El Messi aplomado de la primera etapa se convirtió en otro destemplado, fuera de sí, incapaz de tomar las mejores decisiones en la derrota de la Selección frente a Arabia Saudita
Por: Mariano Hamilton/ NA
La Selección Argentina y Lionel Messi no tuvieron un buen debut más allá del resultado. Cuando parecía que todo se enderezaba con ese penal de VAR a los pocos minutos de juego, Argentina y Messi se enredaron en sus fantasmas y en dos jugadas, en el arranque del segundo tiempo, Arabia Saudita dio vuelta el resultado. En el primero al aprovechar la duda del Cuti Romero y, en el segundo, ante la pasividad de la defensa que no atinó a despejar cuando tres argentinos rodeaban a Al Dawsari.
Si el primer tiempo había sido un tránsito tranquilo y paciente, con Argentina como claro dominador y con Arabia con el achique como único argumento defensivo (muy efectivo) para frenar los intentos de Argentina, el segundo fue todo lo contrario: los nervios se apoderaron de los argentinos y la frustración ante las cosas que no salían fueron moneda corriente. La templanza se trocó por arte de magia en desesperación.
En medio de ese descontrol, Messi se perdió. Si en el primer tiempo manejó los ritmos del partido con sus toques cortos pero intrascendentes, en el segundo se dejó llevar por la locura del equipo. El Messi aplomado de la primera etapa se convirtió en otro destemplado, fuera de sí, incapaz de tomar las mejores decisiones.
Fue raro lo que pasó en el primer tiempo. Fue como si el gol le hubiera puesto un freno a la ambición de la Selección. Y empezó a tocar, tocar y tocar y a buscar a Di María y Lautaro, quienes no hacían más que caer en la trampa del achique. ¿Messi? En lugar de encarar a esa defensa en línea para quebrar, equivocó el camino: nunca trató de romper y, por el contrario, lateralizó en forma exasperante. En ese primer tiempo, además del penal, tuvo un mano a mano al minuto que definió a la derecha del arquero. Ese tipo de jugadas, en el 99 por ciento de las veces, terminan en gol. En este caso detuvo Al Owais.
El segundo tiempo, ya fue dicho, fue un descontrol con el resultado en contra. Y Messi fue parte de esa locura, porque se metió en medio de las camisetas verdes para perder en uno y otro intento. Una jugada, ya en el descuento, identifica claramente el momento que vivía Messi: tuvo la pelota en sus pies dentro del área y en lugar de buscar el hueco para patear, terminó intentando la gambeta imposible y terminó sentado de espaldas al arco.
Ya fue dicho mil veces que Messi se reencarnó en este nuevo líder gracias a las buenas compañías con que siempre contó en la mitad de la cancha. En este caso, su soledad fue conmovedora, porque De Paul no jugó, Paredes fue intrascendente y Papu Gómez más espuma que eficacia. Messi, sólo, no puede hacer demasiado. Y tal vez en ese punto, en la defección de sus socios, se pueda encontrar una explicación para una actuación que dejó a todos con gusto a nada.