Política y Economía

Reuniones, tibios respaldos y el golpe inevitable: las horas previas al derrocamiento de María Estela Martínez de Perón


Las Fuerzas Armadas estaban decididas a terminar con el mandato de Isabelita, en medio de un complejo panorama económico, social y político

Las horas previas al golpe de Estado de 1976 estuvieron marcadas por la tensión que se vivía en el ambiente político y por los desesperados intentos del Gobierno de María Estela Martínez de Perón para tratar de contener a las cúpulas militares, que en el arranque del miércoles 24 de marzo de ese año concretaron el derrocamiento y dieron inicio a la más sangrienta de las dictaduras.

La complicada situación económica y el crecimiento de los grupos extremistas como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros, entre otros, habían llevado a que los altos mandos de las Fuerzas Armadas exigieran a la vicepresidenta en ejercicio de la Presidencia que adoptara medidas contundentes para dar un golpe de timón.

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A la par, referentes de todo el arco político impulsaban una reunión multipartidaria para tratar de respaldar a las instituciones y así evitar un nuevo golpe de Estado, una «salida» que ya se había registrado en 1930, en 1943, en 1955, en 1962 y en 1966.

En ese contexto, el entonces ministro de Defensa, José Deheza, quien llevaba apenas 12 días en el cargo, recibió en su despacho a los jefes de las tres Fuerzas Armadas: Jorge Videla (Ejército), Eduardo Massera (Armada) y Orlando Agosti (Aeronáutica).

Durante el encuentro, el integrante del Gabinete pidió a los militares que salieran a desmentir la posibilidad de un derrocamiento, pero se encontró con el rechazo de los tres futuros represores: Videla, cabecilla del tridente castrense, advirtió que el Gobierno no había implementado cambios en la economía y que se mantenía el crecimiento de la «subversión» y las protestas sindicales.

Tras el encuentro, Deheza se trasladó hacia la Casa Rosada para informar a «Isabelita» sobre la infructuosa reunión con Videla, Massera y Agosti, quienes ya habían puesto en marcha la «Operación Aries» para hacerse con el poder.

Mientras tanto, en distintos lugares del país se registraban movimientos de tropas que daban mayor respaldo a la versión de que se asomaba un nuevo golpe de Estado.

En tanto, en el Congreso se advertía la entrada y salida de diputados y senadores, que abandonaban el Palacio Legislativo retirando sus bienes e incluso algunos pidiendo adelantos de sus dietas.

Confiado en poder ganar tiempo, Deheza volvió a reunirse con los jefes de las Fuerzas Armadas y volvió a Casa Rosada con la esperanza de haber ahuyentado -por ese momento- los fantasmas del golpe inmediato: «Mañana la seguimos», fue la frase con la que Videla, Massera y Agosti despidieron al ministro de Defensa.

Poco antes de la medianoche, la multipartidaria dio a conocer su respaldo a «la vigencia de las instituciones de la República», así como el líder del Partido Intransigente, Oscar Alende, usó un espacio en cadena nacional para hablar sobre la situación y advirtió que se trataba del «final de un ciclo».

En su discurso, envió un fuerte reclamo a las Fuerzas Armadas para que se posicionen «en favor de los vientos de la Historia y no en su contra». «Las quiero ver integradas en una gran política, el resguardo de los valores nacionales y el respeto a la voluntad del pueblo», afirmó Alende, quien subrayó que no creía en la «ingenuidad de su apoliticidad».

En medio de ese clima de tensión y nerviosismo, María Estela Martínez de Perón encabezó una última reunión de Gabinete para escuchar el informe de Deheza y luego se aprestó a salir rumbo a la Quinta de Olivos a bordo del helicóptero presidencial.

Sin embargo, a pocos minutos del despegue de la terraza de Balcarce 50, los pilotos de la aeronave se desviaron hacia el Aeroparque Metropolitano, aduciendo supuestos desperfectos técnicos.

En la terminal aérea porteña la mandataria era esperada por el general José Villarreal, el almirante Pedro Santamaría y el brigadier Basilio Lami Dozo, encargados de detenerla y comunicar a los altos mandos de las Fuerzas Armadas que ya podían tomar por asalto la Casa Rosada.

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La derrocada jefa de Estado fue trasladada a Neuquén, donde permaneció detenida cinco años, tres meses y once días en la residencia de El Messidor, junto al lago Nahuel Huapi.

Horas después, los mandos del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional dieron a conocer el recordado «Comunicado Número 1».

«Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la junta de Comandantes Generales de las Fuerzas Armadas. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones», informó la Junta Militar, integrada por Videla, Massera y Agosti.

Al golpe de Estado le seguirían innumerables violaciones a los derechos humanos, crímenes de lesa humanidad, la Guerra de Malvinas y la caída del régimen militar y la recuperación de la democracia a fines de 1983.