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A 40 años de la muerte de Illia, una figura comprometida con la institucionalidad democrática


Un 18 de enero de 1983 y a los 82 fallecía en la ciudad cordobesa de Cruz del Eje el ex presidente de la Nación

El ex presidente constitucional Arturo Umberto Illia fallecía hace 40 años, un 18 de enero de 1983 en la ciudad de Cruz del Eje, en la provincia de Córdoba, y su deceso se producía en el contexto de un país que iniciaba una transición hacia la democracia tras la derrota que la dictadura cívico militar había sufrido en la Guerra de Malvinas.

Desde 1966, cuando fue derrocado tras el golpe de Estado que encabezó el general Juan Carlos Onganía, Illia se encontraba retirado de la actividad política y ejercía la medicina en esa localidad del noroeste de Córdoba.

No obstante, Illia se mantenía vinculado a la Unión Cívica Radical (UCR), el partido político en el que militó durante buena parte de sus 82 años de existencia.

Hijo de inmigrantes italianos, Illia nació en la ciudad bonaerense de Pergamino en 1900, y tras graduarse como médico en la Universidad de Buenos Aires se instaló en Cruz del Eje, donde comenzó a forjar su carrera política en la UCR.

Fue senador provincial, vicegobernador de Córdoba y en 1948 resultó electo diputado nacional, y desde esa banca ejerció una férrea oposición al gobierno de Juan Domingo Perón, derrocado tras un golpe en 1955 que implicó la proscripción del justicialismo.

La postura que debía asumirse ante el peronismo generó un cisma en la UCR, que se dividió en dos sectores: la UCRI, los «intransigentes», liderados por Arturo Frondizi, y la UCRP los del «pueblo», encabezados por Ricardo Balbín, y a este sector adhirió Illia.

Frondizi resultó electo en 1958 tras un acuerdo electoral con Perón, pero sería derrocado cuatro años después por las Fuerzas Armadas, que desconocieron el triunfo electoral del peronismo en once provincias, entre ellas la de Buenos Aires.

Los militares impusieron a José María Guido, entonces presidente provisional del Senado, al frente de un Gobierno tutelado, que debido a las pujas que se suscitaron al interior de las Fuerzas Armadas entre los sectores «Azules» (profesionalistas) y «Colorados» (liberales y antiperonistas) debió convocar a elecciones en julio 1963, en las cuales el peronismo estuvo proscripto.

Como candidato presidencial de la UCR, Illia obtuvo el 25,14 por ciento de los votos en comicios en los que se registraron más de dos millones de sufragios anulados o en blanco, más de un 20 por ciento del total.

Tras ser ratificado por el Colegio Electoral, Illia asumió la presidencia el 12 de octubre de 1963, pero su negativa a establecer alianzas y el hecho de haber sido electo en comicios en los cuales el peronismo estuvo prohibido, le restaron el apoyo que hubiera necesitado para implementar medidas contaban con respaldo popular.

La anulación de los contratos petroleros suscriptos por el Gobierno de Frondizi y la sanción de una ley que fijaba precios máximos a los medicamentos producidos por los laboratorios extranjeros (impulsada por el ministro de Salud, Arturo Oñativia), determinó que los grupos económicos multinacionales vieran con recelo la orientación que tomaba el Ejecutivo.

La decisión de no enviar militares a participar de la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana causó malestar en Washington y en los sectores castrenses propensos a la Doctrina de la Seguridad Nacional.

Sin embargo, el Gobierno de Illia logró un gran éxito en materia de política internacional en Naciones Unidas, cuando en 1965 se reconoció mediante la resolución 2065, la condición de territorio colonial de las Islas Malvinas en poder de Gran Bretaña, y exhortaba a Argentina y al Reino Unido a iniciar negociaciones para resolver la cuestión de la soberanía de los archipiélagos del Atlántico Sur que aún se encuentran en disputa.

Las decisiones económicas del Gobierno permitieron que hubiera saldo favorable en la balanza de pagos, creciera el PBI, se incrementaran las reservas de oro, se contuviera la inflación y disminuyera la deuda externa.

A pesar de todo, la conducción de la CGT, liderada por el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor lanzó un amplio plan de lucha con huelgas y movilizaciones, que no fueron contrarrestadas con la supresión de las garantías constitucionales por parte del Ejecutivo.

Los avances que el peronismo obtuvo en las elecciones de 1965, y la aparición de un foco guerrillero guevarista en la provincia de Salta, generaron malestar en los sectores castrenses, que comenzaron a conspirar con actores civiles del sector financiero, la Sociedad Rural y la Unión Industrial Argentina (UIA).

Los generales Onganía, Pascual Pistarini, y Julio Alsogaray, de aceitados vínculos con la embajada de los Estados Unidos, iniciaron contactos con operadores civiles como Nicanor Costa Méndez y Álvaro Alsogaray, quienes propugnaban la instrumentación de una política económica en sintonía con las recomendaciones de los organismos internacionales de crédito.

Revistas como Extra, Todo, Panorama, Tía Vicenta y Confirmado publicaban duros editoriales contra el gobierno en los que describían a Illia como un hombre lento, errático y perdido al que era caricaturizado como una tortuga.

En ese contexto de desgaste para el Gobierno, la figura de Onganía -que se había retirado de la jefatura del Ejército en noviembre de 1965- era descripta en esos medios como la de un militar «profesional»; un hombre fuerte que venía a salvar a la nación del peligro de una inminente disolución.

El 27 de junio de 1966, las tres armas le comunican al presidente que lo mejor era renunciar, algo que rechaza de plano con el intento de destituir a Pistarini como jefe del Ejército, una orden que los mandos militares desconocieron por completo.

En la noche, fuerzas policiales rodearon la Casa Rosada mientras Illia permanecía en su despacho junto a un grupo de colaboradores, y pasadas las 5 de la madrugada, el general Julio Alsogaray ingresó a la sede gubernamental para exigir la renuncia de un jefe de Estado cercado y sin poder.

Alsogaray le dijo al presidente que cumplía «órdenes» de su superior (Pistarini), e Illia le replicó que era «un insurrecto» que no reconocía la verdadera autoridad del presidente como jefe comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.

Minutos después, un grupo de la guardia de infantería al mando del coronel Luis Perlinger, quien en 1982 le pidió perdón públicamente a Illia por haber participado del golpe, desalojó el despacho presidencial y consumó la asonada.

Illia se retiró de la Casa Rosada por sus propios medios, en la calle Balcarce y rodeado de algunos adeptos, pidió un taxi y se marchó hacia el domicilio de su hermano, en la localidad de Martínez, pero luego se retiró a Cruz del Eje, donde volvió a ejercer la medicina.

Onganía asumió un día después la presidencia al frente de un régimen que se autodenominó como «Revolución Argentina, y que conculcó las libertades constitucionales, impuso la censura, intervino las universidades y aplicó con su ministro de Economía Adalbert Krieger Vasena una política de congelamiento de salarios.

El ajuste y la represión darían origen tres años después al «Cordobazo», un estallido social que puso en jaque a Onganía, quien caería en junio de 1970 por un golpe interno de una dictadura militar que gobernaba una Argentina en la cual las mayorías políticas comenzaban a movilizarse y surgían las organizaciones armadas.

Retirado de la actividad política, asistió en noviembre de 1982 al acto de lanzamiento de la corriente de Renovación y Cambio, que impulsaba la precandidato presidencial de Raúl Alfonsín, quien más tarde sería ungido como jefe de Estado.

Illia fue velado en el Congreso Nacional, y sus exequias se convirtieron en una manifestación de repudio hacia una Junta Militar que se encontraba en retirada, y sus restos fueron depositados en el Panteón de los Héroes de la Revolución de 1890, en el cementerio de la Recoleta, donde también descansan Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen.