El rosarino sufrió y mucho de chico, pero se sobrepuso junto a su familia. Hoy, levantó la Copa del Mundo e ilusiona al pueblo canalla con volver a Central
Por Miguel Pisano – Télam
Hay gestos que pintan a una persona de cuerpo entero, o a una historia o a un amor, como la idea que tejió en secreto Jorgelina Cardoso, la esposa de Angelito Di María quien, durante meses, cuando el campeón del mundo en Qatar 2022 jugaba en París Saint-Germain (PSG) y no podía volver al barrio El Churrasco -el 14 de febrero de 2018- a festejar sus 30 años.
La ex modelo rosarina alquiló un sitio íntimo, muy romántico, para celebrar juntos en el invierno parisino, pero le pidió a Ángel que fuera antes y la esperara. Entonces, cuando ella llegó y golpeó la puerta, Angelito abrió y ahí estaban sus 12 amigos del barrio, invitados con todo pago por Jorgelina, para cantarle el ‘feliz cumpleaños’ a 11 mil kilómetros de El Churrasco.
«Angelito se llevó tamaña emoción que casi se descompone», confió uno de sus amigos, uno de los habituales compañeros de fútbol y asados en la cuadra de Perdriel 2100, en el lejano noroeste rosarino. «Nacer en la Perdriel fue y será lo mejor que me pasó en la vida», reza el tatuaje de Di María en su antebrazo izquierdo.
«Nos conocimos por Internet porque yo era muy futbolera. Mi equipo es Central y miraba todos los partidos. Iba a la cancha. Él jugaba ahí y le escribí como fan», recuerda Jorgelina, quien trabajó como instrumentista quirúrgica, es íntima amiga de Antonela Roccuzzo y la defensora oficial de Fideo en las redes.
La mamá de Fideo, Diana Hernández, una «canalla» desde su más tierna edad, como canta Fito Páez, se volvía loca con el pibe que no paraba de correr hasta que un pediatra le recomendó que lo mandara a jugar al fútbol y Angelito debutó con apenas cuatro años en el equipo infantil del Club Sol de Cuyo, con camisetas celestes con vivos rojos, en la avenida Casiano Casas y Baigorria.
Al poco tiempo fue visto por un entrenador del Club El Torito, de camisetas anaranjadas con vivos negros, en la calle Baigorria, donde comenzó a jugar hasta que el director técnico de Rosario Central Ángel Tulio Zof lo observó y lo llevó al club del barrio de Arroyito con edad de predécima, pero sin dinero de por medio: Central le pagó a El Torito con 33 pelotas.
«Tengo un potrillito en las inferiores, que no sabe cómo juega», anticipó el viejo maestro de la redonda, en una de las interminables charlas futboleras en el Bar Mayo, del barrio Azcuénaga, «el boliche», como él le decía.
La Ciudad Deportiva de Central, en la vecina ciudad de Granadero Baigorria, quedaba a nueve kilómetros de su casa y, como no tenían auto, la mamá pedaleaba con su bicicleta todos los días para llevar a Ángel al entrenamiento.
«Imaginen esto: una mujer andando en bicicleta por todo Rosario, con un pibe atrás y una nenita adelante, más un bolso deportivo, con mis botines y algo de comer, en el canasto de adelante. En subida. En bajada. Pasando por los barrios más difíciles. Bajo la lluvia. En el frío. De noche. No importaba. Mi mamá sólo seguía pedaleando», contó Fideo en una emotiva carta que envió en 2018 al sitio web The Players Tribune.
Di María respondió con los tapones de punta la carta que recibió de Real Madrid antes de la final del Mundial de Brasil 2014, en la que le pedían que no jugara porque estaba al límite desde el punto de vista físico. Él la rompió y se puso a disposición de Alejandro Sabella, quien finalmente no lo puso en la derrota ante Alemania.
Perdriel al 2100 es una de las últimas cuadras de esa calle que nace en el río marrón y cruza el norte de Rosario hacia el oeste, donde Angelito y su hermana tenían que ayudar al papá a embolsar y pesar el carbón en su carbonería. Además, a los 10 años, él lo acompañaba a repartir los pedidos, en una vieja chata Chevrolet, que parecía hacer ‘willy’ por la montaña de bolsas y chirriaba todo el viaje.
Para colmo, su papá Miguel, a quien una lesión le cortó la carrera de jugador en las inferiores de River, tomó la mala decisión de poner la casa de garantía del negocio de un amigo, quien no pagó más y se mandó a mudar. «Teníamos 9 ó 10 años, que es la edad perfecta para embolsar carbón porque lo podés transformar en un juego», contó Di María.
Hay una foto de Angelito de pibe muy elocuente: está sentado solo en la cocina de su casa y mira a la cámara, con una taza de mate cocido y un plato lleno de panes sobre un hule transparente. «Con eso comíamos, y de esa forma mi padre nos salvó de que nos sacaran la casa. Se encontró ahogado teniendo que pagar por dos casas y encima tener que alimentar a nuestra familia. Por eso, yo al fútbol le debo todo», confió el delantero.
A los 15 años, el apodo de Fideo ya le quedaba pintado. Un día, un técnico de las divisiones inferiores de Central lo maltrató delante de todos porque no saltó a cabecear en un corner: «Sos un cagón, sos un desastre. Nunca vas a llegar a nada. Vas a ser un fracaso», le gritó a Angelito, quien salió llorando de la práctica y no quería volver a jugar.
Se rehízo y volvió a intentarlo. «Yo era muy chiquito y flaquito. A los 16 todavía no me habían promovido, y mi papá se empezó a preocupar. Una noche estábamos sentados en la cocina y me dijo: ‘Tenés tres opciones, podés trabajar conmigo, podés terminar la escuela o podés probar otro año más con el fútbol. Pero si no funciona, vas a tener que venir a trabajar conmigo’. No dije nada. Era una situación complicada, necesitábamos la plata. Pero ahí saltó mi mamá y dijo ‘Un año más en el fútbol’. Eso fue en enero. En diciembre de ese año, en el último mes del plazo que nos habíamos puesto, debuté en primera con Rosario Central», agregó Di María en aquella carta.
Las lesiones musculares recurrentes fueron el calvario en la carrera de Angelito, quien sufrió crueles comentarios de algunos cronistas de medios hegemónicos. Su esposa Jorgelina Cardoso lo defendió siempre, al extremo que guarda bajo llave una lista con los nombres de los autores de esas críticas impiadosas. «Mucha gente nos decía que no volviéramos y nos criticaban. Me seguí dando tanto la cabeza contra la pared que hoy se rompió», se rio Angelito después de meter el gol y ser la figura de la final de la Copa América 2021, en el Maracanazo. «Gracias a Dios pudimos lograr el título tan deseado», remató.
«Mi sueño estuvo cerca de morir tantas veces. Pero mi papá siguió trabajando bajo el techo de chapa… mi mamá siguió pedaleando… y yo seguí corriendo al vacío», cerró la figura de la selección argentina de las finales de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, de la Copa América 2021 y del Mundial de Qatar 2022, al que los hinchas «canallas» esperan con los brazos abiertos en junio, cuando finalice su contrato con Juventus, o cuando Angelito decida pegar la vuelta al barrio al que, como «Pichuco», siempre está volviendo.