tuvimos que poner a mirar situaciones de violencia simbólica y física de diversa índole», agregó el delegado de la Región VI del Ministerio de Educación santafesino.
«Desde padres que han amenazado, intimidado o atacado de múltiples maneras a equipos directivos y docentes hasta las acciones criminales de bandas de narcomenudeo con notas intimidatorias, amenazas y balaceras», señaló.
En el medio, también se registró «como un desprendimiento de ese contexto, una saga de amenazas por mensaje de texto y llamadas de los propios alumnos», que en el contexto general promovieron la suspensión del dictado de clases y la profundización de la angustia.
Ante lo novedoso del asunto, particularmente el ataque a tiros a escuelas, Biaggiotti admitió que «no estábamos preparados para eso».
De todos modos, señaló que sí «estamos preparados en pedagogía y echamos mano a nuestras herramientas, que son la palabra, el encuentro, la conexión afectiva, la contención emocional, porque lo pedagógico involucra eso también».
Ante los casos puntuales, el Ministerio desembarca en las escuelas con los equipos socioeducativos, que incluyen psicólogos, trabajadores sociales y profesionales de la pedagogía para trabajar con el cuerpo docente y la comunidad educativa.
Las estrategias son varias y todas apuntan a poner en palabras lo ocurrido. «Trabajar con literatura, con cuentos, relatos, con expresiones artísticas y hablar de lo que pasó con los códigos lingüísticos apropiados para cada edad, pero hay que hablar de lo que pasó», dijo Biaggiotti.
«Hablar de eso y poner en contraste lo que la escuela implica, que es encuentro, alegría, aprendizaje, crecimiento, promoción de valores que tienen que ver con el cuidado, con la ternura, todo lo contrario con la violencia, la droga, el consumo, el desprecio por la vida», añadió el funcionario de Educación.
Para el delegado, el objetivo consiste en «poner en valor lo que la escuela ofrece como un mensaje contracultural de lo que es la cultura del narcotráfico y la delincuencia».
Así, «es contracultural lo que la escuela puede ofrecer, porque la cultura barrial o de esos entornos en muchos casos está impregnando la vida de esos pibes, de familias que viven atemorizadas, que a partir de las 5 de la tarde nos salen más, que tienen la vida trunca cuando anochece».
Luego del caso del niño de la escuela primaria «José Ortolani», herido de un balazo a la salida del establecimiento, otras instituciones realizaron una jornada sobre las violencias en acompañamiento a lo ocurrido en el barrio Empalme Graneros.
«La educación es un derecho, las balaceras lo impiden», decía un cartel realizado por los alumnos de la escuela «Francisco de Gurruchaga», mientras otros exigían «basta de violencia y balaceras» y alguno hacía referencia a otra forma de violencia, el acoso escolar (bullying).
Las investigaciones judiciales que avanzaron sobre algunos de los ataques a tiros a edificios escolares de Rosario apuntan como autores a organizaciones criminales poco sofisticadas del narcomenudeo, que utilizan las escuelas como un modo de «amplificar» su mensaje intimidatorio, en ocasiones con notas dirigidas a autoridades del Servicio Penitenciario.
Para la psicóloga social María Fernanda González, las violencias que atraviesan a la escuela pueden representarse como «tensiones de una soga».
«En un extremo el hostigamiento, el enardecimiento, y en el otro una angustia, una quietud, una parálisis», dijo la responsable de los equipos socioeducativos del Ministerio, para quien en el empleo y la exhibición de la violencia existe «un lugar de pertenencia».
«Hay una exhibición pornográfica de la violencia, querer que me vean en la violencia», sostuvo González, y puntualizó que «en una las últimas balaceras los que pasaban en moto se iban grabando, una mamá que amenaza con un arma sube una foto a Facebook».
La psicóloga indicó que «hay algo también en esta necesidad de mostrarme, donde cuanto más violencia y más muestro también tengo un lugar de pertenencia», una forma de construir identidad en contextos de exclusión y marginalidad.
«Entre esos dos extremos es donde nosotros trabajamos, sobre cómo construir legalidades dentro de las escuelas, entre todos, plurales, democráticas, con las diferentes, con todos los actores de la comunidad», abundó.
En esa línea, sostuvo que «la escuela siempre va a educar en la utopía pero no con lo imposible, sino con lo que tenemos a mano, con lo que tenemos en el horizonte para poder caminar».
Y se preguntó: «¿Cuál es el horizonte de la escuela? Recuperarla como un espacio de cuidado, construyendo legalidad».
González insistió en que «el lugar de la escuela para construir un espacio de cuidado, comunidad y reglas, es la flexibilidad», que deje de lado el paradigma de la escuela del siglo pasado que «buscaba homogeneizar» y trabaje sobre las diferencias.
«Lo que podemos hacer es recuperar la escuela como espacio de cuidado. Es nadar contra la corriente, es contracultural, pero solo a los peces muertos los lleva la corriente», concluyó.