Por Diego Añaños
Por Diego Añaños
Como era previsible la novela de la coparticipación de CABA no terminó en 2022. Si alguno se había hecho los rulos con la posibilidad de ver el último capítulo este año, se va a tener que quedar con las ganas. La cosa viaja directo, como mínimo, a febrero de 2023. Por lo menos habrá que esperar a que termine la feria, y luego veremos. Los cuatro cortesanos tiraron la bomba y literalmente desaparecieron, justo ellos, que son tan afectos a las declaraciones mediáticas. Por lo tanto habrá que esperar. El gobierno nacional, mientras tanto, consiguió recolectar el apoyo de dieciocho gobernadores en su reclamo ante la Corte Suprema de Justicia. Sólo quedaron afuera las tres provincias opositoras (Jujuy, Corrientes y Mendoza) y Santa Fe y Córdoba. Sí, Omar Perotti y Juan Schiaretti, más parecidos a un opositor no se consigue. Posteriormente, varias provincias realizaron presentaciones ante la Justicia para acompañar el reclamo del Gobierno Nacional que, abriendo el paraguas, ya oficializó su decisión de comenzar a transferir los bonos TX31 en tanto la Corte Suprema decida sobre la cuestión de fondo. Digamos que, mientras que el gobierno por un lado avanza en sus reclamos, intenta mantenerse ajustado a derecho. Veremos si la estrategia del presidente rinde sus frutos.
Y claro, una cosa es la política y la estrategia de las gambetas para despistar al adversario. Pero otra cosa muy distinta son las permanentes idas y venidas, las inseguridades y las capitulaciones, estilo que claramente no cuaja dentro del universo de Cristina Fernández. La vicepresidenta fue muy dura con Alberto Fernández y sus continuos titubeos, cuando se refirió a la “agrupación política amague y recule”. En tono relajado, tranquilo, la ex presidenta decidió dejar muy claro a quien quiera escuchar que las diferencias al interior del gobierno son virtualmente insalvables. Las cavilaciones del presidente ya no son toleradas por Cristina, y menos desde el silencio. Fernández ya mostró su pedigree de golden dubitativo con las retenciones en febrero de 2020, con Vicentín en junio del mismo año, con la vuelta a clases en abril de 2021, con las giras por Europa en mayo de 2021, en sus declaraciones fuertemente críticas contra los EEUU y su moderación posterior en medio de la negociación con el FMI, con su reelección, etc. Pero la vicepresidenta no sólo concentró sus ataques en el presidente, sino que se dio su tiempo para cuestionar al partido judicial. Incluso fue por más, cuando aseguró que no hubo renunciamiento ni autoexclusión de su parte, sino que lo que hubo fue proscripción. Raro en ella, se destaca que Cristina fue bastante poco precisa con la utilización de los términos. Digo esto porque, en todo caso, hay un intento de proscripción, o al menos de deslegitimar su figura para que llegue tan desgastada a la contienda electoral que no logre reunir los votos necesarios para triunfar. Pero, claramente, no hay modo de impedir que sea candidata, dado que los tiempos de la Justicia no lo permitirían.
El 2022 se fue. Sin dudas que fue muy distinto de aquello que imaginábamos a fines de 2021. La emergencia de la guerra entre Rusia y Ucrania trastocó todos los planes y arrasó con todos los análisis previos. Un conflicto que en los papeles no debía durar más que un par de semanas, se extendió inesperadamente en el tiempo y, a pesar de que ya no ocupa ya las primeras planas de los medios del mundo, continúa y se profundiza. La decisiva influencia de la guerra en el tablero económico mundial, modificó todas las proyecciones, especialmente aquellas vinculadas con la inflación. Los cortes de las cadenas de suministros, sumados a la caída de la provisión de alimentos y energía, empujaron los precios globales a niveles inesperados, transformando nuevamente al mundo en un mundo inflacionario, algo que no ocurría desde hacía más de cuarenta años. Las decisiones de política monetaria asumidas por los principales bancos centrales de las potencias planetarias para enfrentar a la inflación, condicionan fuertemente las posibilidades de crecimiento globales para el año que viene. Esa es una de las pocas certezas que tenemos al día de hoy.
Lo que ocurrirá en 2023 dependerá de muchos factores, y cualquier pronóstico parte de la premisa de que las tendencias conservarán sus trayectorias o, al menos, no registrarán desvíos significativos. Si nada cambia demasiado, y como decíamos recién, será un año de menor crecimiento a nivel global, con una inflación en descenso. Todo dependerá de que las condiciones de la guerra no empeoren, de que no se desate una crisis de deuda global o que, nuevamente, un acontecimiento imprevisto (un nuevo cisne negro como la pandemia), nos obligue a todos a sentarnos a recalcular. Nos vemos en este 2023 y seguimos charlando.